LA PRINCESA ESTÁ TRISTE, CUENTO SOBRE VAMPIROS Y ZOMBIS

ABRAZAR2-bn-300x300Por CARMEN MORENO.

La princesa está triste… ¿Qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave sonoro,
y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.

Decía Rubén Darío. ¿Por qué está triste? ¿Qué le pasa a la princesa, un guisante bajo sus cincuenta colchones, una rueca envenenada…? No, a la princesa lo que le ha pasado es que el príncipe azul (y grana) le ha salido más rana que todos los sapos del estanque.

En este cuento no hay brujas malvadas, no hay manzanas de muerte… O sí.

La princesa está triste porque hay un malvado juez que ha creído que es como todos nosotros y debe presentar su declaración de la renta. Pero ahí va el guerrero más intrépido a evitar que a la princesa se le agravie de tan ruin manera.

En un país cualquiera vivía una princesa de pelo de oro y un apuesto príncipe que salvó cuantos obstáculos se le pusieron por delante para amar para siempre a la joven doncella.

El rey, hombre serio y estricto, pero amable y cercano, no puso obstáculos al enlace de la pareja porque era un hombre del pueblo, un monarca que creía en el amor. Los príncipes se casaron y fueron felices hasta que un día, el alguacil irrumpió en palacio.

-Alguien está matando a los habitantes del pueblo. Ataca en la oscuridad y les chupa la sangre.

-¿Quién puede ser tan infame para acechar a mis súbditos? -preguntó azorado el rey.

El alguacil dio un paso al frente y señaló al príncipe.

-Hay testigos que le señalan a él, majestad.

El príncipe se echó a llorar y pidió disculpas. Explicó que iba en su naturaleza de vampiro. Había sufrido una mutación durante su estancia en un país vecino y, ahora, no podía vivir sin ingerir sangre de otros seres humanos.

El rey, preocupado, preguntó si su hija sabía algo de esto. El príncipe negó con la cabeza.

Al salir del palacio, en un sendero del bosque, la princesa esperaba al alguacil con los dientes afilados, agazapada en la copa de un pino. Saltó sobre él y clavó sus incisivos en el cráneo que cedió con un crujido seco.

Al alguacil le encontraron a la mañana siguiente una pareja de campesinos. Una baba espesa caía por la comisura de sus labios. El cráneo, roto en dos, dejaba entrever su cerebro reseco. Sus manos crispadas, sujetaban ya muertas, un papel en el que aparecía el nombre de la princesa y unos números garabateados.

 

*Imagen descargada de http://www.ilustracionesgratis.com/page/5/

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