La decadencia de la ficción

The Decay of Fiction (Pat O’Neill, 2002)

 

Por Hilario J. Rodríguez

 

Más extraño que la ficción

         No es tan extraño que alguien se pare en mitad de la calle, sorprendido por un recuerdo o una sensación que le asalta de pronto. Otra cosa es que una escena así forme parte de una película titulada Más extraño que la ficción (Stranger than Fiction, 2006, Marc Forster) y que el personaje, al que llamaremos Harold Crick (Will Ferrell), esté oyendo en el interior de su cabeza la narración de su anodina y rutinaria existencia a cargo de una escritora (Emma Thompson), que en realidad está narrando su vida y que ya tiene previsto un final: su protagonista tiene que morir. Por supuesto, el primero que no estará de acuerdo con los planteamientos que la ficción intenta imponer en su destino será Harold Crick, a quien no le quedará otro remedio que pedir explicaciones a la escritora por lo que a él le parece una muerte injustificada, aunque su vida hasta ese momento no haya sido ni ejemplar ni demasiado feliz. ¿Es realmente necesario hacerle morir?, le preguntará. Según la escritora, sí porque sólo de ese modo ella conseguirá escribir una obra maestra. Como no quiero desvelar el desenlace, me conformaré con sugerir que detrás de un argumento tan peregrino por parte de la novelista hay una buena dosis de verdad con respecto a la reputación de la tragedia como elemento de peso para tomar más o menos en serio una película o un libro o en general una obra de arte.

Más extraño que la ficción

          Pero como no estamos aquí para hablar sobre el desproporcionado prestigio de la tragedia, quedémonos con el acto de rebeldía que se produce en Más extraño que la ficción cuando su personaje principal intenta cambiar el guión y, en lugar de comportarse como un corderillo en manos de un omnipotente creador, quiere recordarnos el cansancio que están experimentando ciertas fórmulas narrativas y de paso quienes las sufren, que comienzan a estar hartos de tener que morir para de ese modo ganarse un lugar en el panteón de la cultura. Lo que la película pone de manifiesto es que quizás haya una conspiración a gran escala detrás de buena parte del cine que vemos, que consiste en segundas y terceras partes, secuelas, precuelas, remakes, series, sagas, versiones libres… y en cualquier cosa menos en  productos originales.

Más extraño que la ficción

          Como si fuesen parte de una novela de Italo Calvino, David Foster Wallace o Enrique Vila-Matas, las imágenes de Más extraño que la ficción nos permiten penetrar en el interior de su mecanismo narrativo, para destapar así el grado de control en que vivimos, atrapados en las redes del comercio, la tecnología, la información, la política e incluso el lenguaje. Resulta un espectáculo tan fantástico que uno no sabe si tomárselo con calma o con miedo. ¿Será un caso de entropía o estaremos de verdad ante una conspiración a gran escala? El escenario, desde luego, podría adecuarse tan fácilmente a una pesadilla como a un parque de atracciones; es tan aterrador como divertido. Aun en el peor de los casos, eso sí, conviene recordar que toda conspiración parece arrastrar siempre cierto grado de absurdo, por eso a quienes las denuncian a menudo se les llama lunáticos. De lo que no cabe duda es de que, cuando nos adentramos en películas como Más extraño que la ficción, estamos muy cerca de los universos descritos por Laurence Sterne en Vida y opiniones de Tristram Shandy, donde la inteligencia y la paranoia se confunden; o por Lewis Carroll en Alicia en el país de las maravillas, donde la crueldad de la lógica y los juegos infantiles se dan la mano. La característica común de ese tipo de literatura y de ese tipo de cine es que sus personajes suelen ser neuróticos o solitarios o ambas cosas al mismo tiempo, gente con una visión muy peculiar del mundo.

Enrique Vila-Matas

David Foster Wallace

Vida y opiniones de Tristram Shandy, de Laurence Sterne.

Alicia en el País de las Maravillas, de Lewis Carroll.

          Bastantes películas recientes nos hacen pensar que posiblemente las historias muestran signos de cansancio porque ya nadie es capaz de mantener los géneros en los mismos márgenes de hace unas décadas. Eso explicaría que ahora sea necesario hacer mezclas, para ver cuál es el resultado. Frente a una realidad saturada por los medios de comunicación, Internet, el sonido de los teléfonos móviles o la omnipresencia de la publicidad, algunos directores no quieren conformarse con argumentos insignificantes y con recursos humildes, por temor a acabar haciendo trabajos efímeros. Adaptación (Adaptation, 2002, Spike Jonze), Olvídate de mí (Eternal Sunshine of the Spotless Mind, 2004, Michel Gondry) y cualquier otra película con guión de Charlie Kaufman pueden considerarse versiones actualizadas del cine de Alain Resnais o Jacques Rivette. Mientras las vemos, casi todos nos hacemos la misma pregunta: ¿de qué va la cosa? Gracias a Dios, acabamos concluyendo que lo más importante no es lo que se nos cuenta sino más bien cómo se nos cuenta. Al fin y al cabo, en un período de crisis narrativa, en el que las historias navegan a la deriva en busca de nuevos horizontes, es lógico que haya quienes desmonten los mecanismos de las ficciones, adoptando a veces una actitud lúdica aunque sin olvidar jamás las palabras de Thomas Pynchon cuando, en su novela V, decía: «Diviértete pero no te despistes».

Adaptación (Spike Jonze, 2002)

¡Olvídate de mí! (Michel Gondry, 2004)

          La metaficción tiene varios objetivos, entre ellos el de reconciliar nuestra relación con el placer y el aprendizaje, que todavía hay quienes creen que son conceptos antitéticos; sin embargo, su objetivo principal posiblemente consiste en destapar los procesos creativos de la ficción, por si en su caótico mecanismo podemos aprender algo sobre el funcionamiento del mundo y sobre el papel que nos toca jugar a cada uno antes de morir por un capricho del destino.

Thomas Pynchon: «Diviértete pero no te despistes».

 

* Publicado inicialmente en el suplemento Cultura(s) de La Vanguardia en febrero de 2007.

 

 

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