EL SUEÑO ABISAL
Por JUAN CARLOS VICENTE. La había seguido hasta la cafetería, sentándose a su lado en la barra. Calculó que tendría unos diecinueve años, por sus libros supo que estudiaba algo relacionado con las artes escénicas.
— La cuarta pared— dijo, y ella giró por completo su cuerpo permitiéndole que lo viese con absoluta libertad.
Tuvo que amordazarla para que no gritase mientras la ataba de pies y manos a la estructura metálica de la cama. Luego la golpeó dos veces en la cabeza con el martillo, hasta que se calmó y él se reflejó en sus ojos como una epifanía grotesca.
Se despertó con el vestido levantado y sin ropa interior, atada, con el cuerpo simulando un crucifijo. La habitación estaba completamente a oscuras. Por la sien le resbalaba una gota de sangre espesa y grumosa, las mejillas tirantes, resecas, con varios mechones de cabello pegados al cráneo y a la piel de la cara.
Una respiración se replegaba junto a la ventana.
Se durmió y volvió a despertarse. No supo calcular con exactitud el tiempo transcurrido. De nuevo escuchó una respiración cercana. Un punto incandescente se deslizaba en la oscuridad. La brasa parpadeó y aumentó su intensidad, luego desapareció y ella volvió a caer inconsciente.
La cuarta pared, le dijo la voz, y notó que algo había cambiado en el entorno o en ella misma. Una modificación de la oscuridad, como si el horror hubiese evolucionado de una manera concreta y precisa que se le negaba entender. Notó que una mano acariciaba su sexo y se introducía en su interior, al principio con delicadeza, luego aumentó la violencia de la penetración y perdió el conocimiento.
Pensó que estaba soñando. Soñó que soñaba que soñaba, un sueño dentro de un sueño y su progresión infinita en una repetición de espejos concéntricos. Estaba sumida en una profundidad muda e inmóvil. En el sueño era una sirena.
Arrancó la mordaza de un solo tirón y acercó un vaso a su boca. Ella bebió y el agua resbaló hasta formar un pequeño charco en la hendidura de su cuello.