Y de hierro se hizo al hombre (1ª parte)

Por María Fraile Yunta

 

No es Eolo el Hacedor, pese a morar en el Olimpo de los Dioses, pese a controlar el viento y la tempestad, pero sí el responsable de que una bocanada de aire se torne murmullo etéreo, se cuele entre las varillas de un arpa hasta hacerlas vibrar. Pero no, no es Eolo el Hacedor: es un simple transmisor, un elegido más que sin otro material que el viento obra para él desde el albor de la Edad dorada.

 

Se propagan los deseos divinos por soplos de aire hasta volverse acordes, tornando audibles los murmullos de Calíope, procurando que el mundo se haga eco de las palabras de Dios, que no del dios, ¿pues de quién si no emana la música celestial?

 

Es aleatorio lo que compone el descendiente de Hípotes: varía en función de la intensidad del viento, pero ese “pensador del vacío” que es El Músico de Rafael “busca la escala musical en el magma del hierro fundido”, rozar la armonía sonora que procede de la gravitación astral, explorando la obra legada por el Hacedor a la Humanidad: El cosmos del poeta, el de Filosofía, del Esplendor del hierro, “pasión de la sinfonía férrea”…

 

Todo esta ahí, contenido en una pirámide y en una esfera, en dos formas elementales que remiten a la geometría del Universo: el lenguaje de la música, el idioma de Dios, aquel capaz de hacer que, sin movernos, podamos ver las diferentes caras de un objeto, la de delante y la de detrás, la de un lado y la del otro; obtener una visión multifocal que funda el tiempo y el espacio: cuarta dimensión de la escultura para Rafael.                                                                                                             

 

Porque sí, con el Cubismo -que tanto le influyó- se pasó de imitar la realidad a interpretarla, mudando la apariencia de las cosas hasta acabar con el sistema de representación tradicional: las sombras que emite la verdad no son más que reflejos que hay que cuestionar, destellos de una belleza ideal que hay que comprender con los ojos del espíritu. Pero también, a que el espacio penetrase en la escultura hasta convertirse en un elemento esencial, tanto o más que la propia masa de piedra o que la misma membrana de hierro…

 

 Desde las costas de Eolia sopla el viento que hace vibrar el alma de aquellos cuyo oído percibe las notas que proceden del cielo. Dios es el artífice de esa armonía musical que emana de la rotación de los astros.

 

1. EL ARPA DE EOLO
Rafael Lapuente, El Arpa de Eolo

 

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