Exit: ¿hay salida?

Por FERNANDO J. LÓPEZ. Quince minutos pueden dar para mucho. O no. Todo depende de cómo se decida contar una historia. Porque, a fin de cuentas, narrar unos hechos es sencillo; lo complicado es, a través de esos hechos, ser capaces de evocar, de sugerir y de arrastrar al espectador al mundo de los personajes, situándolo en el mismo escenario donde transcurre la acción que está viendo.

Por eso mismo Exit es una obra muy recomendable. Porque consigue que subas al ascensor con sus tres protagonistas. Porque dibuja sus vidas con un trazado ágil, contundente, reconocible. Porque su directora, Anna Allen, juega con astucia -y sin trucos fáciles- con nuestras emociones y nos lleva desde la claustrofobia hasta la salida que, quizá, podamos encontrar si sabemos buscarla.

En su montaje se aprecia la pasión y el talento que ya conocíamos -y admiramos- en Anna como actriz. Su profesionalidad, ahora desde el otro lado del escenario, contagia toda la función, convirtiéndola en un espectáculo que huye de lo evidente y donde el disfraz de la comedia sirve como coartada perfecta para interpelarnos sobre pequeñas grandes cuestiones que, si estamos atentos, no nos pasarán desapercibidas.

Exit es, además, una obra que no tiene miedo al silencio, ni al cambio de ritmo, ni a frenar la risa -es imposible no soltar más de una carcajada ante la vis cómica que derrochan sus protagonistas- para ofrecernos instantes en los que las frases adquieren otro peso, otra tonalidad, otro color muy diferente que altera la lectura del espectáculo. Porque todo en él tiene la levedad de lo cotidiano y la profundidad, sin resultar pretenciosa, de la metáfora.

Fátima Baeza -espléndida en su papel-, Antonio Zalburu -sorprendente en este nuevo registro: bravo por su valentía al atreveserse con ello– y Lorena Berdún dibujan en apenas quince minutos tres realidades encerradas en un mismo ascensor y, más aún, en un único laberinto, ese en el que a veces nos empeñamos en continuar bloqueados a pesar de que somos conscientes de que jamás encontraremos la salida. Quizá porque, como sucede con el ascensor de la obra, nosotros hemos preferido saltarnos la revisión técnica y llevamos demasiado tiempo sin mirarnos -sin interrogarnos- como para buscar otro camino. O quizá porque salir de él supone afrontar cambios, romper límites y transgredir lo que se espera de nosotros. La identidad y la felicidad, parece decirnos Exit, son posibles, pero no sencillas. Salir y comenzar un nuevo recorrido es necesario -sí y siempre-, pero nunca sencillo. Los ascensores -y los laberintos- requieren osadía.

Tienen de tiempo hasta este domingo para verla en la sesión golfa de Microteatro, así que -si están en Madrid- no dejen de hacerlo. Eso sí, tengan cuidado cuando suban a su ascensor. Quizá lleguen a pisos -e interrogantes- inesperados…

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