ApocaElipsis

media-uploadPor JUAN LUIS MARÍN. Hoy se acaba el mundo. Es lo que afirman los catastrofistas. Niegan los científicos. Y deseamos muchos de los que no somos ni una cosa ni otra. Porque sería la mejor forma (sencilla, efectiva y ajena) de acabar con nuestros problemas. Sin tomar decisión alguna. Ni ser víctimas de estúpidos sentimientos de culpabilidad: adiós al plasta de tu marido o la pedorra de mi novia. Se acabaron los disgustos provocados por ese hijo adolescente proyecto de delincuente. Por no hablar de los políticos o el perro al que no hay cojones de sacrificar. No volveríamos al curro para hacer nuestro trabajo de mierda o ver la cara de gilipollas de nuestros compañeros. Se acabó la presión hipotecaria, el “no llego a fin de mes”, las facturas, el estres, las benzodiazepinas… Y, sobre todo, el miedo a convertirnos en un paria vagabundeando por las calles arrastrando un carrito de la compra repleto de cachivaches sin tener un techo bajo el que dormir o un grifo para lavarnos el culo. Porque, aunque ésta última parte se convirtiera en nuestra realidad, no seríamos los únicos. Y a todos nos encanta consolarnos. Como a los tontos. Empezar de cero porque no hay más huevos. Y ponernos a prueba ejerciendo un rol diametralmente opuesto al que hemos interpretado hasta ahora: supervivientes en un mundo oscuro y despiadado. Con un enemigo común. La naturaleza. Y si es de origen extraterrestre, mucho mejor. Porque… qué coño, ¿quién no se ha imaginado en la isla de Lost, peregrinando en Walking Dead, derrapando en Mad Max o, simplemente, en La Carretera?

El fin del mundo. El ApocaElipsis. Momento Kit – Kat. El paso de una vida a otra eludiendo lo que media entre ambas. La transición. El pánico. Abandonar el cadáver de un ser querido… o tener que alimentarte de él para sobrevivir. Los gritos previos al asesinato y la vejación. El temblor antes del derrumbe. Los pulmones a punto de estallar por la falta de oxígeno. El olor a vómito, mugre y muerte supurando de cada poro de tu piel. La desesperación. Y tu próstata, tan incapaz de retener la orina como tu esfínter una abundante diarrea.

Reflexiona sobre todo esto cuando despiertes mañana y veas que nada ha sucedido. Que nada ha cambiado. Y todo continúa como siempre. Cuando salgas a la calle y seas víctima de otro ataque de ansiedad y los deseos de estrangular a tu jefe o escupir a los políticos de turno; de romper con tu pareja, con tu familia, tus amigos… Con todo. De no tener que pensar en el dinero que no tienes… o el que se te escurre entre las manos o sangra de mil heridas mortales en esa cuenta corriente que te ha dado de todo salvo intereses.

Preferirías enfrentarte a un mundo plagado de zombies que a éste. Desearías atreverte a luchar. A echarle huevos. A ser valiente.

Desearías ser otro.

En otro mundo.

Pero eres quien eres.

Y vives donde vives.

¿Piensas hacer algo para cambiarlo?

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