Andrés Neuman: “Veo a las mujeres como un material fascinantemente narrativo”

Por Esther Ginés.

Tres personajes en una situación extrema son los protagonistas de Hablar solos (Alfaguara), la nueva novela de Andrés Neuman. Narrada en primera persona, cada capítulo de este viaje tan iniciático como decisivo nos acerca a los pensamientos más íntimos y sinceros de Lito, Elena y Mario. El primero es un niño de diez años entusiasmado por los camiones; Elena, la madre, es una mujer que empieza a preparar un duelo inminente y que se aferra a la literatura como una tabla de salvación, y Mario, el padre, hace frente a las que serán sus últimas semanas de vida cumpliendo uno de los sueños más grandes de su hijo: hacer un viaje juntos en camión. Si toda literatura es la historia de un viaje, Hablar solos nos propone un recorrido por el dolor y el placer, por el universo del moribundo y del cuidador.

Cambias totalmente de registro en esta novela, contada a tres voces. ¿Qué era lo que más te atraía de este reto?

Me estimulaba la idea de oponerme a la novela anterior. Me aterraba la perspectiva de repetir la fórmula o quedarme instalado en la comodidad de un terreno que ya conocía. Quería que la forma, la estructura y el estilo fueran distintos de mis otros libros. Ya en El viajero del siglo hay un personaje muy importante que es una mujer, pero está narrada en tercera persona. Fue un personaje con el que intimé mucho, así que me sentía preparado para abordar la historia de Elena, narrada en primera persona por ella misma. Quería que hablara ella, que yo no tuviera nada que ver. En realidad, las tres voces planteaban una especie de imposibilidad, estaban al borde de lo decible: una de las voces es un niño, una experiencia que no volveré a hacer en ningún libro; la otra es la voz de un moribundo y representa una situación al límite, y Elena planteaba el reto de que yo no soy mujer. Son tres voces que me estimulaban mucho y creo que eran necesarias para contar esta historia de manera equilibrada.

Pero Elena es, sin duda, la gran protagonista de la novela.

Así es. Las tres voces, como digo, eran vitales, necesarias, pero Elena es la gran protagonista, es a la que más páginas dedico y tiene una voz muy literaria. Por un lado, en las historias de carretera, como es esta, históricamente siempre se ha tratado de apartar a las mujeres. Era una narrativa muy masculina, esa y la de los viajes. Y yo no me creo que Penélope estuviera parada todo el día esperando a Ulises mientras tejía y destejía. No me creo esa construcción tan masculina de la mujer que espera sentada a que el hombre regrese. Así que aquí la altero. Para crear a Elena me centré mucho en la observación. Veo a las mujeres como un material fascinantemente narrativo, ya que son lo que yo no soy. Cuando uno escribe se mete en la piel ajena, en el terreno del otro.

La historia cuenta un viaje. En el caso de Mario y Lito, una viaje físico. En el de Elena, un viaje sensorial, interior.

Hay dos tipos de novela: las que narran un viaje y las que cuentan un asedio. Yo quería que este libro contuviera los dos. Litio y Mario viajan, y Elena vive una situación opresiva, un verdadero asedio.

Los escenarios de la novela son fronterizos, como en El viajero del siglo.

Es algo que va dentro de mi personalidad. Nunca he podido elegir si soy de aquí o de allá. Cuando restrinjo la historia a uno de mis dos países, automáticamente sé que me falta el otro. En el caso de esta novela, las carreteras que recorren Mario y Lito parecen estar en la frontera imposible entre Latinoamérica y España. Hay referencias a la literatura y a la geografía de las dos orillas. Por el tamaño, a veces parece México, pero cuando describo un bar de carretera parece un escenario español. Me siento cómodo en esta frontera imaginaria, donde no tengo nada que amputar.

Elena, para intentar superar el dolor, se agarra a la literatura y al sexo, dos temas importantísimos en la historia.

Elena resiste contra la muerte ejerciendo sus dos placeres favoritos, la lectura y el sexo; a través de ellos piensa la muerte. Son dos placeres que no están aislados del dolor: ella busca un sexo que incluya el dolor y lee libros que la ayuden a entender su sufrimiento. Me atraía la idea de narrar cómo un lector va leyendo, qué subraya, qué comenta y piensa de tal o cual obra.

¿Qué voz te ha supuesto más trabajo?

La de Lito, sin duda. La dificultad con Elena era emocional y psicológica, pero con el niño la dificultad era estilística: no puedes hacer nada de lo que sabes hacer como escritor para contar algo. El léxico es muy restringido en ese caso.

El tema daba para una historia más larga, ¿por qué esta apuesta por la brevedad?

He cortado mucho, sobre todo de la parte de Elena. Me parecía que, por el dramatismo de las voces y la intensidad de la historia, la brevedad iba a jugar a su favor. Quería que fuera contundente, por eso la brevedad era necesaria.

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