LA CAJA III

media-uploadPor OSCAR M. PRIETO. Esta mañana, todavía, merodearán por algunos rincones de las casas, las cajas recién llegadas, que llegaron con los Magos de Oriente. Han pasado la noche preguntándose cuál será ahora su destino y lo cierto es que no hay muchas opciones.

Algunas servirán para encender la chimenea -sale un humo de un color singular cuando se prenden estas cajas de regalos-. Otras acabarán en el contenedor, matrioskas de otras cajas y envoltorios. También las habrá que, debido a su especialización, conserven su función originaria, estándar, guardando en su interior de continente, los contenidos para los que fueron concebidas. Sólo unas pocas, una extremada minoría, no sólo sobrevivirá sino que alcanzarán la libertad de vivir de otro modo, otro vida que nunca sospecharon los ingenieros que las diseñaron.

Estas son las que a mí me interesan, las que son capaces de reinventarse, de atreverse. Aquí, muy cerca de mí, tengo una caja grande cuyo pasado ha quedado suficientemente olvidado para convertirse en «La Caja del Nacimiento» (ahora, cuando acabe de escribir, lo tengo que guardar). También tengo a mi lado tres cajas elegantes -de buen barrio-, negras y delgadas. En su día fueron armario individualizado de camisas. Hoy guardan cada una de ellas mis tres últimas novelas: Las horas se ríen de mí, Love is a game y Berlin Vintage. También cubiertas con ese papel sedoso, vaporoso, que solían traer las cajas de camisas, cuando se hacían bien las cosas.

Salud

Oscar M. Prieto

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