«Una visión más amplia» en el Museo Guggenheim de Bilbao

 
 
 
El calor fue el detonante. Pensado y hecho. Nos fuimos a Bilbao en coche a encontrarnos con David Hockney en el Guggenheim. Conocíamos su obra. Pero no al artista. Al final el viaje ha merecido la pena, pero no por haber huido del bochorno pegajoso de estos días en Castellón, ni por contemplar nuevamente el edificio de Gehry o el maravilloso sereno urbanismo de la ciudad, sino porque al disfrutar por primera vez las obras del que es considerado el más célebre pintor británico vivo hemos descubierto la personalidad de este artista que a sus setenta y cuatro años se siente, según él mismo afirma, como un joven de veinte que acaba de encontrar la belleza a la puerta de casa. Una persona envidiablemente joven que a pesar de tener una carrera consolidada no deja de investigar, de renovarse, de utilizar nuevos lenguajes y de asumir nuevos retos. El ejemplo más evidente es esta exposición, A bigger picture, en la que se descubre la sabiduría propia de un artista grande en los trabajos recientes del maestro que se ha tirado de cabeza a la piscina de las nuevas tecnologías y que vive cada día como el juego de un misterioso descubrimiento. 
 
David Hockney, en el pináculo de sus poderes creativos, ha creado unas obras que nada tienen que ver con sus famosas piscinas de Los Ángeles ni con sus composiciones creadas a partir de fotos de Polaroid. Para ello ha vuelto su mirada a los paisajes de su Yorkshire natal, una ciudad de 30.000 habitantes a la que regresó para visitar a su amigo Jonathan Silver que estaba enfermo para acabar quedándose definitivamente. El recorrido que realizaba cada día, desde la casa de la madre del artista hasta donde su amigo convalecía es protagonista de una serie de pinturas en las que muestra su extrema sensibilidad para reflejar los cambios que va experimentando la naturaleza en las diferentes estaciones, mucho más diferenciadas que en California, lo que le sumerge en una obsesiva exploración de su cambiante clima: lluvia, viento, nieve -a veces sol-; de los árboles, campos, caminos y de la luz de las suaves colinas del este de Yorkshire. 
 
Como una explosión de color de tonos fuertes y un sinfín de cromatismos verdes, el color de la naturaleza, los cuadros de grandes dimensiones de Hockney provocan un desafío técnico para el autor que sigue desplegando una energía incansable para llenar y dar perspectiva a los amplios espacios del Museo Guggenheim, donde han llegado tras la exposición organizada en la Royal Academy de Londres y desde donde viajarán posteriormente al Museo Ludwig de Colonia. 
 
Junto a los tradicionales óleos y acuarelas, el artista, de espíritu joven y aventurero, se ha adentrado en el uso de las últimas tecnologías como pocos lo hacen a su edad. Convencido pionero de la adopción de la tecnología introduce el iPad para captar la fugacidad del tiempo, un medio que considera tan serio y válido como hacerlo con acuarela, óleo o lápiz. Además muestra al público a través de varios películas digitales de alta definición su forma de trabajar con esta aplicación, así como sus películas realizadas con 9 y 18 cámaras digitales colocadas en un vehículo, en un ejemplo de su interés por seguir investigando. 
 
Hockney subraya “el presente es lo eterno”. Es lo que le ha ayudado a superar la muerte de sus amigos, y le inspira a seguir adelante en su trabajo. Este gigante creador nos impregna con su agitación interior, a través de sus afectos, su placer por el simple acto de mirar y por el privilegio de vivir haciendo lo que ama. Un artista que se recupera trabajando y que después de finalizar un reto pasa a otra cosa porque para él no hay tiempo para bajones ya que está convencido de que todavía le queda mucho por hacer.
 

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