Casi invisible

Casi invisible, Mark Strand

 

 Por Ariadna G. García   

 

Desde que en 1964 el poeta canadiense Mark Strand publicara su primer poemario (Dormir con un ojo abierto), el mundo de la fantasía se ha cruzado en su obra con el mundo real hasta crear un magma indisoluble, sin fronteras que limiten el principio o el fin. Esta suerte de realismo mágico, unida a sus preocupación temática por la identidad, la muerte y la melancolía le valieron en 1999 el Premio Pulitzer a su libro Tormenta de uno. Todos estos ingredientes, como pequeños copos, se amontonan y mezclan en su nueva publicación: Casi invisible.

 

Aficionado a la pintura en su juventud, Strand es un poeta muy plástico. Sus textos sugieren toda clase de emociones a través de una serie de símbolos que se van repitiendo en cada obra: la niebla, la crepúsculo, las ciudades desiertas, las habitaciones vacías. Algunas de estas imágenes guardan una estrecha relación con los cuadros de Edwgar Hopper, a quien el poeta dedicó un estudio monográfico (1994). Ambos comparten el gusto por los personajes solitarios, el misterio argumentativo y la incertidumbre existencial. Es el caso, por ejemplo, del poema Como una hoja llevada por el viento: “Camina por calles débilmente iluminadas y callejones oscuros hasta llegar a su habitación al otro extremo de la ciudad, en la parte trasera de un ruinoso edificio de apartamentos […] Al llegar a su habitación, se sienta a una pequeña mesa y mira el libro abierto frente a él. Sus páginas están en blanco, por lo que puede observarlas fijamente durante horas”. Diferencia, no obstante, a ambos artistas el uso de la luz, que en Hopper es potente, cegadora, y en Strand es sombría.

 

Los 47 textos en prosa que configuran Casi invisible adoptan distintos tonos y enfoques: desde la estampa realista, al cuento, pasando por el relato fantástico o el sueño. En muchos de ellos la comunidad lectora se convierte en voyeur de escenas interiores donde los personajes se buscan a sí mismos o se pierden. Tampoco faltan poemas donde se materializan fantasmas de seres queridos para comunicarse con los protagonistas de los textos. Sobresalen dentro del conjunto las composiciones Hunde tu rostro en tus manos, Cualquier lugar podría ser un lugar, La vejez de la nostalgia, El enigma de lo infinitesimal, El reloj de arena Nietzcheano o la desgracia del futuro y Nadie conoce lo conocido.

 

No es ajena a Strand cierta crítica a los representantes políticos, es el caso del poema El Ministro de Cultura consigue su deseo, donde denuncia la nada que gobierna la mente, el alma, la conciencia del hombre al frente de tan importante ministerio: “Cree que la nada finalmente ha venido a él y que en su manera ausente le está diciendo: Querido, sabes lo mucho que siempre he deseado complacerte y ahora he venido. Y es más, he venido para quedarme”. Semejante poema, en un país donde el ministro de Educación y Cultura desmantela la enseñanza pública, elimina del temario de Educación para la ciudadanía conceptos fundamentales (homofobia, igualdad…), despide a profesores y deja la puerta abierta a la extinción de “asignaturas que distraigan” (¿música, plástica, volumen, educación física, dibujo…?), no puede ser de más actualidad. Con todo, nos queda una esperanza, que el reloj de arena gire pronto para que el futuro se asemeje al pasado y recuperemos las conquistas sociales que estamos dejando atrás.

 

 

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