Campo de fuerza

Campo de fuerza

Carmen Camacho

 

Editorial Delirio, Salamanca, 2012

124 páginas

campo de fuerza

Por Juan Soros

 

Lo primero que vemos, antes de leer, es un cuerpo. Una espalda desnuda, una cabellera, todo virado a un color óxido, con una palma abierta que muestra una mano con símbolos que recuerdan las manos pintadas con henna del norte de África o India. La imagen es a la vez perturbadora y cotidiana. Ingenua y enigmática. Es difícil sintetizar lo que significa la postura, asociarla a algún gesto iconográfico o leerla como signo, al menos para este lector. Sin embargo todos los elementos son reconocibles, incluso por las portadas de otros títulos de la colección asumimos que es la autora la que aparece en la foto. Quizá sea esta la atmósfera que se percibe en el interior de este libro paradójico donde se mezclan registros con una libertad no acostumbrada en la poesía actual publicada en España. Es más común, sin ningún demérito, que dentro de la concepción de libro como obra unitaria, concepto bien extendido en contra del “florilegio” como reunión de poemas de diverso origen, se considere que el “tono” debe ser uniforme para dar coherencia al conjunto. Esto es así y en la mayoría de los casos funciona. Sin embargo, dar un salto y lograr una estructura coherente a partir de múltiples registros tonales y formas es algo inusual y justamente requiere de una cierta “fuerza” invisible que mantiene todo unido y que al mismo tiempo da cuenta de su inestabilidad, y es una inestabilidad positiva, cargada de matices, que no deja de sorprender. Así, el libro tiene impreso en las guardas el registro médico de un pulso cardíaco. De inmediato se vienen a la cabeza otros usos de gráficos médicos, por ejemplo un EEG en las páginas finales de Purgatorio de Raúl Zurita. Es el pulso de la vida pero visto con la precisión fría y objetiva de una máquina, parece una manera de plantear la paradoja del texto interior. En un libro menos libre esto ya nos indica buena parte del contenido, sin embargo, en Campo de fuerza no es así. Ideas de neovanguardia, iconotexto, espacialización también están presentes, se han pensado, leído, Camacho experimenta sobre la página en blanco, pero estas categorías solas no servirían para caracterizar lo que se desprende de la lectura. Hay poemas titulados con letras griegas (no en un orden lógico, o, mejor, dicho, bajo su propia lógica), poemas titulados con elementos tipográficos (como “] [“), poemas en prosa, poemas numerados, extensos, breves, de formas orientales, todo un despliegue de procedimientos verbales, cargado de citas donde la poeta marca sus referencias de ruta (de Pessoa o Claudio Rodríguez, hasta un cartel visto desde el tren, pasando por referentes contemporáneos como Benito del Pliego), y donde la combinación de registros es verdaderamente amplia. Así pasamos de un poema titulado con la letra griega “phi” entre corchetes a otro titulado “España uno Holanda cero”. Leyendo, un texto no difiere tanto del otro, en el poema “phi” la voz se cita diciendo “dos botellines más por favor”, en el siguiente habla de chutes, goles y tabernas. Pero esto cotidiano, esto natural, desnudo, está directamente entramado en un pensamiento poético que sin pretender ir más allá, se desplaza de los tópicos y cambia polarmente de registro. Así el poema titulado “phi”, incorpora la frase coloquial en un poema breve que aprovecha una situación mundana para condensar su experiencia y termina con los versos “Todo era / campo magnético”, que nos remiten al título del conjunto. Al contrario, el poema del título deportivo es más largo y narrativo pero en este caso la cotidianidad está atravesada por un concepto científico que la hace inteligible desde otra dimensión. Justamente este concepto es quizás tan importante como el que da título al conjunto. El segundo principio de la termodinámica, la llamada entropía, que ha sido más citada que comprendida, es la fuerza en tensión, el camino al caos que se opone al campo magnético que es el que mantiene las cosas en su lugar. Quizás la articulación de este libro se halla en conjugar de manera precisa un discurso sobre la tensión entre fuerza opuestas y también desplegarlo en sus procedimientos. Por lo mismo, no es casual que la última sección del texto se titule “Armónica entropía”, armonía de una fuerza que tiende al caos, un oximorón que de alguna manera conjuga, no sintetiza, las tensiones que Camacho ha desplegado en el texto.

En un espacio literario en el que la polarización es la forma más segura de encontrar un lugar, la libertad de los textos híbridos o inclasificables de Carmen Camacho es de celebrar en sí misma ya que el título aludido parece un ejercicio metapoético en cuanto el conjunto podría ser descrito con las mismas palabras. Esta armónica entropía, por otra parte, no es más que la de la vida, la del cuerpo, dirigido a la muerte y que intenta continuar y decir. Por la experiencia de Camacho en escena (Palabra en Acción y Spoken Word) podemos comprender esa armonía, esos ritmos que tienen su base en los ritmos del cuerpo, en la respiración y en los latidos del corazón, en la imagen de las guardas y la respiración hecha voz. El cuerpo como caja (de resonancia) de una palabra activa. Una palabra que reverbera en lo material y lo cotidiano, que se piensa en ambos registros y no teme a mezclarlos. Ahora que se vuelve a hablar de Nicanor Parra, quien bajó a los poetas del “Olimpo”, es un sano ejercicio poético el que presenta Camacho en su Campo de fuerza. Combinando experimentación y altos registros, ideas fuertes, con las palabras más cotidianas, con las experiencias más cercanas y con una mirada que se propone ingenua, en el sentido de mirar las cosas como por primera vez, es una propuesta de agradecer cuando la poesía parece cosa de “doctores de la ley”, filósofos o eruditos, pero evitando caer en una poesía meramente cotidiana. Lo opuesto a ingenuo es lo experimentado, lo conocido, lo seguro. Camacho combina dos polos opuestos en delicado equilibro, en armónica entropía, no es terreno seguro, no es terreno conocido. Ingenuo también es lo ‘noble, generoso’ según Coromines. Esa mirada ingenua entramada en una forma que se sostiene en “alta tensión” es un don del poema de Camacho.

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