Turistas (Sighteers) (2012) de Ben Wheatley

 

Por Miguel Martín Maestro

 

 

Tercera película de este director británico, primera en nuestras pantallas, con buena acogida crítica de aquellos que han podido visionar sus anteriores obras, Down Terrace y Kill list.  Mezcla de géneros como pocas, humor, humor negro, road movie, comedia romántica, serial killer, y aun cuando no puedo decir que estemos ante una película grandiosa, sí que se agradecen estrenos como éste, más que por lo que se ve por lo que se puede interpretar de lo visto.

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Turistas

¿Y si no hubiera contrato social y dejáramos a nuestro instinto actuar ante cualquier situación, placentera o incómoda? ¿Quién triunfaría, Hobbes o Rousseau? ¿A cuántos no nos gustaría estrangular al compañero de butaca que no para de hablar durante la película, o al que chatea con el móvil durante la proyección, o al que atiende una llamada y se pone a conversar? Pues Chris (Steve Oram) es de estos, de los que no soportan la mala educación ni la prepotencia de clase, pero eso sí, con método y planificando la situación. Durante el viaje con Tina (Alice Lowe) se irán deshaciendo de todos aquellos que se creen superiores, ya intelectual, económica o físicamente a ellos. Como si del reverso oscuro de la envidia se tratara, ambos protagonistas (también coguionistas de la historia) no dudarán en entablar una especie de competición sobre quién es capaz de hacer desaparecer a aquellas personas que suponen, en sus enfermizas y psicóticas mentes, un obstáculo para su amor primitivo, intentando convertirse en los primeros y únicos habitantes de su mundo.

Esta “road movie” de desclasados sociales, que perfectamente podrían ser protagonistas de una película de Ken Loach o del primer Frears, se enfrentan, sucesivamente, al rechazo de una madre obsesiva, castradora y dominante que advierte a su hija de que ese viaje saldrá mal, deducimos igualmente, más que vemos, que la vida de Chris está rodeada de vacío, de fracaso, de rencor hacia todo y todos por lo que es una incomprensible ruina en todo lo que emprende, algo que también Tina irá sintiendo a lo largo del viaje según tome conciencia de cómo hay mucha gente feliz, equilibrada, con una vida por delante, por lo que superar a Chris, pese a ese amor salvaje que se profesan, no dejará de ser una muestra de autoafirmación, un tratar de imponerse a aquél que ama, impidiéndole cualquier relación o actividad que le sirva para reafirmarse; si ella es su musa, tendrá que serlo para todo, a tiempo completo.

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Durante el camino (breve pero intenso y durante el que media docena de incautos y desgraciados viajeros sufrirán los rigores del juicio de Tina y Chris) habrá tiempo para recrear el origen de la violencia reivindicando a los viejos habitantes de las islas en una parodia de 2001 de Kubrick;no faltará la cita irónica a Dos en la carretera, el más puro humor negro del cine británico atornillado con una vuelta más como corresponde a unos personajes carentes de clase y sobrados de zafiedad; no se perderá la ocasión de hacer crítica social y política al amparo de aquellos que se creen más poderosos por sus orígenes, su cuenta corriente o su cultura, y ese atrabiliario viaje por citas museísticas imposibles, como el museo del tranvía o el del lápiz, seguirá rumbo hacia los enclaves megalíticos, las ruinas de los conventos medievales o las cuevas de druidas como una reivindicación del origen salvaje de todos nosotros. No obstante, somos fieras domesticadas, pero sin bozal (leyes) ni castigos (cárceles), muchos serían capaces de administrar un concepto de justicia reparadora tan aleatoria como subjetiva, sin necesidad de sufrir colapsos mentales o comportamientos disociados como los de los protagonistas de esta película, recomendable, en una cartelera bastante yerma.

 

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