Cartas del verano de 1926

Marina Tsvietáieva, Boris Pasternak, Rainer María Rilke: Cartas del verano de 1926

 

Minúscula, Barcelona, 2012

 

Por Ricardo Martínez

 

 

La literatura epistolar podríamos decir que no es literatura sensu stricto, pero es necesariamente literatura en la medida que es testimonio escrito.  Es, por otra parte, un testimonio necesariamente emocional por cuanto los disfraces han de ser innecesarios; es una expresión sincera, un desnudo espiritual. Y todo ello aporta interés y curiosidad para el lector, pero, si además de ello, se trata de la correspondencia, como es el caso del libro que nos ocupa,  entre tres figuras mayores de la literatura universal  -con la condición implícita de la poesía por medio, esto es, con una preocupación esencial en el código emocional transmitido- el interés aumenta.

 

        He aquí, sin embargo, que a pesar del denso contenido –a veces más o menos discursivo-, una carta, la de la autora a Rilke, podría resumir, para mí, lo más sustancial del libro. Ella, obvia pero veladamente enamorada, le dice al poeta –le reprocha- un cierto desdén, una cierta indiferencia. Con herida pasión (y así lo aprecia la oportuna introducción al cap. V) le dice  “Así soy. Así es el amor – en el tiempo. Ingrato y autodestructivo. No amo ni respeto el amor”.

 

Él, no obstante, llevando la emoción y la inteligencia al lado de la poesía, le contesta no solo con su sentimiento, sino también con su obra.. “Todo ha de ser como tú lo imaginas? Probablemente. Eso que está anticipado en nosotros: ¿hay que llorarlo o acallarlo con el júbilo? Hoy te escribí todo un poema entre los viñedos…”

 

Un ejemplo de cómo la pasión del deseo, por sí sola, puede ser injusta.  Pensemos, qué mejor entrega por parte de un poeta que el producto de su obra. Y dedicada –pensando en- aquella que dice sentirse agraviada.  Un libro, pues, profundamente humano, bello por tantas expresiones llenas de imaginación, de sensibilidad: “¿Qué decirte de tu libro? El último escalón. Mi cama se volvió nube”.

 

Un regalo al lector que avala, si acaso, la expresión del poeta (otro poeta) “Dones de amor, ay!, cuitas de amor”.

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