Héroes caídos

 

Por Jesús Villaverde Sánchez. (@jesusvs_txetxu)

Aquella edad inolvidable. Ramiro Pinilla. Tusquets Editores. 232 páginas.

Lo superficial es, por norma general, mucho más visible que las intrahistorias. Ramiro Pinilla lleva toda su carrera intentando romper con esta afirmación, es decir, intentando dar luz a los pequeños dramas o felicidades cotidianas. En su nueva novela, Aquella edad inolvidable, título evocador donde los haya, elige a un futbolista, el delantero centro Souto Menaya, para llevar a cabo su misión.

El jugador tuvo su momento de gloria en la final de Copa del Generalísimo de 1943, que su amado Athletic le venció al Real Madrid en su propia casa, con un solitario y polémico gol del delantero, que pudo haberlo metido con la mano. Desde entonces, Souto, conocido como “el Botas”, se ha convertido en el héroe y la leyenda de San Mamés y de Getxo, ciudad en la que vive.

No ha sido un camino fácil: antes de que el Athletic llegase con su oferta profesional, Souto ha vivido como un ciudadano más, trabajando de albañil y jugando en el Getxo cada domingo. Pero ahora el delantero tocará brevemente el cielo, con el fichaje al equipo de sus amores, al que veía cada fin de semana junto a su padre Cecilio, y el gol de la final, para después permanecer en un largo infierno, gracias a una grave lesión que le deja cojo.

Así es como Souto llega a trabajar de ensobrador de cromos, uno de los pocos trabajos que le permite estar sentado y mantener su maltrecha pierna en reposo. La vida del futbolista cambia por completo junto a la de su humilde familia. Los mejores años de Souto se han esfumado en lo que tarda un niño en rellenar su álbum de cromos, y ahora sabe que él ya no podrá ser nunca el que fue. No podrá trabajar ni llevar una vida normal, y ni siquiera su novia Irune, la lechera, consigue alegrar su tristeza, por lo que decide no convertirse en una carga para ella y cortar la relación. Pronto tendrá que elegir entre seguir ensobrando cromos de la Liga, con la tristeza que le provoca ver su rostro entre todos sus compañeros, o aceptar una jugosa y oscura oferta de un periodista del diario Marca que le insiste y le tienta con una promesa casi irrechazable para que hable de aquel polémico gol.

La novela de Pinilla es un soberbio retrato familiar. Los Menaya nos abren las puertas de su casa en Getxo para que entremos en ella y descubramos la desdicha de Socorro, la madre de Souto, sin habla desde que perdió a su hijo pequeño en un trágico accidente; la ilusión de Cecilio, que por fin va a ver a su hijo en el club de sus vidas, o la relación turbulenta de Souto e Irune, que cada día va a casa de los Menaya a repartir leche con la esperanza de encontrarse al Souto del que se enamoró. Es por eso que Aquella edad inolvidable es una novela de intrahistorias más que de héroes. De ídolos venidos a menos, que ya no lo son, en todo caso.

Ramiro Pinilla ha acostumbrado a los lectores a crear un ambiente muy distintivo, que roza la cotidianeidad. Surgen así unos espacios en los que el lector se impregna del análisis del partido en el bar, tanto como de las conversaciones familiares de los Menaya, o se ve, de repente, sin que parezca extraño, dentro de San Mamés, en mitad de un partido o una negociación.

Poco a poco el fútbol va dejando su lugar central al día a día de Souto y su entorno tras la lesión. Lo que había empezado como una historia de fútbol, del Athletic, con su tensa relación con el régimen franquista y su nacionalismo, se convierte en un drama familiar en el que el deporte sólo es un telón de fondo, una parte de la escenografía en la que se apoyan el resto de las historias.

Aquella edad inolvidable es un canto al fútbol clásico, ese que se jugaba en domingo por la tarde y con botas negras, ese que ha sido sustituido por el fútbol de maniquí y salas de prensa a todas horas. Un canto al fútbol, a la historia del Athletic y una evocación de la derrota y el coraje de seguir adelante, pues la novela se compone de derrotas sucesivas y de ilustres perdedores que se reinventan una y otra vez para seguir con el curso de los días. 

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