SMILEY: San Valentín en el Espai Lliure de Montjuïch

Por Care Santos

Guillem Clua es, sin duda, uno de los nombres más interesantes de la dramaturgia catalana contemporánea, al que avalan sobradamente algunas de sus propuestas anteriores, como Marburg, acaso su texto más conocido hasta el momento, estrenado hace un par de temporadas en el Teatre Nacional de Catalunya. Ahora rinde homenaje a la comedia romántica clásica con un texto que es mucho más que eso: Smiley. Estrenado antes de las pasadas navidades en la diminuta sala FlyHard de L’Hospitalet, donde no pasó inadvertido, llega ahora a l’Espai Lliure de Montjuïch para su puesta de largo. Guillem Clua firma también la dirección de un reparto formado por sólo dos actores: Albert Triola y Ramon Pujol. Teatro de pequeño formato, o adaptado a la contemporaneidad, pero sólo en su formato, porque Smiley es un texto grande, redondo, que ofrece una mirada crítica sobre ciertas prácticas del colectivo homosexual al mismo tiempo que reivindica el amor como aniquilador de prejuicios. Un espectáculo que hace disfrutar desde el primer momento y que promete inteligencia, risas y un par de interpretaciones magníficas. Destaca, sin duda, la de Albert Triola, que en el papel de Bruno descubre no sólo su versatilidad, sino su enorme vis cómica. Teatro del que no se deja olvidar fácilmente, que nadie debería perderse.

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Culturamas ha entrevistado a dos de los principales protagonistas de este estreno, que no podía llegar en momento más oportuno que el día de San Valentín. Guillem Clua nos habla de su relación con la comedia. Albert Triola nos cuenta cómo se vive la proximidad con el público y sus emociones en relación con este texto y con el escenario que lo acogerá.

 

Guillem Clua: «El bufón es siempre el que dice las verdades más amargas»

—Hay en “Smiley” un homenaje explícito a la comedia romántica clásica, con referencias, por ejemplo, a La fiera de mi niña. ¿Cuál es su relación con ese tipo de cine?

—Para mí, las comedias románticas son lo que los americanos denominan un “guilty pleasure”, es decir, que las disfruto mucho aun siendo consciente de la simplicidad de sus planteamientos o, incluso, de la previsibilidad de sus argumentos. Con ello no quiero decir que ese género sea menor. Se han creado grandes películas de ese tipo, pero siempre bajo la inevitable (y a menudo peyorativa) etiqueta de “mainstream”. Y no nos tiene que extrañar. El amor vende. El amor está en casi todas las obras de ficción que existen, porque de todas las pasiones, el amor es el motor más poderoso que hay. Todos lo buscamos, por más difícil que nos parezca. Y si no lo tenemos en nuestra vida, pues ahí está el cine y el teatro para hacernos creer que podemos conseguirlo. Ése es el poder de la ficción: hacernos vivir lo imposible. Y vivir una apasionante historia de amor verdadero es, seguramente, la historia que todos queremos protagonizar. La comedia romántica nos da la oportunidad de hacerlo y nos hace creer, a cualquiera, que es posible ser amados, el único objetivo que seguramente todos los seres humanos tenemos en común. Resumiendo, la comedia romántica tiene el poder de hacernos felices, y eso me fascina.

—Afirman los críticos que la literatura de temática homosexual se está “normalizando”. Ya no se habla de relaciones gay con tono reivindicativo o de protesta, sino del mismo modo en que se habla de relaciones hetero. ¿”Smiley” podría encuadrarse en esa “normalidad”?

—No creo que hayamos conseguido esa normalidad al cien por cien, pero creo que vamos en la buena dirección. Hasta ahora, el papel del gay en la ficción española (sobre todo, cinematográfica y televisiva) ha sido siempre el de la loca almodovariana del que el público heterosexual se ríe; o el protagonista de dramáticas fábulas moralistas sobre la aceptación del diferente. Con “Smiley” quise huir de todo eso y contar una historia de amor con naturalidad, en la que la orientación sexual de sus protagonistas no fuera el eje sobre el que pivotara la acción. Álex y Bruno son gays, y cuentan su vida y sus sentimientos desde ese punto de vista y de manera explícita, claro, pero el motor de su acción es el amor, un amor sin etiquetas ni prejuicios. Y por eso el público se identifica tanto con ellos. No importa su edad o condición. Todos, jóvenes o ancianos, heteros o gays, se centran en la historia y no en lo anecdótico de su orientación sexual. Y esa, creo, es una de las claves del éxito de “Smiley”.

—”Smiley” es también una crítica muy directa hacia ciertas actitudes habituales del entorno gay. ¿La comedia es la excusa para decir cosas que no se pueden decir en otra parte?

—“Smiley” es muy crítico con ciertos aspectos de la comunidad gay que no me gustan y la comedia me ha permitido cargar el arma con balas de mayor calibre. El bufón es siempre el que dice las verdades más amargas, es cierto, pero en este caso, el factor determinante que me ha permitido criticar el ambiente barcelonés ha sido el hecho de que yo sea gay. Cuestionar la mecanización de los encuentros sexuales, la promiscuidad, la superficialidad del mundo de la noche o la discriminación interna dentro de la misma comunidad no habría sido posible si yo no formara parte de ese mundo.

—Sin desvelar mucho del desenlace, quisiera que me hablara de los “happy end”. ¿Cree en ellos? ¿Son una argucia argumental? ¿Un modo de compensar la vida? ¿De satisfacer al espectador?

—El final de una obra no lo decide el autor, sino la propia obra. Cada texto te pide que acabe de un modo u otro, y forzar un final alternativo puede resultar incoherente o incluso un verdadero fracaso. La comedia romántica es un gran ejemplo de ello. Si escribes una, sabes que invariablemente va a acabar bien. Es una norma del género que no te puedes saltar. Si lo haces, estás escribiendo otra cosa, pero no una comedia romántica. Evidentemente es una argucia argumental, como lo son todos y cada uno de los mecanismos que utilizamos para hacer avanzar una narración. Es la recompensa final, la conclusión placentera, la tesis definitiva del género: el amor es posible, sigue buscando.

—¿En qué cree que variará la puesta en escena del Teatre Lliure de Gràcia con respecto a la de la muy íntima sala Flyhard?


—El Espai Lliure triplica el aforo de la Flyhard y su escenario es mucho mayor, con lo que tendremos que hacer frente a un cambio escenográfico importante. Mantendremos la estética de bar original y la implicación del público que se sienta en la escenografía (y a los que se sirve cerveza y palomitas gratis), pero inevitablemente se perderá algo de intimidad. La Flyhard tiene algo mágico que no se puede reproducir en otros espacios: tener al actor a un metro de distancia y comprobar como se le humedecen los ojos cuando se emociona. Quizás perdemos un poco eso, pero ganamos otras cosas. Cada nuevo espacio reformula la obra y la convierte en algo distinto (lo mismo ocurre en cada función, con cada nuevo público) y eso es lo maravilloso del teatro.

 

 

Albert Triola: «En la vida es todo mucho más complicado que en el teatro»

agost-rt 029Demasiado acostumbrados nos tenía el actor Albert Triola a sus papeles dramáticos. Después de verle en Smiley, ningún director debería desatender a su gran versatilidad y su innegable don para la comedia. Quienes le recuerden por sus papeles en El encuentro de Descartes con Pascal joven —donde le daba la réplica ni más ni menos que al veterano Josep Maria Flotats—, Agost o La nostra classe, por citar sólo algunas de las grandes producciones en las que ha participado en los últimos tiempos, no debería perderse por nada del mundo Smiley. Se sorprenderá.

 

—Smiley se ha visto hasta ahora en la sala FlyHard, un espacio teatral de muy reducidas dimensiones. ¿No da un poco de miedo tener al público tan cerca?

—La verdad es que los primeros pases con público me asusté un poco y pensé: «Ésto es terrorífico. Mucho peor que estrenar en el TNC»… Pero poco a poco te das cuenta que sentir al público tan cerca es una maravilla, porque no tienes que forzar nada, sólo tienes que jugar a fondo y ser muy sincero, y entonces se establece una complicidad con el público brutal, una energía que crece y te alimenta. Es un auténtico lujo actuar en la Sala Flyhard.

—El público tal vez le asocie más a personajes dramáticos, incluso de alto voltaje dramático, como los de “La nostra classe” o “Agost”. ¿Qué supone para un actor que viene de interpretar esos textos una comedia como “Smiley”?

—Llevo quince años en los escenarios, y sí, he interpretado muchísimos papeles dramáticos. Anhelaba una comedia. O sea que cuando me llamó Guillem Clua fue la felicidad total. Smiley es un texto brillante, muy bien construido y con unos personajes llenos de matices… Una comedia que no busca la risa fácil, sino que se tiene que interpretar muy “en serio”, y eso es lo que me gusta… ¡Ha sido un reto cambiar de registro y estoy disfrutando muchísimo cada noche!

—En el espectáculo hay un mensaje claro: el amor verdadero termina por imponerse. ¿Está de acuerdo?

—El amor acaba imponiéndose en Smiley pero tendríamos que averiguar cómo estarán los personajes dentro de dos años, por ejemplo. En la vida es todo mucho más complicado que en el teatro, pero de todas maneras me encanta ser un romántico. El amor es ilusión, y sin ilusión no se puede vivir.

—¿Qué cree que le aportará el escenario del Lliure al espectáculo? ¿Y a usted, como actor?

—El Lliure es un teatro que quiero, y me emociona siempre mucho trabajar allí. Yo crecí viendo a los actores del Lliure y me influenciaron muchísimo en la manera de entender la profesión. El Espai Lliure es el teatro Ideal, ganaremos espectadores sin perder intimidad. Y si los espectadores de primera fila no apartan las piernas, ¡no los pisaremos como nos pasa ahora!

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