Bailando en Odesa

Música humana

 

Bailando en OdesaBAILANDO EN ODESA, de Ilyá Kamínsky

 

Traducción y prólogo de G.A. Chaves

Colección Jardín Cerrado

Libros del Aire

Sevilla, 2012, 154 pp.

 

 

Por Gustavo Solórzano-Alfaro

 

 

Para escribir es necesario ser extranjero: de uno mismo o separado de la tierra que nos ve nacer. Ósip Mandelstam, desterrado a los Urales por Stalin a causa de un poema nunca dejó Rusia, pero fue un “inmigrante espiritual”. Años después, el niño Iliá sí abandona Rusia, siguiendo la ruta de tantos, para construir una patria solo posible en “un lenguaje más oscuro en el que imaginación / es la única palabra”. Luego dirá: “Me fui para siempre de tu Rusia, con poemas cosidos en mi almohada / apurándome hacia mi propio entrenamiento”.

 

Alejarse de la tierra natal implica construir una nueva casa: “en una ciudad que no pertenece a nación alguna / sino a todas las naciones del viento”. Kamínsky consigue ser ciudadano del mundo, “en una casa cuyo techo sea mi vida”, pero sin olvidar la casa-patria: “Creo en la infancia, una tierra natal de exámenes de matemáticas / que vuelven y no vuelven”.

 

Música humana. Iliá Kamínsky (1977) es sordo. Señalarlo no busca compasión. Apunta al encuentro con la música como lenguaje profundo: “Me imaginaba que su voz debía oler a naranjas”. No es casual que su primera obra (Música humana, incluida en este libro) aluda al sonido, como Bailando en Odesa al ritmo.

 

Kamínsky, reconocido con entusiasmo por la crítica, es absolutamente original. Inscrito en la tradición de inmigrantes rusos a EE. UU., como Brodsky, sus poemas conjugan la magia y el asombro con la detallada observación del mundo cotidiano.

 

El libro abre con “Oración del autor” (“Si he de hablar por los muertos, tendré que abandonar / este animal que es mi cuerpo.”) y cierra con “Alabanza”. En medio, cuatro partes diversas en tono y estilo. En apéndice para esta edición castellana se agrega “Sonia y su cuento de hadas”, publicado en la revista Harvard Review.

 

“Bailando en Odesa”, primera parte, es el preámbulo del viaje: “Yo recuento la historia que la luz bosqueja / en mi mano”. Está ahí la observación aguda sobre la propia persona y su familia. La segunda, “Música humana, es una elegía por Mandelstam que mezcla versos íntimos con una prosa que nos acerca a la vida de este autor, a quien describe como “Un Orfeo moderno: lo enviaron al infierno y nunca regresó”. La tercera parte, “Natalia”, ofrece poemas escritos en un lenguaje que provoca extrañezas: “La parte de atrás de su rodilla: un territorio bendito. Ahí guardo mis deseos […] Déjame besarte adentro de tu codo, / Natalia, hermana de los cuidadosos”. La cuarta sección, “Músicos ambulantes”, rinde homenaje a voces que lo rodean desde un pasado mítico: Celan, Babel o Tsvietáieva lo acompañan en ese descubrimiento de sí mismo.

El libro es la forma de Kamínsky para asimilar una nueva cultura. Sus poemas son el itinerario de un inmigrante sordo que debe aprender a conciliar pasado y presente, su patria de nacimiento con la actual y la música de la tradición con su propia música interna. Pero el tema de la migración y el dolor del desarraigo, tan caro a la tradición literaria rusa, adquiere un nuevo cariz en sus manos. Su obra es una celebración antes que un lamento. El poeta, con acento crepuscular, parece reconciliado con su “destino”.

 

Si en “Oración del autor” hay deseo de llevar a buen término su tarea, “Alabanza” es el logro: “una mujer pide un cuento con un final feliz. No tengo ninguno […] —al ritmo de la nieve / las torpes frases de un inmigrante acaban en discurso”. Delicado en la forma, épico en el tono, es un cierre espectacular para un libro maravilloso.

 

Traducir. La oportunidad que tiene ahora el lector hispanoamericano de encontrarse con la obra de Kamínsky es de suma importancia, y que sea gracias a un traductor costarricense no es un acontecimiento menor. G. A. Chaves ha retomado una tradición rica en las letras castellanas, que tuvo grandes exponentes en Costa Rica, como José Basileo Acuña o Joaquín Gutiérrez, pero que ha sido descuidada recientemente, como si el diálogo que atraviesa los lenguajes no fuese importante y los poetas no se preocuparan más por esas músicas en otros tonos y latitudes.

 

La traducción de Bailando en Odesa nos enfrenta con una obra que va en camino de convertirse en clásica. El trabajo de Chaves es enorme, igual que lo fue su traducción de Robinson Jeffers (Fin del continente. Antología mínima), y esta labor debe ser reconocida, porque ha vuelto a poner en primer plano la importancia de la traducción gracias a esta “historia personal en clave de sueño” -como afirma en el prólogo-, un sueño desde el que Kamínsky nos interpela: “Escúchame contar este cuento / desde los confines imaginados de la tierra”.

 

                                                                                                   

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