ENTREVISTA A ANTONIO MUÑOZ MOLINA

 

por Ignacio Gómez-Cornejo Gilpérez

 

   “LA VIDA ESTÁ HECHA DE MEMORIA Y DESEO”

  

Me invita a realizar la entrevista en su casa. Uno no puede evitar sentirse apabullado ante este escritor de mirada límpida y trato hospitalario, que con apenas cuarenta años fue elegido miembro de la RAE y que ya contaba entonces en su haber con una obra laureada por la crítica impiadosa o docta y refrendada por el público lego o sibarita, algo inusual en el panorama patrio, tan proclive y aficionado al desollamiento o el olvido. Ya no es aquél muchacho que parapetaba su timidez tras un grueso mostacho pero cuyo rostro como encallado en la primera juventud contrariaba su acusado semblante, como de una madurez precoz. Pero sigue teniendo algo de aquel joven que vino a ocupar el hueco de una literatura que estaba aún por hacerse (Beatus Ille, El invierno en Lisboa), como si en un juego de espejos o simetrías el hombre de ahora atrapara tanto de aquel joven de glorias literarias (El jinete polaco, Plenilunio), tal y como si el joven de entonces hubiese anticipado su madurez de ahora con esa apostura de hombre hondo, ya rodado y maduro, tal y como es el Muñoz Molina—aún tímido quizá—de voz afelpada y conversación serena que comparece ante mí con tranquilidad y simpatía.

Quien se haya zambullido en las páginas de la larga y proteica obra de Antonio Muñoz Molina habrá advertido sin duda una notoria evolución en su estilo, desde aquella lejana prosa laberíntica, extenuada de voces y memoria, singulares o colectivas, a esta otra de los últimos años (La noche de los tiempos, El viento de la luna) en la cual se presiente una cierta pulcritud y lisura, una prosa de estilo formidable pero en la cual sin embargo subyace aún ese Muñoz Molina espeleólogo de la memoria, de la Historia, del pasado, quizá en esto le posea el mismo entusiasmo que cuando inauguró su vocación, allá en su adolescencia: la búsqueda de la comprensión de la realidad y el presente ahondando en las simas y yacimientos del infinito ayer.

 P. Comenzó como articulista, aún lo sigue siendo: tiene Vd  un aguerrido e irreverente Blog (Escrito en un instante) ¿por qué esa necesidad de contar?

Sí, es algo en lo que pienso a veces: quizá la palabra necesidad sea muy fuerte, pero sí un deseo o un instinto como de atestiguar lo que uno ve, de dar testimonio de lo que uno ve. A mí me gustan mucho los escritores de observación pura, los escritores que escriben sobre cosas que no necesariamente se convierten en novelas, artículos, etc.., los escritores de diario por ejemplo. Algunos de los grandes diarios están escritos precisamente por gente que no es literata, el más famoso de todos es el diario de Samuel Pepys en Inglaterra en el siglo XVII o ya en el siglo XX y aquí en España el diario de Carlos Morla, o el de Victor Klemperer en Alemania. En España no hay tanta tradición pero en Alemania, Inglaterra o Estados Unidos se publican muchos diarios de gente que ha escrito porque sí, por gusto.

 P. De hecho usted tiene publicado un libro, “Días de diario”…

 Sí, es una selección que extraje de un diario que escribo desde hace muchos años. Es algo que me gusta como le digo; por ejemplo sentarme con un cuaderno en un café en Nueva York y escribir sobre lo que uno va viendo.

 P. Quizá es una forma de aproximarse a la realidad, la realidad a veces opaca.

 Opaca o transparente, según se mire

P. Pero en cuanto a las variantes del “contar” Vd podía haber intentado ser director de cine, libretista o guionista o quizá dramaturgo

 Se lo voy a decir; mire, allá en mi adolescencia, cuando tenía quizá 14 años me dio por escribir una obra de teatro para un grupo teatral que había en mi pueblo. Era una obra de teatro en la línea del teatro del absurdo, testimonial, con influencias de Bretch. El caso es que cuando la obra estuvo acabada pasó a manos de alguien que debía revisarla para acabar finalmente en manos del director teatral, el cual interpretaba el texto y cambiaba lo que le parecía bien, de manera que la obra del autor quedaba filtrada y tergiversada incluso. Por eso entre otras cosas mi vocación sobrevino  en el campo de la novela; en la novela la tarea del escritor, lo que escribe, es ya el producto final, hay una línea directa en la autoría, sabiendo que lo que uno hace es lo que le llega al lector.

 P. Se dice que es Vd. un escritor de la memoria, o un arqueólogo que ahonda en los yacimientos abisales del pasado para así entender mejor la superficie turbia del presente, ¿comparte Vd esta opinión?

 Pero es que hay una influencia del pasado en el presente porque en realidad la franja del presente es más ancha que el puro presente informativo, digamos. Tú lees una noticia de hoy, pero para entender la noticia la tienes que poner en el contexto de un proceso más largo, de otra forma no se entiende nada; al igual que por ejemplo una palabra aislada no la entiendes salvo en el contexto de una frase.

 P.En este sentido, quizá haya algo de la filosofía de Bergson en su obra, en cuanto a la influencia del pasado sobre el presente. Concretamente dice Bergson refiriéndose al concepto por él acuñado “duración”: “la duración es el progreso continuo del pasado que corroe el porvenir y que se hincha al avanzar”

 Claro, el presente es más espeso de lo que parece. Yo, como aficionado a la literatura soy incapaz de “inventar” una novela histórica. Yo sólo puedo inventar cosas que tengan que ver directamente con el tiempo en el que vivo.

P. Henry James dice algo parecido a ese respecto…

 Sí, lo dice Henry James, el cual despreciaba la novela histórica. A mí por ejemplo me apasiona la historia, me gusta leer mucho sobre historia y sobre prehistoria. Por ejemplo sobre los homínidos primitivos o sobre la expansión del homo sapiens y demás…,  ahora bien, inventar, sólo puedo inventar sobre personas o sobre mundos muy cercanos al mío. Esa memoria, esa arqueología que tú dices nunca llega muy hondo porque no puede. Yo por ejemplo he escrito sobre personajes que llegan hasta el principio de la modernidad española, al inicio de la guerra civil, etc…, es decir sobre momentos históricos cuya acción directa se siente aún sobre el presente.

P.  En su última novela, La noche de los tiempos, con el contrafondo de una historia de amor, hay un ejercicio de búsqueda en el pasado para comprender la realidad del presente.

 Sí, fue una novela que se me ocurrió en una época que ya se ha quedado muy lejos aunque parezca que fuera ayer mismo, en la que a mí me alarmaba y me irritaba mucho esa especie de memoria frívola que se estaba imponiendo, ¿verdad?, esa especie de idealización incondicional de la época de la Segunda República, ese regreso insensato como a los dogmatismos y a las intransigencias de la época de la guerra. O esas comparaciones permanentes entre la España de ahora y la España de la guerra civil, a mí eso me ponía nervioso, me enfadaba mucho. Eso de que los españoles estamos destinados al enfrentamiento, etc… que es una especie de misticismo negro de la Historia de España. Por mi formación de historiador a mí esas cosas me irritan mucho. Yo no creo que haya destinos históricos, no creo que haya cosas inevitables. Entonces lo que yo intenté contar en esa novela fueron dos cosas: una, el modo en que las vidas privadas se ven arrastradas con los acontecimientos que después se verán que son históricos. La claridad viene después retrospectivamente, pero es falsa porque ya ha pasado. Y otra cosa que me interesaba mucho era mostrar como nada está predeterminado, que la guerra civil no era inevitable.

 P. O sea, que todo eso que escribió Spengler sobre el espíritu de los tiempos y la Historia como destino de los pueblos…

 Eso no es verdad, eso tiene el calado científico del horóscopo; se trata de construcciones imaginarias, además con una intención ideológica muy clara.

 P. Entre sus pertrechos estilísticos y retóricos abundan el ritornello, el símil o el polisíndeton. Algún crítico apunta, que por ejemplo,  el uso tanto del síndeton como del polisíndeton alberga el propósito de hacer más vívida la imagen referida o el concepto nominado. ¿hasta tal punto alcanza su estrategia estilística o es una sobrevaloración rebuscada que le dedican  los críticos?

 Eso se lo tendría que preguntar a los críticos, yo lo que le puedo decir es que intento contar con el máximo de claridad aquello que quiero contar.

 P. La alegoría, los símbolos, los signos en general sí están muy presentes en su obra.

 Bueno, no lo sé con exactitud porque los símbolos no pueden ser conscientes, y el que desarrolla un personaje para que sea simbólico, lo hace fracasar como personaje. Es decir lo simbólico tiene que ser un resultado y tiene que ser algo que emane de manera natural de la narración, no un proyecto.

 P. Por ejemplo, la mujer emparedada que resurge incorrupta en su novela El jinete polaco, ¿no simboliza nada?

 No, nada, es simplemente un hecho: una mujer emparedada. Las cosas tienen muchas veces una dimensión simbólica inconsciente, pero eso no depende de la voluntad del autor.

 P. La frase larga sí que tiene un sentido específico  dentro de su estilo…

 La frase larga es una cosa que yo intento corregir, porque hay que tener mucho cuidado con ella. Yo he sido muy seguidor de  Faulkner y Proust …, pero creo que a uno se le puede ir la mano. Corta o larga la frase tiene que ser fluida y que el lector sienta que transcurre el tiempo, que hay un movimiento, es como en la música aunque no haya sonido. La frase—que se dice igual en música que en literatura—es una construcción temporal: el lector tiene que sentir que es empujado y llevado por esa frase.

 P. Siendo el mundo de la literatura un mundo difícil, qué cosa cree Vd. que es la que le mueve a un escritor a persistir en su oficio a pesar de los constantes fracasos que ello le acarree.

 Se hace porque se quiere, porque te gusta mucho y quieres hacerlo lo mejor que puedas; pero es el mismo impulso que lleva a un pintor a querer ser pintor, el mismo impulso que lleva a un científico a querer ser científico, el mismo empeño personal. La literatura no cuenta con nada específico en ese sentido; porque cualquier trabajo bien hecho requiere un encabezonamiento, entonces…la soledad del escritor, bueno, depende, hay quien ha escrito rodeado de gente. Si no se tiene un contacto con el mundo real se puede perder la inspiración. A mí todas esas leyendas del escritor romántico, solo, aislado me parecen exageraciones, hay que tener mucho cuidado con las exageraciones y con el ideal romántico. Por ejemplo, Proust, que arrastra esa leyenda de escritor solitario y enfermo, eso fue al final de su vida; en realidad Proust fue un hombre con una rica vida social, que iba a fiestas, que traía chismes. Como Stendhal, otro que era un gran chismoso…luego está esa figura romántica, del escritor atormentado.

 P. Parece que el norteamericano Philip Roth se encuentra entre sus escritores favoritos actuales, ¿qué encuentra tan especial en su narrativa?

 Philip Roth me ha gustado más de lo que me gusta ahora. Una cosa que me gustaba mucho de él es su capacidad para hacer ficción contemporánea, de la inmediata contemporaneidad. Por ejemplo una novela como La mancha humana, en ese aspecto me parece modélica. Y también su manera de explotar la propia experiencia, convertir la experiencia personal en una especie de metáfora de la vida, en concreto de la vida americana. Pero hay otros escritores que me gustan e influyen, en ese sentido no soy monoteísta…, se me ocurren Max Aub, Onetti, Flaubert y muchos otros, pero también escritores que no son estrictamente literarios, de divulgación científica y así. Yo me alimento de un menú más variado que la propia literatura.

 P. Ya que menciona a Flaubert, recuerdo haberle oído hablar maravillas del famoso ensayo de Vargas Llosa dedicado a Madame Bovary, La orgía perpetua.

  Sí, es un ensayo sobre Madame Bovary que comenzó siendo un prólogo y después lo amplió hasta convertirse en un libro y es un ensayo muy bueno sobre la invención de Madame Bovary  y sobre la tarea del novelista; es un libro muy autobiográfico, de quien está hablando Vargas Llosa es de sí mismo; es un libro que me influyó mucho porque entre otras cosas es donde aprendí que la literatura tiene que ser un trabajo.

 P. En este sentido hay un ascetismo en Flaubert en pos de la literatura…

 Es una impostura, en realidad forma parte de la leyenda que él mismo propició; todo eso de que estaba encerrado escribiendo y demás es falso. En cuanto podía se escapaba de Rouen e iba hasta Paris a enterarse del último chisme. Lo que hay en Flaubert que me parece admirable es esa decisión de no aceptar ninguna rutina lingüística, la decisión de construir una prosa en la que no hay una sola concesión al tópico.

P.  Algo que también le pasaba a Nabokov…

 Posiblemente. Flaubert está vigilándose siempre. La lengua está repleta de muletillas; por ejemplo eso de “tengo la necesidad imperiosa”, es decir expresiones con velcro, o como el “pavoroso incendio”, ”la pertinaz sequía”, todos esos clichés. Por tanto Flaubert cuida su prosa tanto como un poeta y además tiene un oído extraordinario que hace que constantemente se burle de todos esos clichés.

 P. Postula Roland Barthes aquello del placer del texto por el texto…

 Es que estos estructuralistas franceses son extraordinarios, porque de pronto descubren el Mediterráneo y lo celebran por ello. El placer del texto está inventado desde tiempos de Hesíodo. Está claro que hay un placer en la propia belleza del texto en tanto te da una información. Para mí la belleza de un texto no está relacionada con la eufonía, por ejemplo, sino con la belleza que tiene ese texto para contarme ciertas cosas.

 P. Cuanto le ha influido el cine en su labor literaria

 Antes, cuando era más joven, mucho más. Me sigue gustando mucho pero creo que ya ocupa mucho menos lugar en mi imaginación. Y me da pena pero…, el otro día me compré en un quiosco una película de Hitchcok: Notorious (Encadenados), y de nuevo la vi, y la verdad que me gustó mucho, me pareció muy poética pero es que en el fondo de lo que se trata es de contar lo mejor posible, de contar algo que sea verdadero y que al mismo tiempo te dé la impresión de estar sumergiéndote en otro mundo distinto. Me gusta mucho el cine documental también. Pero en cuanto a la influencia del cine…ya digo que con el tiempo, con la madurez algunas cosas se van digamos que atenuando, van cambiando.

 P. Ha tocado muchos géneros: la novela de espías, la novela negra, el diario, el relato fantástico. ¿hay algún género que en el futuro quisiera abordar?

 Bueno, lo que me gustaría es que se me ocurrieran diez o doce poemas muy buenos…, a mí la poesía es de las cosas que más me gustan. Tengo mucha admiración por la gran poesía, pero como la poesía no depende de uno, no sólo de querer hacerlo…sino que es como un regalo. Yo creo que siempre en el arte, en el cine hay una dimensión poética muy fuerte.

 P. Hablando de poesía, hay un verso de T.S. Elliot que encabeza su novela Beatus Ille: Mixing memory and desire, que me llamó la atención porque viéndole en aquel programa Qué grande es el cine, de hace ahora dieciséis años, recién elegido académico, salía deliberando sobre la película Breve encuentro; y mencionaba la tensión entre la realidad y el deseo tan presente en la película, la presencia de los trenes, su simbología, esto aparece también en su última novela La noche de los tiempos. Qué importancia cobra entonces esto del deseo-realidad en su literatura…

 Es que la vida está hecha de eso, de memoria y de deseo. Y creo que hay imágenes que representan lo que más nos importa a veces. Por ejemplo, los trenes, han estado muy presentes en todo lo que he escrito. En Sefarad uno de los motivos son los trenes. Porque el tren tiene una fuerza como imagen poderosísima. El tren sirve para irse y para regresar, sirve para ir a voluntad o para que te lleven preso, en el tren estás de viaje y al mismo tiempo estás quieto.

P. Hay como una piedad honda de su mirada en los muchos personajes que desfilan a lo largo y ancho de su obra, como un posicionamiento frente a los desvalidos o marginados, esto se explicita ya del todo en Sefarad. Dicho esto, ¿no cree que la literatura contemporánea parece refocilarse en torno a esa vieja falacia creo que de Andre Gide, de que no pueden hacerse obras de arte con buenos sentimientos?

 Se pueden hacer obras de arte con buenos sentimientos y con malos sentimientos. Es verdad que hay un prestigio que a mí me parece excesivo e injustificado de lo cruel y de lo turbio, o quizá lo desagradable. Hay un romanticismo del asesino, la importancia que tiene en el cine o en la literatura contemporánea el asesino, el cual llama mucho más la atención que la víctima. Todos estos asesinos del cine que parecen tan inteligentes, tan cultivados: todo eso es falso. Hay ahí un prestigio de lo cruel, pero también de la grosería o de la brutalidad.

 P. De dónde cree que procede ese prestigio.

 A veces los civilizados se enamoran de lo bárbaro. Esto ya pasaba en Roma.

P.  Hay una deshumanización entonces dentro de la vida moderna.

 No creo que haya más deshumanización ahora de lo que pudo haber habido en el pasado. Lo que sí creo es que por diversas razones y por razones estéticas el espectáculo de la violencia es más atractivo que el de la no violencia; la destrucción es mucho más visual que la construcción. Ahora, creo que es muy difícil que haya una literatura verdaderamente grande sin ese elemento de piedad que indicas, de compasión, de reconocimiento de la fragilidad humana, porque la condición humana es frágil y es desvalida.

P.  Qué papel cree que juegan los críticos literarios en una sociedad tecnológicamente hipertrofiada y sobreabundada de información como la nuestra, en el que todo parece acelerado, breve, olvidable, intrascendente, fugaz ¿no cree que ellos también padecen la propia mediatización de esta sociedad bulímica que todo lo deglute y lo regurgita?

 El papel del crítico es ayudar al lector a comprender. Por ejemplo a mí me gusta mucho escribir sobre arte. Aquella escritura sobre arte que es útil es aquella que ayuda al espectador a fijarse mejor en la obra, ese es su papel.

P.  Pero hay mucho crítico destructivo, por lo que se infiere que no están haciendo algunos bien su trabajo.

 Bueno, eso forma parte de su albedrío. Pero no creo que se pueda generalizar, es muy fácil generalizar sobre esta época. Si lees cosas escritas hace treinta o cuarenta años, se dice lo mismo: la rapidez con la que cambia todo; hay que tener mucho cuidado con el presentismo, con la sensación de que el presente es el centro de todo.

P.  Pero es muy difícil evadirse de esa sensación porque todos somos actuales, es nuestra condición.

 Pero el ejercicio de salir de esa sensación de presentismo se puede y debe hacer.

 P. ¿Qué opinión le merece el actual panorama literario español?

 Es muy vaga la cuestión…yo intento ser preciso porque el lenguaje al tender a lo abstracto tiende a ser vago por lo que no puedo tener una opinión sobre algo que por sí mismo es general y vago y por tanto al opinar sobre ello se recae aún más en lo vago sin quererlo.

 P. ¿Pertenecer a la RAE es más un honor, una servidumbre o ambas cosas?

 En su momento para mí fue una sorpresa, porque yo nunca podía haber pensado que fuera elegido para la Academia. La Academia parecía una cosa completamente ajena, lejana que no tuviera nada que ver conmigo, después durante unos cuantos años lo pasé muy bien y trabajé mucho y conocí a personas extraordinarias como Fernando Lázaro Carreter, Francisco Ayala, Miguel Delibes y luego lo que me ha ocurrido es que me he ido alejando.

 P. Dentro de lo institucional  después estuvo al frente del Instituto Cervantes durante dos años, ¿qué es lo más positivo que extrajo durante los dos años en esa institución?

 El intentar hacer lo mejor que pudiera un servicio público, y la oportunidad de trabajar de verdad, sumergirme en la vida práctica de una ciudad como Nueva York. Fue estimulante y agotadora la experiencia, pero aprendí mucho sobre EEUU, España, Nueva York.

P.  Nueva York es una ciudad que le gusta mucho…

 Sí, mucho, mucho. Vivo y trabajo allí.

 P. ¿Sigue siendo un Robinson urbano en Nueva York?

 Eso es una condición natural. Me gustan las ciudades, soy muy sensible a ellas.

 P. Hay una frase de Ventanas de Manhattan que me llamó la atención, que dice: En Nueva York nadie te mira porque nadie va a reconocerte. En España sí te mira la gente, ¿allí quizá es todo más impersonal?

 Sí  te miran,  lo que pasa es que te miran de otra manera. Allí lo que no existe es esa mirada coactiva que hay aquí. Allí la gente está acostumbrada a la diferencia. Aquí todos nos parecemos mucho.

 P. Por eso nos miramos, porque nos encontramos en los otros.

 La primera sensación que uno tiene cuando regresa a España es la de la uniformidad visual, nos parecemos mucho, nos parecemos demasiado. Estamos tan convencidos con eso de que somos muy individualistas pero somos de una homogeneidad tremenda.

 P. ¿Cree que las editoriales sucumbirán ante este nuevo paradigma literario que se yergue poco a poco y que va conquistando espacio al libro en papel y a su vez construyendo un nuevo tipo de lector?, ¿Qué futuro le ve a la literatura tal y como la conocemos?

 Muchas cosas cambian y otras no. Es difícil hacer teoría apresurada; recuerdo que en los sesenta con la televisión se decía que iba a lograr acabar con el cine. Todos los debates de ahora ya existieron lo que pasa es que ya nadie se acuerda. Las teorías aquellas de McLuhan y demás… Umberto Eco escribió un conocido ensayo, Apocalípticos e integrados. Esas posiciones que describía Eco yo las veo ahora. El apocalíptico que cree que esto es el final y el integrado al que todo le parece maravilloso. Y es que no es una cosa ni la otra, lo más normal es que ambos tipos de libro coexistan, cada tipo en su función, pero es que no sabemos lo que vamos a saber mañana; recuerdo que hace veinte años estalló la fiebre del CD-ROM; todo el mundo se ha olvidado hoy del CD-ROM. Yo me fijo en lo que a mí me sirve y lo que yo hago; yo tengo un Kindle y también leo libros en papel, y para cada ocasión utilizo un medio.

 P. Persistirá el libro en papel entonces…

 Sí.

P. Decía T.W. Adorno aquello de que en los años veinte con la proliferación del gramófono la música murió…

 Un apocalíptico. Y la máquina de escribir mataría la escritura…

 P. Platón estaba en contra de la escritura.

 Sí, bueno: según Platón, Sócrates cree que la escritura logrará que el hombre haga menos uso de su memoria. Lo curioso de los debates contemporáneos es lo que se parecen a otros debates anteriores.

 P. Dijo en cierta ocasión que le había impresionado una frase de Graham Greene: “el novelista ha de tener cuidado con las cosas que inventa, porque las novelas se hacen con recuerdos no sólo del pasado, sino también del futuro y es posible que al narrar la desgracia de un personaje esté vaticinando las que le aguardan a él”. ¿una superstición?

 No, no es superstición; la frase de Greene es una boutade, pero lo que sí es cierto es que hay formas en nuestro conocimiento no sólo consciente que logran responder a una información que no está en la conciencia. Es decir, nuestra capacidad de intuir sin conocer lo que estamos conociendo es mucho más amplia de lo que creemos. Hay formas de intuición que tienen mucho que ver con la literatura, y viceversa.

 P. Existe algún tipo de proyecto más allá de la literatura que Vd quisiera llevar a cabo en el futuro.

 Quisiera vivir en paz y dedicarme a mi trabajo con entusiasmo y serenidad. La vida equilibrada y serena, hacer aquello que me gusta, estar sano y estar con la gente que quiero.

 Muchas gracias por todo, ha sido un placer.

Gracias a ti. Encantado. 

  

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