«Naturaleza y gobierno», por Zhuangzi

 

«Los caballos tienen pezuñas para poder ir por el hielo y la nieve, pelo que les protege del viento y del frío. Se alimentan de hierba y beben agua, mueven la cola y galopan. Esta es la naturaleza real de los caballos. No les sirven ni las grandes moradas ni los lugares de ceremonia.

Un día Polo (un famoso domador de caballos) se presentó y dijo: «Soy un buen domador de caballos». Los esquiló, les puso herraduras y los marcó. Les colocó estribos y sillas de montar, y los numeró distribuyéndolos en establos. A resultas de ello, dos o tres de cada diez murieron. Entonces los mantuvo hambrientos y sedientos, les hizo trotar y cabalgar, y les enseñó a correr en formación, con la miserable brida en la vanguardia y el miedo del látigo en la retaguardia, hasta que murieron más de la mitad. 

El alfarero dijo: «Soy muy hábil con el barro. Si lo quiero redondo, utilizo un compás; si lo quiero rectangular, una regla». El carpintero dijo: «Soy muy hábil con la madera. Si la quiero curva, utilizo un arco; si la quiero recta, una línea». Pero, ¿en qué nos basamos para pensar que la naturaleza del barro o la madera desea esta aplicación de la regla y el compás, los arcos y las líneas? Cada época abusa. Polo, con su destreza de domador, y alfareros y carpinteros, con su habilidad con el barro y la madera. Quienes dirigen -el gobierno- los asuntos del imperio cometen el mismo error.

Considero que quien sabe gobernar el imperio no debe hacerlo. La gente tiene ciertos instintos naturales: vestirse, cosechar y alimentarse. Esta es la característica común que todos comparten. Dichos instintos podrían denominarse «nacidos del cielo». En los días de perfecta naturaleza, los hombres eran sosegados en sus movimientos y serenos en su mirada. En esa época, no había senderos en las montañas, ni botes o puentes sobre las aguas. Todas las cosas crecían en su ámbito natural. Las aves y animales se multiplicaban; árboles y arbustos sobrevivían. Por lo tanto, aves y animales podían tocarse con la mano, y uno podía escalar y echar un vistazo al nido de la urraca. En los días de naturaleza perfecta, la gente vivía junto a aves y animales, sin hacer distinción alguna.

¿Quién sabía nada de distinciones entre caballeros y gente común? Al carecer todos ellos por igual de conocimiento su carácter no podía estropearse. Al carecer todos ellos por igual de deseos, gozaban de un estado de integridad natural. En ese estado de integridad natural la gente no perdía su naturaleza original».

 

(Citado en «Silencioso Tao», de Raymond M. Smullyan)

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