Cerveza, sudor y dolor de piernas: crónica del sábado en el Festival Cruïlla

 

Por Nil Rubió

 

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Selah Sue

El último de los días del Cruïlla 2013 reunió lo que en fútbol se denomina un gran equipo. Si el viernes había una agrupación de estrellas, cada una con su idiosincrasia y locura particular, el sábado reunió en su mayoría a un equipo, que sin ser consciente de ello, trabajó en harmonia generando un ambiente y una transición constante entre espacios y grupos absolutamente natural, festiva, y sí, la dichosa palabra, orgánica. Había opciones, y si bien cuentan que Tiken Jah Fakoly fue apoteósico, una experiencia trascendental, la primera cita del día (que malauradamente coincidía con el músico marfileño), temprano y con un Sol que daba otro fermento interior a la cerveza de tamaño grande, era con la belga Sanne Putseys, artísticamente conocida como Selah Sue.

Primero ante un público bastante reducido, que paulatinamente se fue incrementando, Selah Sue y su más que correcta banda (con la que ya lleva un tiempo, compuesta de bajo, guitarra, batería y teclados), sacaron lustre a su único disco publicado y al material de sus EP. La diminuta mujer, aún muy joven y con mucho por delante, demostró con un entregado directo que posee la calidad y la actitud necesaria para ser un nombre muy a tener en cuenta. Con guitarra o sin ella, intimista o expansiva, domina registros, coquetea con el soul, frasea como pocos, se va al pop sofisticado, luego baja al lodo de un sonido más sucio. Arremete con su entrega y sabe gestionar muy bien su repertorio y habilidades. No suena a artista vacía, al contrario. Fue de menos a más y terminó convenciendo absolutamente, con mucho funk y el público entregado. Con centenares de miles de visitas en sus videos por Internet, que no parece que provengan de por aquí, tiene mucho camino que recorrer, y merece la pena descubrirla. Dará que hablar.

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Goran Bregovic

Y con la sonrisa puesta justo terminar el primer bolo presenciado, el mejor ritmo de pies para dirigirse al mejor lugar posible para lo que sería un verdadero estallido popular. Uno de los momentos que definen un festival. Y es que en directo, hay una persona que tiene todos los ases para hacer levantar hasta la última persona del auditorio: Goran Bregovic. De blanco, ataviado con una reluciente americana y sus descuidados rizos que le dan aún un aire juvenil con sus sesenta y pocos años, y sus facciones balcánicas, ejerció de maestro de ceremonias, en el medio, sentado al lado de su mano derecha, dirigiendo su Wedding Orchestra, o una especie de Harlem Globe Trotters en versión folkórica sin adulterar, haciendo de la tradición el mejor vehículo para la catarsis colectiva. Todo el mundo uniformado. Los hombres encargados de las voces, con sus barrigas y barbas señoriales como las de nuestros tíos más entrañables, trajeados con americana y corbata como si el clima fuese el de una temprana primavera. La armilla más tradicional correspondía a los vientos, instrumentos del diablo que encabezaban la cabalgata de los frenéticos cambios de ritmo que protagonizaban. Las mujeres con la vestimenta más tradicional posible, dando el contrapunto a los barrigudos del otro lado. Y allí en continuados arrebatos de su director, se sucedieron las canciones al grito de “Party!!!” o “If you don’t go crazy, you’re not normal!!”, como si el tío fuera lo más normal o cuerdo del mundo. Y esto que ahora ya no tiene su whisky al lado para ir trincando. La locura del este, lo mejor de los balcanes, de los gitanos húngaros, de Bulgaria, Rumanía, las especias mediterráneas… Bregovic lo junta todo en una explosión festiva que mantiene a todo el mundo móvil hasta la extenuación y con la sonrisa en la cara. Terapéutico, mágico. Hasta los cínicos sucumbimos. Terminar el concierto con una golosa versión de Bella Ciao y su absoluto hit, Kalashnikov, fue la guinda más dulce al manjar ofrecido. El Sol se puso ante el advenimiento de la fiesta balcánica.

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Rokia Traoré

Sin Maïa Vidal, y también sin Morcheeba (o no lo suficiente), la curiosidad llamaba de regreso al escenario Time Out (albergue de Selah Sue), para ver lo que Rokia Traoré traía. Y empezó también con poca afluencia (compartir horario con Morcheeba y el recuento de víctimas de Bregovic no ayudaba), pero terminó triunfando con creces y con compañía. Y es que la humanidad tiene un vicio en forma de injustícia. Con la memoria, con el pasado. Todo viene de África, allí empezó. Y no sólo las primeras trazas de lo que ahora llamamos (de forma demasiado optimista) civilización, sinó gran parte de la música que ahora se produce y consume, pero que también se compone y vive, tiene mucho que agradecer a unas raíces ancestrales. Rokia Traoré lo aúna todo. Con una banda que junta etnias y procedencias, desde el blues rock blanco hasta la instrumentación más africana, un conjunto integrador del que sale un sonido tan reconocible como novedoso, en su versión más eléctrica. Hay quien habla de world music, en una cerrada visión occidental, pero allí lo que había era mucha alma, mucho rock, mucho jazz, mucho blues, y un maletín lleno de sensibilidades con origen en Mali. Y un disco como Beautiful Africa, con John Parish a la producción, que es imprescindible. Su delgadísima figura, con el pelo rapado, surcaba la noche con un movimiento constante atravesado por el sonido que la banda y ella creaban, todo fundido en uno con el público, cada vez más hipnotizado, libre en su baile. Un poco como el pájaro que invocó en los últimos compases. No valen los discursos paternalistas y fascinaciones por lo exótico, aquello fue música en mayúsculas.

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Snoop Dogg

El que se escapa del equipo en términos de popularidad, la estrella mediática del día y junto con Suede del festival, era Snoop Dogg. La expectación, siempre en términos de la comodidad del Cruïlla, era muy grande y pocos brazos no se alzaron en su característico movimiento, cuando después de una previa aparición de sus tres MC’s, DJ, y pequeña banda, Snoop Dogg (y un poco de su reciente encarnación como Snoop Lion) dio acto de presencia. La impresión es que su lánguido y viscoso hacer de los últimos tiempos se vio substituido por un tío implicado y metido en el embrollo, con su actitud dejada pero participante en repasar sus éxitos, implicar a la gente, frasear con sus compañeros y poner toda la carne que un multimillonario fumador de hierba con un ego disparado puede poner en el asador del directo. Y lo consiguió. Los escépticos entramos en el show, incluso su horrenda colaboración discotequera con David Guetta sonó al menos convincente, o otros de sus devaneos R&B. La gente lo pasó muy bien, él con su camiseta del Barça (lo siento merengues, es reconocido culé) y sus gafas de Sol, sacó brillo a su vertiente más callejera, con pequeños apuntes de su renacer reggae, en el que ha descubierto la paz y el amor que sólo Jamaica puede brindar. Pero sabía que el respetable no venía a esto (tampoco es que sea lo más inspirado que ha hecho). Porros gigantes, puros, tres bailarinas con poca ropa, un tio disfrazado de perro… todo por el espectáculo. Y se marchó con un poco de Marley, allí pinchado, sin despedirse, terminándolo abruptamente, por todo lo alto.

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Los Mambo Jambo

 

Hubo tiempo también de asistir a la parte final del concierto de Los Mambo Jambo, camino de Trombone Shorty. Fácilmente definible como la orgía de rock’n roll más bestia de la noche. En el escenario El Periódico, que estaba metido dentro de una bonita pero apretada carpa de circo, que encapsulaba aún más el tórrido ambiente, Dani Nel·lo, Ivan Kovacevic, tocaban sus instrumentos como si no hubiera mañana. Aquello era más contagioso que la gripe. Como unos Stray Cats aún más locos, sus devaneos instrumentales de puro rock’n roll con el saxo que sólo el bueno de Nel·lo puede tocar, la euforia era máxima. Un túnel del tiempo a los 50 y 60, en el que se vislumbraban cosas que el calor, la cerveza y el vapor d’aire, junto con la tormenta musical, inducían en la mente. Público saciado pero pidiendo más de puro vicio. Una vez fuera, el aire refrescaba lo justo, para afrontar la última gran parada de la noche. Snoop si era la estrella del día podía ser Messi, pero no, el crack de verdad, el prodigio era Trombone Shorty. Lo suyo fue sencillamente demencial y terminó de confirmar el idilio con el escenario Time Out. Criado y enseñado en New Orleans, cuna mundial de alguna de la mejor música, llena de blues, jazz, soul, swing, funk, lugar donde adquiere un significado vital único en el mundo (recomiendo el visionado de la serie Treme, en la que se puede ver a Trombone interpretándose a sí mismo), Troy Andrews (su nombre real) demostró un dominio virtuoso del trombón y la trompeta, con una potencia pulmonar de extraterrestre, acompañado por una banda de tremendos músicos al saxo, batería, guitarra y bajo. Todos juntos entraron en dialéctica directa con la gente allí reunida, indefensa ante la demostración de talento. Y es que el virtuosismo es admirable pero no siempre se pone al servicio de la canción y del mensaje musical. Por sí sólo, deja boquiabierto pero termina en el tedio de su abuso. En cambio, Trombone Shorty & Orelans Avenue saben perfectamente lo que supone juntar los ingredientes para componer una canción. Su inagotable groove caló muy hondo, prolongando la fiesta hasta el sofoco. En los bises, se permitieron intercambiar los instrumentos entre ellos, hacer un medley con incunables de todos los palos que tocan. Insuperable.

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Trombone Shorty

Satisfacción y noqueo general, dolor de piernas, mientras Tego Calderón daba una sosegada demostración boricua de dónde proviene el reggaetón y el hip-hop latino y Tiger Menja Zebra atormentaban la noche. El Cruïlla de este año cierra con treinta mil espectadores, la consagración de su propia identidad creciendo como referencia y con un cartel que en su mayoría fueron plenos aciertos que mantuvieron a la gente con los oídos abiertos, las piernas móviles y la mente dispuesta.

 

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