Ferias y fiestas literarias (primera parte)

Por Tura Varla

 

Ferias y fiestas literarias (primera parte)

            Cuando se acerca el verano en Madrid, se acercan las ferias y fiestas, es decir: un montón de agentes afilando colmillos, editores echándose encima el cubata por borrachos y escritores que sólo quieren dos cosas: que les vean y más dinero.

            Por supuesto ambas suelen estar enlazadas por la cintura con una bonita cinta de color rosa. A veces es interesante apuntar a qué fiesta va tal o cual autor, porque rara vez es aleatorio. Por lo general van a la de su editorial y a la de la editorial a la que aspiran. Eso seguro. Y a la que van todos porque dan buenos canapés. No vamos a negar a estas alturas, que el mundo literario es un lugar donde unos pocos viven muy bien y todos los demás fingen que les va muy bien, el arte de no parecer pobre, que le dicen. Y luego se abalanzan sobre los canapés como si no hubieran comido un cocido en su vida. Claro que también está la subespecie escritor-que-consigue-lo-que-quiere-dando-pena… pero eso es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.

            Lo normal en estos casos es que todo el mundo muestre su mejor cara, se pongan monas y monos y salgan a vender mercancía como si todo fuera así de sencillo, poner la mejor sonrisa y decir de forma casual que tienes novela. Yo siempre digo que me las manden, ¿qué les voy a decir? Alguna vez hasta aciertas y das con el novelón del año o la cara bonita del año. Pero por lo demás, yo salgo a las fiestas literarias a que me de el aire y a cotillear.

            Dice mucho de ti con quién vas a las fiestas. Por supuesto yo llamé a Perfecto.

            Perfecto no se molestó por haberlo dejado plantado antes de enrollarme con Poeta Posmoderno, ni me dijo nada por estos meses de silencio en los que yo asumía o reconcomía a base de darle marcha a los muelles del somier de mi amante de los jueves. No pronunció palabra al respecto y decidió venir a la primera fiesta conmigo, yo estaba en lista, haciéndome de hombre bolso de Prada. Mucha sonrisa, fotocall, ¡¡fotocall en una fiesta literaria!!, pues sí fotocall en una fiesta literaria, gente que te preguntas qué hace allí, el tipo que paga el sarao que se pasa para que le vean y huye despavorido en cuanto tiene ocasión y jamón y vino gratis. Parece el paraíso, por supuesto.

            Perfecto se divertía como si fuera un niño pequeño. Escritoras guapas que tuvieron su momento y lo dejaron pasar preguntándose de dónde había salido ese pedazo de tío, escritores que se creen guapos cuando no hay más que dos escritores guapos en este país y si me apuras me sobra uno, un par de críticos intentando pasar desapercibidos para que nadie les muerda o les tire algo encima y los editores siendo todos acosados por unos y por otros. Todos menos yo porque Perfecto se parapetaba entre mi cuerpo y el de cualquier agente o escritor empalagoso que quisiera aguarme el vino.

            -No había contado contigo como torero.

            -¿Torero?

            -Le acabas de hacer un pase a Presunto Genio Incomprendido que ya hubiera querido Manolete.

            Risa. Nuestras miradas se cruzaron y por un instante deseé estar muy lejos de allí. En un lugar donde no nos mirasen miles de ojos como lechuzas. En un lugar donde la información sobre un editor no fuese poder, donde pudiera coger esa sonrisa y comérmela para siempre. O al menos en el para siempre que es una sola noche. 

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