LA CAJA II

media-uploadPor OSCAR M. PRIETO. El hablar por hablar, todavía sigue siendo una de las delicias que aún en tiempos de crisis y de apocalipsis nos podemos permitir. El derroche de palabras, el vivir por encima de nuestras posibilidades de lenguaje, el consumo excesivo de gramática, el no haber ahorrado ningún libro para mañana -o sólo uno, Las Metamorfosis, de Ovidio- por ahora, no hace peligrar el objetivo de reducción del déficit ni hace subir la prima de riesgo de la deuda soberana (esto sí que es verborrea).

No obstante, imbuido como estoy, no tanto del espíritu navideño, como del afán positivista y empírico que asola al mundo occidental desde que a Galileo le diera por mirar la luna por un telescopio (en lugar de apresarla en el fondo de un pozo como los fieros románticos), me he decidido a buscar una caja de verdad, de carne y hueso, para poder hablar con propiedad y rigor de ellas, de las cajas.

Amenazadas por los nuevos sistemas de almacenamiento informáticos, las cajas se han convertido en una especie endémica de los siguientes hábitats: el privilegiado alto de los armarios, la densa soledad bajo las camas y el Serengueti  de todos los desvanes.

En ellos me adentraré hasta dar con una de ellas o con una manada. Pero no hoy, que es Noche Vieja y todavía tengo que ir a hacer unos cuantos recados y quiero también recibir al Hombre de las trescientas sesenta y cinco cabezas que llegará hoy en el coche de línea.

Os deseo un feliz Año Nuevo.

Salud

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