Un descenso a los infiernos de las letras argentinas

Por Ariel Pichersky.

images Idez (2)Hay quienes dicen, incluido Ariel Idez, que César Aira forma parte del canon de la literatura argentina. También hay quienes dicen, como se oyó en algún momento en los pasillos de la facultad de Filosofía y Letras, que César Aira es el seudónimo de todo mal escritor. Las tesis no se oponen, pero en cualquier caso, si algo queda fuera de discusión, es la fertilidad escrituraria de Aira y la compulsión a la publicación que se conecta con ella. Esta política literaria-editorial se funda en una bien precisa idea de obra, lejos del objeto esculpido con celo por un artista en el éxtasis de la inspiración, y más bien cerca del producto ocioso que adquiere valor sólo por señalar el procedimiento del cual es efecto.

Este es el punto de partida de La última de César Aira, donde se nos presenta a Dante, quien no sólo es El Enano Más Sexy del Mundo, sino que también escribe y, como todo aquel que lo hace, se topa en algún momento con un bloqueo creativo. En este caso, el taponamiento productivo sucede justo después de que Joaquín, el editor independiente que todo escritor tiene por amigo, le anuncia que Aira le ha prometido un manuscrito para publicar a través de su sello. A partir de aquí, el Enano pasará de la admiración a la envidia, y por último al odio de Aira, para embarcarse con sus amigos (diversos especímenes más o menos inmersos en el campo literario indie, entre los que se encuentran, además de Joaquín, Leandro, un obeso traficante de libros que desprecia por completo la literatura argentina, y Figueraz, el Típico Puto Nazi, infiltrado en el parque Rivadavia entre vendedores de libros de segunda mano) en una aventura hacia los confines de la industria editorial argentina, con el afán de explicar cómo es que Aira nunca deja de escribir ni de publicar, incluso varias novelas en simultáneo. En el camino develarán, a la luz de una pregunta sobre el dinero y la escritura que atraviesa la novela de principio a fin, la existencia de un Aira mafioso, señor del crimen en todo el barrio de Flores.

El título de la novela carga la ambigüedad en la que se debate la resolución de su argumento: por un lado, el anuncio (o la amenaza) del fin; por otro, la actualización de una vigencia. En medio de las dos significaciones, el libro de Idez, estructurado como una novela por entregas o como una serie que dispara al final de cada episodio la ansiedad del capítulo por venir, lleva la marca de la escritura de Aira, la de un escape hacia adelante, la de darle prioridad a no obturar la progresión de la escritura antes que a cimentar una solidez argumental que, en cualquier caso, cosida aquí y allá, y gracias a un verosímil inmune a la visibilidad de las suturas, acaba por formarse a su manera.

Cabe destacar el punto en el que se inicia la peripecia del Dante, porque, insertado sin más reparos, como muchos de los elementos de la novela en virtud de su mismo plan de progresión, encastra sin problemas en el universo del relato, que nunca deja de ser una caricatura del mundillo literario-editorial argentino contemporáneo. El estreñimiento literario de Dante frente a la incontinencia de Aira se plantea, a través de la envidia del Enano, como un problema de monopolización de un bien finito. La creatividad resulta algo que puede ser poseído y, por lo tanto, también algo de cuya posesión se puede privar.

De esta manera, la búsqueda que emprende Dante es la de una reapropiación, presentada como democratización, de la capacidad de escribir. Según la clave alegórica que, con los rasgos estereotipados de sus personajes, abre la novela, Dante queda en un lugar fácil de identificar en el perímetro de las letras: un enano corto de miras, tal vez sensual y potente fuera de la literatura, que, amargado por su pérdida, arremete a los saltitos contra los que ve más prolíficos que él. Mientras tanto, Aira, Godot criminal al que Dante le pide una rendición de cuentas, se escabulle de una página a la siguiente y deja siempre bajo su sombra a esa nueva generación que lo persigue para apropiarse de lo que él, criminal o no, ya democratizó con su apuesta literaria.

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FICHA

La última de César Aira

Ariel Idez

Pánico el pánico, 2011

216 pág.

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