De cuerdas y bananas

 

De cuerdas y bananas. Óscar M. Prieto

 

Un enorme tazón de macedonia para el desayuno. Nunca había visto tanta fruta de tantos colores, ni siquiera en un cuadro de Archimboldo. Y su sabor es como tener un circo dentro de la boca. Pero no es la fruta lo que más le sorprende. Ha quedado con Laura a las ocho y media en el comedor. É, sin embargo, ha bajado a las ocho. Tenía apetito y, ciertamente, nunca se ha caracterizado por cumplir estrictamente con citas y horarios. Además, quiere estar solo, necesita de la soledad para analizar la situación en la que se encuentra.

No es para menos, si la fruta es sorprendente, no menos sorpresa recibió ayer cuando le llamó por teléfono su responsable, Laura, para preguntarle si tenía vigente el pasaporte. Al contestarle que sí, ella le respondió: “¡Perfecto! Entonces nos vemos mañana a las 6:30 en la Terminal 3 del Aeropuerto. No necesitas mucho equipaje, una mochila y ropa de campo”. No entendía nada, pero ella ya había colgado.

Un día después, sigue sin entender nada, con el añadido de que ahora está en Uganda a miles de kilómetros de su casa. No encuentra la lógica de todo esto. En realidad, Cosmo esperaba la llamada de Laura, pero por otro motivo. Dos días antes había tenido una discusión acalorada con Laura. Al parecer, según ella, no sabía trabajar en equipo y sin esa cualidad no tendría sitio en la empresa. Le pidió que se fuera a casa. Tenía que tomar una decisión y ya se la comunicaría. Estaba claro lo que iba a ocurrir: lo despedirían. Y sin embargo, está en África, en África y perplejo.

Han cogido una avioneta para dirigirse a la isla de Ngamba. Laura sólo le ha dicho que quiere presentarle a una antigua compañera de estudios. Durante el trayecto ella va sonriente, lo que le inquieta. No le gustan las sorpresas. Por supuesto que él no sabe trabajar en equipo. Es más, no quiere trabajar en equipo. Nunca lo ha necesitado. Su expediente ha sido el más brillante en la Universidad y allí fue a buscarle la empresa para contratarle. Fueron ellos a buscarle. Y supone que lo ficharon por su talento y no para hacer jueguecitos de equipo. Esta es su opinión. Siempre se ha valido por sí solo y no le importa que los demás le consideren soberbio. Su trabajo le respalda y le da seguridad. El trabajo en equipo es para quienes no son capaces y el siempre ha sido capaz. Aunque ahora agradecería que le explicara qué sucede, qué están haciendo en mitad de un continente que nunca había pensado visitar.

Alicia Melis trabaja para el Instituto Max Planck de Alemanía y por lo que puede ver, Laura y ella son buenas amigas, aunque por la conversación y los efusivos abrazos debían llevar años sin verse. A Cosmo le resulta atractiva, siempre le han gustado las mujeres, pero se mantiene alerta, empieza a sospechar que se trata de una encerrona. Por eso no ha podido disfrutar del paisaje mientras se dirigían en un Jeep descapotable a lo que Alicia llamaba “el campamento”.

No estaba preparado para esto, nunca lo hubiera imaginado. Se trata de un recinto en el que hay monos por todas partes. “Chimpancés”, le corrige Alicia. Quieren mostrarle un experimento sobre el que han estado investigando.

En una jaula hay una canasta de bananas colgada del techo. Dejan entrar a un chimpancé. De la canasta bajan dos cuerdas. El primate descubre que para conseguir la codiciada comida debe tirar de las dos a la vez y finalmente lo consigue. Premio. Pero luego separan las dos cuerdas, a una distancia que hace imposible que el chimpancé logré tirar de ellas al mismo tiempo. Lo intenta pero fracasa. No hay manera. Merodea por la jaula, grita, se enfurece. Fuera hay otro grupo de chimpancés. Parece que ha tenido una idea. El mono sale y elige a uno de sus semejantes. Entran de nuevo en la jaula y después de varias tentativas consiguen hacer descender la canasta repleta de bananas. Lo han conseguido. Se han puesto de acuerdo para tirar cada uno de una de las cuerdas. Saltan de júbilo y disfrutan de los plátanos con voracidad. Se los han merecido. Sin el trabajo en equipo se habrían quedado hambrientos. Lo repiten varias veces más. Hay chimpancés más dispuestos a la colaboración que otros y a estos los eligen repetidamente. Una evidencia de que también ellos saben seleccionar a los compañeros más eficientes.

Alicia y Laura, le miran y sonríen. Cosmo se ha sonrojado. Laura se acerca a él y le coge del brazo.

– Hasta la persona más inteligente puede aprender de un chimpancé y siempre necesitará de la colaboración de otros para alcanzar sus metas. ¿Lo has entendido ahora? –le habla con cariño.

Cosmo lo ha entendido. Se avergüenza y se alegra. Toda una lección. Nunca la olvidará.

– ¡Gracias! –llevaba mucho tiempo sin pronunciar esta palabra y le ha gustado su sabor.

 

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