Freelander

Por Ricardo Martínez.

Freelander. Miljenko Jergovic. Siruela, Madrid, 2012.

Considero que sería una buena recomendación al lector el que esté atento a los nuevos autores procedentes de la antigua Yugoeslavia, pues, procediendo de una cultura humanista arraigada y antigua, y habiendo pasado por la traumática experiencia de los enfrentamiento inter étnicos en su propio paisaje, es probable que ahora nos vayan llegando obras que, con carácter reflexivo y retrospectivo, nos hagan llegar el sentido (o sinsentido) de aquella realidad. Pero también el trasfondo riquísimo de una cultura milenaria. El cine ya hadado sus frutos en tal sentido, y ahora los escritores van ganando terreno.

Recuerdo el brillante ejemplo de Goran Petrovic, por citar un caso. No le alcanza en brillantez Jergovic, el autor que nos ocupa, pero sin duda esta obra es un reflejo interesantísimo de lo que ha sido la reciente relación conflictiva que han conocido croatas y bosnios, por ejemplo. El libro es un viaje exterior pero, digamos, también interior, a través de la memoria.

Un buen día, el profesor jubilado Karlo Adum se sube al volante de su viejo Volvo y emprende camino a Sarajevo, donde ha nacido, desde Zagreb, donde ha vivido a modo de exilio. Es un paseo por la geografía (dañada en su paisaje por causa de los efectos de la guerra fratricida de los años 80; por el amor (su recuerdo hacia su mujer fallecida, Ivanka, es permanente) Es una evocación de la memoria personal hacia su padre lisiado y su madre esquiva, pero, sobre todo, es una denuncia implícita hacia la incomprensión entre los seres humanos, a esa necesidad permanente de violencia y enfrentamiento que parece hacer necesario como modo de comportamiento…

Diríase que, al fin, el profesor muere de su propio mal –por causa del ansia de tratar de entender- si bien el texto debe quedar como testimonio lúcido, de que el entendimiento es necesario, es una obligación como cultura.  Y también un testimonio de amor a su viejo paisaje, hoy todavía dividido por antiguos recelos.

Formalmente la obra es rica en imaginación, cuidada en el lenguaje y casi febril en la acción. Pero a la vez hay, creo, un exceso de fragmentación, un apresuramiento que le roba un poco verdadero trasfondo humanista del testimonio del protagonista. Es brillante pero, de algún modo, incompleta. Es, con todo, la obra de un autor inteligente, de estimable valor literario, y a tener en cuenta en el futuro.  

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