Misrata Calling: Alberto Arce y la honestidad del reportero de guerra.

 

Por Anna Maria Iglesia

@AnnaMIglesia

images Desde la cómoda distancia, resulta fácil, excesivamente fácil, emitir juicios de valor acerca de cuanto acontece en un conflicto armado; las imágenes –morbo e impacto fácil- que los telediarios retransmiten en busca de audiencia o los sucintos titulares que resumen una realidad complicada y plural a partir de criterios occidentales conforman con frecuencia la sola información a la que puede acceder el espectador o lector. Nadie escapa de la crisis, el periodismo tampoco. Considerada por algunos una información menor, la actualidad internacional ha pasado a un segundo plano: la reducción de plantilla, la reducción de medios económicos, la eliminación de corresponsalías, las redes sociales y las agencias de noticias hacen de la información internacional y, en especial, de la información sobre los conflictos bélicos, un mapa confuso, contradictorio. Los pocos caracteres utilizados, la concisión de las noticias o el impacto de la imagen escenifican una historia inexistente: lo que sucede en el terreno es otra cosa. Testigo de ello, los periodistas freelance, profesionales como Alberto Arce; para todos ellos no hay duda posible: lo que sucede en medio de un conflicto está muy lejos de aquello que desde los despachos de las redacciones consideran que debe ser contado. La realidad es bien distinta y juzgarla desde la distancia y, sobre todo, desde la ignorancia sería, por parte de quien escribe, un acto de insolente soberbia.

Con Misrata Calling, Alberto Arce nos acerca la batalla que se libraba en las calles de Misrata, Libia, entre las tropas rebeldes y el ejército de Gadafi. Lejos de todo maniqueísmo y tendenciosidad –no se busca la lágrima, ni la sola denuncia de parte- Misrata Calling no engaña: la veracidad del relato es fruto de la honestidad de su autor. Lo objetivo no existe, tampoco en el periodismo; quien escribe es siempre un sujeto, una individualidad que describe desde el compromiso con la realidad de la que es testigo y, precisamente, consciente de la inevitable subjetividad, Arce en ningún momento se esconde tras la máscara del periodista “intachable, externo y ajeno, neutral y objetivo, inaccesible y siempre con el criterio preciso”. El periodismo de Alberto Arce no es un periodismo de manual, Misrata Calling no es el resultado de aquellas normas postuladas por una teoría tan alejada de la realidad empírica a la que el periodista debe enfrentarse en una constante lucha por la supervivencia. En Misrata, como en todo conflicto armado, los límites se difuminan: la trinchera nunca es una línea fija y perfectamente trazada, en ella, entre el fuego cruzado, “hasta los que tienen razón son unos cabrones y mienten”. Pese a ser consciente de que algunos no dudarán en tachar de “falta de profesionalidad muchas de las estrategias que utilizamos sobre el terreno en el día a día”, Arce no abandona, sabe que se trata de “puro pragmatismo” para liberar del ostracismo y del silencio unos hechos y una historia que nunca nos debió ser ajena; pero para abrir estas puertas, confiesa Arce,  siempre “se paga un precio”, la cuestión es “manejar ese crédito con sensatez”.

Con la publicación de Misrata Calling, Libros del K.O da visibilidad a un género periodístico, el del reportaje, que cada vez con más dificultad encuentra su espacio en una prensa, que considera,  por razones todavía incomprensibles,  la brevedad y la concisión como valores en alza. Libros del K.O rescatan el género del reportaje, un género que requiere de tiempo, pues es el resultado de un trabajo periodístico lento, un trabajo que no se limita a los datos oficiales, a las notas divulgadas por las agencias de noticias o a las informaciones sin contrastar compartidas en las redes sociales. Misrata Calling no es sólo la crónica de la liberación de la ciudad por parte de las tropas rebeldes; Arce no se limita a la mera enumeración de las actuaciones militares en las calles de la ciudad Libia. A través de su libro, Arce rescata la vida que prosigue silenciosamente entre el continuado sonido de los disparos: tras la trinchera, en casas abandonadas convertidas en escondites o en hospitales transformados en ágoras donde intercambiar información y debatir acerca de los siguientes pasos a tomar, la historia sigue escribiéndose. Un conflicto armado no se resume en números, pero tampoco en categorías cerradas que tratan de descodificar una realidad a partir de conceptos tan vagos como, en demasiadas ocasiones, injustos.

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Durante la Primavera Árabe, Libia nunca fue un nuevo Egipto: en Libia la revuelta pronto se convirtió en guerra, pues, como dice uno de los rebeldes, Gadafi nunca abandonará el poder y, en efecto, la cabeza de Gadafi se convertirá en trofeo meses después de que los rebeldes hayan conquistado Misrata. Tuvieron que transcurrir muchos años, muchas décadas bajo la bandera verde, para que los libios, siguiendo los pasos de sus vecinos, levantaran la voz contra el presidente. Desde Occidente, aquellos mismos dirigentes políticos que no dudaron en fotografiarse con Gadafi y en cederle jardines para alojar sus jaimas y su séquito, no dudaron en posicionarse, por medio de grandilocuentes y vacías palabras delante de los micrófonos,  al lado de unos rebeldes poco confiados. “La OTAN podría parar esto, pero no lo hace”, le confiesa un miliciano a Arce, “quieren vender armas. Dicen que nos ayudan pero en realidad están muy interesados en que ganemos. Alta política”. En esta alta política de chaqueterismo barato, la ingenuidad  no acompaña a los rebeldes: “sabemos lo que es una guerra por petróleo”, le dice Mohammad a Arce, “pero nosotros luchamos por una sola cosa. Para proteger a nuestras familias de ese loco que nos atacó”. “Gadafi es un terrorista” sentencia Mohammad, mientras de sus palabras se percibe el deseo por un mañana diferente; Mohammad no habla de política, para él, así como para sus compañeros, sólo hay un después y se llama “mañana”.

Desde un Occidente de política desideologizada, algunos condenan, sólo ahora, a Gadafi, mientras que otros tachan a los rebeldes de terroristas; la hipocresía de los gobiernos occidentales rivaliza con aquella “legión de monstruitos que desde Europa” y ·”en nombre de la izquiera más prostituida, doctrinaria y sepulturera empuja las balas que matan a los rebeldes de esta azotea”. Con mirada parcial, desde Occidente todo se interpreta a partir de conceptos abstractos, conceptos que, vaciados incluso aquí de su significado, no sirven sino para esconder tras la banalización cuando sucede en Libia, en aquellas calles de Misrata en las que se encuentra Arce.

Misrata Calling es más que un reportaje, es más que un relato de lo sucedido en las calles de la ciudad Libia; Misrata Calling es el testimonio de un presente, de nuestro presente, al que no interesa mirar. Desde la comodidad de una Europa ensimismada resulta fácil condenar, juzgar e, incluso, mostrar piedad, pero nada de esto sirve cuando no se desconoce, cuando no se quiere conocer la realidad que está en juego. Decía Walter Benjamin que no hay “documento de cultura que no sea también de barbarie”; Alberto Arce hace de su libro un documento imprescindible para comprender aquella barbarie y su cultura. Benjamin escribía esas palabras en la Europa de 1940; han pasado décadas, el escenario ya no es el mismo, pero la barbarie sigue existiendo, aquí y allá.  La barbarie no sólo se impone en los nuevos escenarios del conflicto, sino también en la ignorancia de un primer mundo que prefiere dar la espalda. El periodista Alberto Arce no gira su mirada, Arce sigue siendo testigo de cuanto otros tratan de ignorar.

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