El cuento de 2012

 

El cuento de 2012

 

Por Sergi Bellver

 

Fotografía 100

Desde el pasado mes de diciembre hasta hoy he conseguido resistirme a participar en las dichosas listas de “los mejores libros del año”. Suelo preferir comentar obras que “votar” sin más por ellas y sus autores, por lo que justo ahora que ha remitido esa fiebre clasificadora escribo estas impresiones generales (totalmente prescindibles, como tantas otras cosas: si han de elegir, corran a leer un buen libro; de hecho, este artículo sólo sirve realmente para eso, para que los lectores tomen nota de unos cuantos libros y lean algo que merezca de veras la pena). Sin embargo, me temo que a la tercera me voy a dar por vencido y, muy probablemente, ésta será la última vez que haga mi acostumbrado repaso anual (desde 2010 en Culturamas, donde coordiné en sus inicios la sección dedicada el Cuento, y desde 2007 en mi antigua bitácora) a lo que ha dado de sí el género cuento en España. Sobre todo porque no he podido hacer un escrutinio tan exhaustivo como en años anteriores (en los que llegaba a leer dos libros de relatos por semana, entre novedades, traducciones y clásicos), ya que, enfrascado en mil tareas y la escritura de mis propios textos, no he tenido tiempo material para leer tantos libros de relatos como antaño (un ritmo que, me temo, tampoco podré recuperar en el futuro). Para defender este género no se me ocurre nada mejor que seguir con esas otras tareas: reseñar libros de relatos en los medios, leerlos y estudiarlos en mis talleres de narrativa y, claro, seguir escribiendo y publicando cuentos. También creo que es hora de dejar mi puesto en la atalaya virtual del cuento, quitarme el uniforme, calzarme unas humildes sandalias y salir a pasear extramuros (o sea, a escribir, sin más), porque, además de cierto desencanto, siento que, para bien o para mal, a estas alturas el cuento español no necesita militancia. Que, de una vez, el cuento español ya es mayor de edad.

Decir eso no parece gran cosa, y menos en un país en el que los jóvenes que estrenan la mayoría de edad hacen equilibrios entre la precariedad y la incertidumbre (me van a permitir el símil, muy ad hoc con el género, tal y como están las cosas), pero éste es el cuento que tenemos y, si anotamos sus inercias principales en los últimos años (cuando menos, las que creí vislumbrar en “El cuento de 2010” y “Los cuentos de 2011, y que me parecen aún vigentes) no hay indicios de que las cosas vayan a cambiar demasiado, sobre todo porque ya cambiaron, y de manera drástica, a finales de 2008, cuando nos las prometíamos muy felices por el despertar editorial del cuento y la crisis volvió a tumbarlo de un manotazo. Las reticencias de editoriales grandes y pequeñas a la hora de publicar libros de relatos regresaron con fuerza y continúan ahí, y más aún ante el tremendo y paulatino descenso general en ventas de ficción en español. Con ese panorama, el margen de maniobra se reduce y se sigue apostando por novelas de autores más o menos consagrados, aunque ni siquiera eso garantice la vida comercial de cada título. Nunca me canso de recordar (llámenme idealista, pero es lo que observo, al menos entre mis alumnos y también cuando los lectores de mis reseñas en los medios me hacen saber sus impresiones) que el buen lector termina tarde o temprano por apreciar la calidad y que el criterio puede cultivarse, de modo que insisto en que, a pesar de la papeleta que les ha tocado en estos tiempos complicados, me parece responsabilidad de los editores saber detectar y presentar el mejor relato breve. Ya saben, crisis es igual a oportunidad de cambio, y los avatares de la situación general podrían, de rebote, producir una sana criba literaria: si es cierto que “ya no se puede” publicar tanto libro de relatos, cabría esperar al menos que los que vieran la luz a partir de ahora fueran siempre de verdadera calidad. Es decir, que publicar a día de hoy un mal libro de relatos está, si cabe, menos justificado que nunca. No es sólo que el relato no venda, es que quizá tampoco se sepa venderlo bien. Tal y como están las cosas, con novelistas otrora superventas arañando unos pocos miles de ejemplares en la lista (ésta sí, implacable) del índice Nielsen, quizá no tenga demasiado sentido confiar tan ciegamente en un género sobre otro, sino sólo en la calidad literaria de una propuesta (vale, sí, llámenme idealista).

Interior azul

Para abundar en ello y no perdernos en la inercia de las cifras ni en la dinámica de las grandes cadenas de librerías, acudo a una librera tan carismática como Natalia Zarco, de la librería Galatea de Cambrils (Tarragona), siempre atenta a la buena literatura y azote implacable de mamotretos y folletines, para felicidad de sus mejores clientes. La librera confirma que “se vende poco, y el relato vende aún menos. Por más que yo me empeñe, es así. Las antologías de relatos, por ejemplo, a mi modo de ver, no suelen venderse apenas porque la gente no entiende ni le interesa el matiz que le damos los que estamos en este mundillo”, y, al preguntarle por alguna joya escondida entre los libros de relatos que han navegado en sus góndolas a lo largo de este año, que para eso tengo una buena librera a mano, me recomienda con entusiasmo Interior azul, de la barcelonesa Anna R. Ximenos, publicado aquí por la filial española del Fondo de Cultura Económica. El lector medio (es decir, ni el intelectual ni el experto, pero tampoco el que se contenta con un par de bestseller al año) quiere buenas historias y se dejará seducir por ellas, vengan en un molde u otro, siempre que estén bien escritas y le aporten algo. Es así de simple. Sin embargo, a día de hoy, además de los editores, y aunque algunos lo han intentado (doy fe), ni la crítica, ni las revistas literarias y suplementos culturales, ni los agentes de los que cabría esperar cierta educación del criterio lector han sabido o han logrado cambiar la percepción general de que el cuento, en España y al menos editorialmente hablando, sigue siendo un género menor. Para esa labor “docente” o formativa del criterio del lector podemos confiar también en los buenos libreros, que haberlos haylos, pero aunque crucial, ellos son sólo el penúltimo eslabón de la cadena.

Sin embargo, termino estos dos últimos párrafos, releo y pienso de nuevo en esa papeleta, en las dificultades que me consta que muchos buenos editores, en especial los más modestos, tienen para publicar todo lo que realmente les gustaría. De modo que, para intentar ser justo, le pregunto por su punto de vista a dos de los editores que conocen más de cerca el cuento desde esa otra primera barrera, tan expuesta, pues al fin y al cabo son quienes invierten su capital y esfuerzo para que los libros lleguen a los lectores. Juan Casamayor, el responsable de Páginas de Espuma, la editorial española que, junto a la palentina Menoscuarto, más atención le dedica al relato, opina que “respecto a años anteriores, no ha habido cambios esenciales en el cuento desde el punto de vista editorial. Dentro del descenso extremo y generalizado de ventas, la experiencia está siendo complicada, pero no más que en otras especialidades”. Señala también “la continuidad del Encuentro Internacional de Cuentistas de la FIL de Guadalajara o, sin salir de México, el programa Café Chéjov” como dos iniciativas interesantes en torno al relato en castellano y cree que “literariamente, el género pasa por un buen momento. Sobre todo hay nuevas voces que sorprenden por fantásticos primeros libros”. Por su parte, Pablo Mazo, del sello madrileño Salto de Página, va un paso más allá y cree que “el panorama está muy feo, peor que hace un par de años. Sería largo extenderse en la forma en que la crisis (la general y la del sector) afecta al micromundo del cuento, pero creo que uno de los aspectos en los que el deterioro es más significativo es el mediático. Es decir, con la brutal y progresiva precariedad de las condiciones de trabajo, el cierre de medios y la escasez de espacios, casi se ha extinguido ese oasis que hubo hace tres, cuatro, cinco años (cuando gracias a la red conocí a varios críticos que sabían del género y a cuentistas que ahora están publicando) en el que el aficionado podía acercarse a buscar crítica rigurosa y discusión relativamente sana”.

Pero mirémonos ahora la viga en el ojo. Tal vez los autores también tengan su parte de responsabilidad. Quizá, simplemente, no estén escribiendo grandes libros de relatos. O tal vez el temor a pasar desapercibidos les lleve a probar suerte con la novela o a convertir un libro de cuentos en una “novela fragmentaria”, con tal de evitar la negativa del editor, la indiferencia del crítico y, lo más importante, el desinterés del lector. Es humanamente comprensible, porque todo escritor tiene derecho a intentar vivir de su vocación, una pretensión cada vez más complicada, cuando no directamente utópica. Sin embargo, con lo flacas que vienen estas vacas desde hace años, quizá un escritor realmente vocacional de relatos debiera pensar más en producir la mejor leche que en vender la vaca al peso a una cadena de hamburgueserías, es decir, centrarse más que nunca en la calidad y no tanto en la cantidad y presunta rentabilidad de su narrativa. Pero no vamos a culpar tampoco a la parte indispensable de este asunto, que bastante tiene con conseguir publicar y salir adelante. Parecería lógico que, más allá del hecho artístico, un tejido editorial y cultural fuerte alimentara a la buena literatura y viceversa, entendiendo como “buena literatura”, cuando menos, la que alcance cierto grado de excelencia en el oficio, sin pensar ahora en la posteridad ni ponernos solemnes, un veredicto que le corresponde sólo al tiempo. Por eso, nos guste o no (no tiene que ver con ningún complejo de inferioridad, sino con ese tejido que sustenta la obra de los autores), el relato norteamericano, por ejemplo, sigue unos cuantos pasos por delante del nuestro, en lo literario y en lo editorial: porque todo el mundo (empezando por autores y lectores) se lo toma allí tan en serio como cualquier otra forma narrativa. Viene siendo así desde hace mucho, de modo que toca asumir que ésta es la mayoría de edad del cuento español, un hijo voluntarioso pero algo limitado, al que no se lo hemos puesto fácil ni sus padres ni sus padrinos, pero que se las apaña lo mejor que puede.

Cuentos andén

En cuanto a acontecimientos relacionados con el género en España en 2012, no encuentro demasiados motivos para detenerme en, por ejemplo, sus principales galardones (en los que aún sobreviven, quiero decir). Baste señalar que premios como el Tiflos siguen pasando sin pena ni gloria entre los lectores por la extraña dejadez de la editorial encargada de su publicación (aun cuando Castalia fue absorbida por un grupo como Edhasa), que el Setenil recayó merecidamente este año en un buen conjunto de relatos como El libro de los viajes equivocados, de Clara Obligado, o que en estos momentos deben de acumularse los originales a revisar en la última convocatoria del sustancioso galardón organizado por las bogedas de la D.O. Ribera del Duero y la editorial Páginas de Espuma, un premio del que conoceremos el ganador en primavera. Hay que celebrar la consolidación de algunas iniciativas en torno al relato breve como, sobre todo, la de la revista madrileña Cuentos para el Andén, o la supervivencia (milagrosa, con la que está cayendo) en esa misma ciudad de la librería Tres rosas amarillas. Y cabe cuestionar también el rigor editorial en torno a otras aventuras, como la publicación de narrativa breve de forma un tanto descuidada por parte de algunas editoriales digitales, ya que editar (en su sentido más anglosajón) supone mucho más que convertir un archivo de texto en otro para libro electrónico. En este sentido, sería interesante imitar a la industria musical y poner en circulación relatos sueltos, sí, cápsulas narrativas en formato digital o en papel, pero sin renunciar nunca al buen trabajo editorial, es decir, al criterio, la criba y las labores de poda y saneamiento que todo buen texto agradece. En otras palabras, para ser algo más que un “impresor” (en papel o formato electrónico), el editor tiene que ganarse el rango con su trabajo.

Por lo que respecta a antologías, 2012 ha sido un año de aguas tranquilas. Si en 2010 hubo voluntad de establecer una suerte de canon o, cuando menos, de tomarle el pulso al relato de la primera década del siglo (una doble operación con más aciertos que errores, como señalé en su día cuando hablé de las “Nuevas y viejas voces del cuento” en la revista Kafka), desde 2011 apenas destacan algunas antologías temáticas o de género. En 2012, sin duda, la más seria y significativa ha sido Prospectivas. Antología del cuento de ciencia ficción española actual, preparada por Fernando Ángel Moreno para la editorial Salto de Página. A pesar de que, como saben muchos otros libreros además de Natalia Zarco, y como sufren unos cuantos editores, el formato del libro colectivo de relatos no parece terminar de seducir a los lectores, y menos aún a los ocasionales, todavía echo en falta una gran antología del cuento en español que abarque lo publicado en España e Hispanoamérica en las últimas décadas. Un repaso ambicioso al cuento contemporáneo para el que, sin duda, haría falta una editorial audaz y un tanto quijotesca que pensara más en un libro de fondo para su catálogo que en los resultados comerciales inmediatos.

Microrrelato

Aunque no soy desde luego un experto en el tema, creo que toca hacer mención aparte del microrrelato. Simple cuestión de medidas para unos, género dentro del género para otros, o forma literaria aparte (entre la narrativa, el aforismo y la poesía) para unos cuantos, sin duda ha cosechado adeptos en los últimos años, cuando menos entre los autores, quizá envalentonados por la presunta accesibilidad del género (equívoca, pues nada más complejo que decir mucho con poco). El microrrelato ha recogido también en parte el testigo del cuento en las redes, donde antaño (entre 2007 y 2009, sobre todo), como sugiere también Pablo Mazo en su comentario, y gracias sobre todo a varias bitácoras, el fenómeno del relato breve movía y reunía voluntades, creaba sinergías y fomentaba la lectura atenta del género. Salvo por algún que otro resistente con síndrome de náufrago en su torre de marfil, aquella efervescencia en torno al cuento en las redes se apagó, y desde hace un tiempo es el microrrelato el que en blogs, revistas digitales, redes sociales y hasta programas de radio parece un organismo más vivo. Sin duda, 2012 ha sido un año importante en cuanto a antologías dedicadas al género y con intención canónica, como Mar de pirañas, de la editorial Menoscuarto, elaborada por el crítico y profesor Fernando Valls, el experto más curtido y firme defensor del microrrelato en España, y la de la prestigiosa editorial Cátedra, Antología del microrrelato español (1906-2011), a cargo de Irene Andrés Suárez.

Como ya he dicho, y aunque he publicado y editado microrrelatos, no soy un verdadero conocedor del género, así que para saber un poco más de su deriva actual acudo al salmantino Manuel Sánchez Vicente, autor seleccionado en las dos recopilaciones mencionadas y uno de los exponentes más activos del último microrrelato en España, quien opina que “el año 2012 ha estado marcado por esas dos antologías de carácter histórico. La de Irene Andrés Suárez para Cátedra es, en mi opinión, el espaldarazo definitivo a un género joven y de moda, pero que corre el riesgo de saturarse y no sobrevivir a sí mismo si no cuenta con apoyos académicos y trabajos serios como el que ha realizado Irene para una editorial que se estudia en los institutos, por lo que supondrá una gran puerta para que los jóvenes reconozcan la entidad propia de este género. En esta antología se recoge por primera vez la historia del microrrelato contemporáneo en España, desde Juan Ramón Jiménez hasta Manuel Espada, un servidor, que ha tenido la suerte de cerrar el libro. Por otro lado, la antología de Fernando Valls para Menoscuarto, Mar de Pirañas, recopila el trabajo de multitud de jóvenes, mezclado con el de algunos consagrados, que practican el género del microrrelato desde hace unos años y que constituyen un gran vivero de talento y ganas”. Manuel me informa también de que la editorial Talentura publicará en 2013 otra antología, a cargo de Rosana Alonso y el propio Manu Espada, con los miembros de lo que entre los microrrelatistas se conoce como “Generación Blogger”, y añade que se tratará de “una selección de relatos inéditos con los mejores microrrelatistas nacidos al calor de los blogs y de concursos como Relatos en Cadena, organizado por la SER y Escuela de Escritores, o el premio Diomedea”  (organizado y perpetrado con alevosía por un servidor, durante casi dos años, en mi antigua bitácora). De ese vivero en la red van llegando poco a poco al papel un montón de autores. Manuel destaca en particular a Agustín Martínez Valderrama y coincide conmigo al reparar en algunos de los mejores libros de microrrelatos de la cosecha del 2012, como Los años de lluvia, de Jesús Esnaola (Paréntesis), el estupendo Los otros mundos, de la mencionada Rosana Alonso (Talentura) o, blogs aparte, Teatro de ceniza, de Manuel Moyano (Menoscuarto), “un libro muy poderoso que, a mi parecer, se va a convertir en un clásico del género”, añade Manuel.

Billie

Para saber qué libros de relatos publicados en España durante 2012 (traducciones aparte) me han parecido más destacables, bastaría con seguir el rastro de algunas de las reseñas que he ido publicando en los medios. Menos que en años anteriores, porque he tenido aún menos espacio, pero por eso mismo tal vez más significativas, pues la criba ha sido más compleja. En este sentido, y volviendo un poco a la poca presencia del relato en las revistas y suplementos literarios, al hacer repaso de las reseñas que he ido publicando en el suplemento Culturas del diario La Vanguardia, en la revista Qué Leer o en la publicación local BCN Mes, me he dado cuenta de que he dedicado más de la mitad de mis textos críticos a libros de relatos, entre españoles, latinoamericanos y traducidos. No se me ocurre, como decía al principio, mejor manera de apoyar al género que acercárselo al lector, darle unas cuantas claves y dejar que él decida. En esa misma dirección, me gustaría añadir algo que me parece significativo: ni Sergio Vila-Sanjuán ni Milo J. Krmpotic’, mis jefes en Culturas y Qué Leer, respectivamente, me han puesto nunca objeción alguna al hecho concreto de que les propusiera reseñar un libro de relatos en vez de una novela, si yo entendía que la calidad de la obra lo merecía. Por lo tanto, no hay excusas para que cualquier crítico literario no se fije en el cuento como un género literario de altura.

Llama la atención la irrupción en 2012 de varios narradores latinoamericanos en el panorama editorial español del cuento. Tal vez la más llamativa sea la del excelente escritor mexicano Alberto Chimal, de cuya narrativa breve el crítico Antonio J. Morato seleccionó los relatos del libro Siete (Salto de Página). Otro de los hallazgos trasatlánticos del año ha sido la edición española, a cargo del sello aragonés Tropo, de Vacaciones permanentes, que la boliviana Liliana Colanzi había publicado con la editorial El Cuervo en su país.Precisamente su compatriota Edmundo Paz Soldán, a quien ya conocíamos por estos lares gracias a sus novelas,ha publicado en el último tramo del 2012 uno de los conjuntos de relatos más interesantes de la temporada, Billie Ruth (Páginas de Espuma). América sigue siendo un filón para el mejor relato, y de algunos ilustres cuentistas latinoamericanos que ya no están entre nosotros, como el original y desapercibido Francisco Tario (mexicano) con La noche, o el inigualable y genial Felisberto Hernández (uruguayo) con La casa inundada, la editorial Atalanta ha recuperado en 2012 sus mejores textos para la colección Ars Brevis. Pero no sigamos por esa senda, ni por la de los libros traducidos de lenguas extranjeras (porque entonces no daríamos abasto y tendríamos que empezar mencionando joyas tan singulares como los relatos de Peking by night, de Svetislav Basara, publicados por Minúscula), y regresemos a los autores españoles actuales, aunque me detendré antes en otro libro de cuentos en particular, uno de los mejores en el arranque de 2012: el convincente Un montón de gatos, de Eider Rodríguez (Caballo de Troya), autora vasca que escribe y publica primero en euskera y luego traduce al castellano sus relatos, pero que, hasta donde sé, revisa y edita a fondo sus textos en ese proceso, por lo que su propia traducción se convierte en todo un trabajo de autoría. Capítulo aparte (que dejaré para otro día, por sangrante) merece el cuento en catalán, en un año en el que los lectores en castellano han visto pasar de largo el centenario de un cuentista contemporáneo de talla europea como Pere Calders, ya que ninguna editorial ha considerado acometer la tarea de actualizar y presentar sus cuentos al lector en castellano, es decir, no sólo al español, sino también al hispanoamericano. Respecto al cuento escrito en gallego, en otoño de 2012 llegó la traducción al castellano de la Narrativa breve completa de Carlos Casares, por parte de la editorial barcelonesa Libros del Silencio.

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Como ya avanzaba a finales del año pasado, la editorial Menoscuarto ha demostrado una buena visión del juego a la hora de fichar a lo mejor de una generación de cuentistas españoles para su colección Reloj de Arena. Autores de poco más de cuarenta años que vienen a completar, junto a las firmas más veteranas, un catálogo cada vez más sólido: La piel de los extraños, del laureado Ignacio Ferrando, Ahora tan lejos, el primer libro de relatos de Javier Sagarna y, en la recta final del año, Safaris inolvidables, la confirmación como cuentista de Fernando Clemot, se unen a la piedra de toque (por su recepción crítica durante todo 2011) que resultó ser la publicación (a finales de 2010) del alabado libro de relatos Llenad la tierra, de Juan Carlos Márquez.

Precisamente del autor bilbaíno llegó para cerrar el año la reedición de su libro de relatos Norteamérica profunda, rescatado por la editorial Salto de Página, que se ha apuntado en un mismo movimiento dos de los tantos de la temporada: el estreno más sonado y, probablemente, si no el mejor libro de relatos del año, sí el más original. Me refiero a los cuentos del joven Juan Gómez Bárcena, que con su libro Los que duermen nos ha regalado un verdadero prodigio de mirada e imaginación. Apuesto a que Salto de Página ha descubierto una voz que va a tener mucho que decir en el cuento español de los próximos años. También me han parecido muy reseñables los primeros libros de relatos de dos autoras: Segunda residencia, de Margarita Leoz, con quien el sello Tropo sigue horadando esa cantera de talentos que es su colección Voces, y el atractivo Casi tan salvaje, de Isabel González, la autora novel del 2012 en Páginas de Espuma.

La misma editorial ha publicado una de las mejores y más necesarias retrospectivas cuentísticas del año, la recopilación de los Cuentos completos del singular Javier Tomeo, a cargo del escritor Daniel Gascón. No abundaré sobre ello porque tengo pendiente de publicación mi crítica de dicho libro para el suplemento Culturas, pero huelga decir que Tomeo me parece uno de los cuentistas que más y mejor han influido en toda una hornada de nuevos cuentistas españoles. Quiero hacer también mención especial, a pesar de tratarse de un autor argentino, de los Cuentos completos del enorme e imprescindible Juan José Saer, porque el sello El Aleph ha recuperado para el lector español la obra de uno de los mejores cuentistas latinoamericanos, a menudo eclipsada por la de otros autores con más predicamento por estos lares, como, sin ir más lejos, Gabriel García Márquez, de quien Mondadori ha publicado también este año Todos los cuentos. Otras dos compilaciones que me han interesado de la narrativa breve de autores españoles consagrados han sido Mala índole, de Javier Marías (Alfaguara) y Todos los cuentos, del gran Antonio Pereira, publicados por Siruela, editorial que prepara para 2013 un libro que, según me cuenta el editor Juan Casamayor, ha leído en su versión mexicana de Sexto Piso y le ha gustado mucho: De repente llaman a la puerta, de uno de mis cuentistas favoritos, Etgar Keret. Esta temporada promete otros nuevos títulos de autores tan potentes como el argentino Gustavo Nielsen, que no es el señor del índice cruel, sino un cuentista macanudo, autor de La fe ciega (Páginas de Espuma, 2008) y del que un servidor aguarda su próximo trabajo con muchas ganas. Esperemos pues que 2013 nos traiga también otros libros de relatos igual de ilusionantes de autores españoles.

 

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