Aquella polémica que protagonizó Julio Cortázar

La mantuvo con el escritor colombiano Oscar Collazos. Un interesante cruce de opiniones sobre el punto de vista desde el que los escritores escriben sobre la realidad.

Polémica ideológica y teórica, tal vez, pero de no menor repercusión literaria, fue la que mantuvo Julio Cortázar con el escritor colombiano Oscar Collazos, por entonces joven novelista y ensayista de 26 años, director del Centro de Investigaciones Literarias de Casa de las Américas (Cuba).

La misma se originó en un artículo de Collazos publicado en Marcha de Montevideo, en agosto de 1969, y fue reproducida (con la autorización de Marcha, impedida de entrar en la Argentina por expresa prohibición del gobierno de Onganía) en la revista Nuevos Aires (nºs 1 y 2), que fundamos y codirigimos Vicente Battista y el autor de estas notas.

Collazos (“La encrucijada del lenguaje”) aludía críticamente a Cortázar, a trabajos suyos, y a ciertas opiniones en las que veía una fuga de la realidad. Cortázar, sensible como siempre a la crítica, especialmente a la que venía de su propio campo de ideas y afinidades, contestó mostrándose un temible y hábil polemista. La nota en cuestión se titulaba “Literatura en la revolución y revolución en la literatura”, y sirvió para fijar los límites dentro de los cuales manejaba el “compromiso” literario, y para comprender qué entendía él por revolucionario en el campo de la literatura. Entre los argumentos más fuertes que esgrimió, figuran estos: “Si la física o las matemáticas proceden de la hipótesis a la verificación, e incluso postulan elementos irracionales que permiten llegar a resultados verificables en la realidad ¿por qué el novelista ha de rehusarse estructuras hipotéticas, esquemas puros, telas de araña verbales en las que acaso vendrán a caer las moscas de nuevas y más ricas materias narrativas?/…/la novela revolucionaria no es solamente la que tiene un ‘contenido’ revolucionario sino la que procura revolucionar la novela misma, la forma novela, y para ello utiliza todas las armas de la hipótesis de trabajo, la conjetura, la trama pluridimensional, la fractura del lenguaje”.

Las consideraciones de Cortázar alcanzan un alto nivel teórico e ideológico sobre temas centrales que en este campo siempre debatió la izquierda: el papel de la realidad en el arte, el de este en la sociedad: “…el hombre histórico/…/no es solamente el hombre inmerso como colectividad en un Tercer Mundo que le rehúsa su auténtico destino./…/La auténtica realidad es mucho más que el ‘contexto socio-histórico y político’, la realidad son los setecientos millones de chinos, un dentista peruano y toda la población latinoamericana, Oscar Collazos y Australia, es decir el hombre y los hombres, cada hombre y todos los hombres, el hombre agonista, el hombre en la espiral histórica, el homo sapiens y el homo faber y el homo ludens, el erotismo y la responsabilidad social, el trabajo fecundo y el ocio fecundo; y por eso una literatura que merezca su nombre es aquella que incide en el hombre desde todos los ángulos (y no, por pertenecer al Tercer Mundo, solamente o principalmente en el ángulo socio-político), que lo exalta, lo incita, lo cambia, lo justifica, lo saca de sus casillas, lo hace más realidad, más hombre, como Homero hizo más reales, es decir más hombres, a los griegos, y como Martí y Vallejo y Borges hicieron más reales, es decir más hombres, a los latinoamericanos”.

Este es el hombre (y consiguientemente: el lector) pluridimensional al que quiere él dirigirse. A lo que agregaba, recordando unas líneas famosas: “…esta búsqueda de una realidad multiforme no puede ser tachada de escapismo; sería tan necio como reprocharle al Che que en un momento crucial, frente al enemigo, se acordara de un pasaje de Jack London, es decir de una pura invención que ni siquiera correspondía al contexto latinoamericano, en vez de evocar, por ejemplo, una frase de José Martí”.

Finalizaba Cortázar con algunas referencias a la responsabilidad y la moral de los escritores latinoamericanos, y con una frase que desde entonces hizo época en cuanto a las armas que son propias de los escritores, el avance en profundidad, y el subrayado de que “uno de los más agudos problemas latinoamericanos es que estamos necesitando más que nunca los Che Guevara del lenguaje, los revolucionarios de la literatura más que los literatos de la revolución”.

Entre el esteta que se fue de Buenos Aires porque no podía escuchar en paz a Bela Bartok y este ciudadano del mundo, militante y comprometido, había una distancia considerable. Era, ahora, un ser absorbido por la política, por lo que él llama y asume como “el destino de América latina”, por las preocupaciones humanistas y socialistas. Habla de la desnivelación social, del futuro latinoamericano, de la intención de fundar una revista en París, dedicada a los problemas culturales y políticos del continente. No deja, ciertamente, de lado la literatura, pero trata de integrarla en el conjunto de las nuevas ideas que comparte. Quizás aún no lo sepa, pero esta será su elección definitiva. Aunque puede suponerlo, ya que en el acápite de “El perseguidor” inscribió uno de sus lemas preferidos: “Sé fiel hasta la muerte”.

Fuente. Télam

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