La novela de tu vida: Eva Díaz Pérez

 Por Eva Díaz Pérez*

cienañosdesoledadPodría escoger muchas novelas de mi vida, libros que me han determinado como autora. Recordaría a Kafka, Sebald, Kusniewicz, Magris, Valle-Inclán, Muñoz Molina, Bolaños, Vila-Matas o Cernuda, cuyo ejemplar de Ocnos siempre llevaba encima en mi adolescencia. Sin embargo, en este complejísimo ejercicio de escoger un solo volumen en la biblioteca de mi memoria prefiero detenerme en uno que me definió como lectora, que creo que es mucho más importante para el escritor futuro que será o no será. Y, sin duda, por la extraña historia de este libro con mi biografía, me detengo en Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez.

Mi historia con esta novela tiene varias etapas. La primera es cuando lo descubro en el trastero de la casa de mi tía, junto a la zona de los garajes. A mí me hubiera gustado vivir en una casa con desván y allí rastrear en baúles misteriosos las viejas historias de la familia, pero nací en un piso moderno de los años setenta y la más antigua referencia a mis antepasados se detiene en una indefinida fotografía de mis bisabuelos con un fondo de pueblo y nadie que me cuente quiénes eran y qué historias les ocurrieron. Todo un golpe para mi desbocada imaginación de niña romántico-gótica.

El caso es que un ejemplar de Cien años de soledad apareció en ese moderno, aséptico y escasamente libresco trastero de un piso. Entonces yo tenía unos ocho años y me gustó la portada de aquella edición del Círculo de Lectores en la que aparecía una vieja con pañuelo en la cabeza sentada en una silla de anea sobre un suelo cuadriculado en perspectiva naif. Decididamente me gustó eso y el título, aunque tengo que confesar que el nombre de ese escritor, que naturalmente yo no tenía entonces ni idea de quién era, me sonaba vulgar y ordinario.

Me llevé el ejemplar y empecé a leerlo emocionada por saber qué le ocurría a la misteriosa vieja de la portada. A la tercera página me di cuenta de que no me enteraba de nada. Así que dejé ese libro con la vaga sospecha de que ya retornaría a él cuando creciera.

Volví a toparme con él, pero sólo con un fragmento. Aparecía en la lección 20 de mi libro de Lengua y Literatura de sexto de EGB. Era la historia del hielo. Me emocionó reencontrarme con mi viejo amigo García Márquez que, a pesar de tener apellidos casi tan vulgares como los míos –Díaz Pérez-, parecía ser un escritor famoso. Aquella breve lectura me fascinó, lo entendía maravillosamente, así que decidí reemprender la lectura. Sin éxito. Tampoco terminaba de entender aquella complicada historia de rarezas y cosas imposibles. No podía enfrentarme con esa novela. Tenía diez años, así que volví a colocarlo en mis estanterías, entre los volúmenes de Julio Verne, los Cinco y Mujercitas.

Y el momento llegó con la adolescencia. O diría que cuando estaba a punto de salir de ella. Fue un verano en el que mis padres alquilaron una casa de campo. Recuerdo que un día aparecieron en una casita de herramientas que había junto a la piscina varias cajas de libros. ¡Toda la colección de Clásicos Austral arrinconada entre trapos sucios! Así, junto a Cien años de soledad, se fueron colando en aquel verano libresco Unamuno, Miguel Ángel Asturias, Cortázar, Azorín, Valle-Inclán. Fue un verano que nunca olvidaré. Como tampoco puedo olvidar la tarde en la que estaba terminando Cien años de soledad. Leía nerviosa, con ansiedad, asombrada por la maravilla de aquella forma de narrar la vida. Leía y leía sin parar hasta que llegué a la última página, al último párrafo, a la última palabra. Entonces levanté la vista emocionada. Era de noche. ¿Cómo había podido leer sin luz? Volví la mirada a la página del libro y todo era oscuridad. ¿Qué había ocurrido para que no me diera cuenta de que había leído siendo de noche? Supongo que fue algo mágico como el espíritu de ese libro. O, al menos, eso quiero creer ahora que ha pasado tanto tiempo. Aunque sospecho que mi miopía, ya por aquel entonces galopante, creció aquella tarde al menos media dioptría. Pero valió la pena.

* Eva Díaz Pérez es escritora. Su última novela publicada es El sonámbulo de Verdún (Destino, 2011).

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