DE LA NATURALEZA DE LAS COSAS (I)

CajaPor OSCAR M. PRIETO. “Ni el joven dilate el filosofar, ni el viejo de filosofar se fastidie; pues a nadie es intempestivo ni por muy joven ni por muy anciano el solicitar la salud del ánimo”.

Con estas palabras comienza Epicuro la carta a su amigo Meneceo y yo las recupero para iniciar La Caja de este martes, por considerar que son palabras bondadosas y sabias y, me temo, no andamos sobrados de bondad ni de sabiduría.

Epicuro de Samos, para mí, el más amable de todos los filósofos, quien con más comprensión y cariño acertó a conocer la pasta de la que estamos hechos los seres humanos,  descubrió los miedos enemigos de nuestra felicidad y concibió su filosofía toda ella como un fármaco para curarnos de esa enfermedad, la peor de todas, el peor de los pecados que un hombre puede cometer –según Borges-, que es no ser feliz.

De Epicuro no me cansaría de hablar, como no me canso de leer sus enseñanzas, mucho menos si me llegan a través del Rerum Natura de Lucrecio, sin duda una las obras más bella y perfecta que ha logrado cumplir la inteligencia humana. No obstante, siguiendo las doctrinas del maestro, debo practicar la virtud de la prudencia y no abusar de la paciencia y generosidad con las que me regaláis, así que intentaré no extenderme demasiado y evitar la prolijidad y el enredo.

Epicuro nos recuerda que debemos ser felices. Asombrosamente, es algo que olvidamos con cierta frecuencia. Parece increíble, verdad, pero sólo así se explican muchos de nuestros comportamientos, decisiones y otras estupideces. Lo olvidamos individualmente y también en la totalidad que conformamos como Humanidad. Sólo así se explica…

Epicuro identifica al miedo, encausa al miedo como al gran obstáculo que debemos salvar para ser felices. ¿Qué tememos? Se pregunta. Lo que no conocemos. Nos responde. El conocimiento como instrumento y camino para vencer los miedos.

¿Qué tememos?

Tememos a los dioses, tememos la muerte, tememos el dolor y tememos el futuro y el fracaso futuro en nuestro empeño por conquistar la felicidad.

Frente a estos miedos que nos amenazan y estrangulan, Epicuro, buen amigo, nos ofrece su filosofía, nos la ofrece como panacea, como tetrafármaco, capaz de curarnos y librarnos de estos miedos.

Sobre los dioses nos dice que existen allá, en Metacosmia, que son eternos y bienaventurados y que, no tengamos cuidado, porque no se preocupan de nosotros.

Sobre la muerte, es aún mucho más claro. Escuchémosle: La muerte, pues, el más horrendo de los males, nada nos pertenece; pues mientras nosotros vivimos, no ha venido ella; y cuando ha venido ella, ya no vivimos nosotros.

Y sobre el dolor, el placer y el futuro, nos enseña que dolor y placer son más fáciles de evitar, el uno, y de conseguir, el otro, de lo que creemos, y que de lo que está por venir ni lo esperemos como que ha de venir infaliblemente, ni menos desesperemos de ello como que no ha devenir nunca. Pues el futuro no es nuestro ni tampoco deja de serlo absolutamente.

En estos días inciertos, no nos vendría mal escuchar al maestro que nos sigue hablando desde el siglo III adC. y, pese a los milenios, sus palabras, después de vivir enfangados en tanta opulencia, quizás sean más necesarias que nunca. Hagamos caso a este amigo del hombre cuando nos dice:

Tenemos por un gran bien el contentarse con una suficiencia, no porque siempre usemos escasez, sino para vivir con poco cuando no tenemos mucho, estimando por muy cierto que disfrutan suavemente de la magnificencia y abundancia los que menos la necesitan, y que todo lo que es natural es fácil de prevenir; pero lo vano, muy difícil. Asimismo, que los alimentos fáciles y sencillos son tan sabrosos como los grandes y costosos, cuando se remueve y aleja todo lo que puede causarnos el dolor de la carencia. El pan ordinario y el agua dan una suavidad y deleite sumos cuando un necesitado llega a conseguirlos.

Pues eso, aprendamos -sí, con la misma actitud de quien no sabe y debe aprender, es decir, con paciencia, repitiendo, mejorando un poco a cada intento, disfrutando de cada pequeño avance y no rindiéndonos al primer contratiempo- a ser felices con lo que tenemos y también, sobre todo, con nuestros amigos, la sal de la vida. El tiempo que hoy malgastaríamos quejándonos,  dediquémoselo a un amigo.

Salud

(En memoria de Quitín Racionero, profesor y amigo quien por dos veces me regaló el Helenismo. En paz descanse).

 

 

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