Paraíso: Amor (2012) de Ulrich Siedl

 

Por Miguel Martín Maestro

 

 

Thomas Bernard, Elfriede Jellinek, Michael Haneke, Ulrich Siedl… son algunos de los máximos representantes de la cultura austriaca, y analizados como un todo revelan una idea de un país y de una sociedad verdaderamente deprimente y desesperanzadora. Esta nueva película de Siedl, primera parte de un proyecto compuesto de tres películas que se van a estrenar sucesivamente en las siguientes semanas,  incide en esa idea del desequilibrio entre poder y ciudadanos y la desigualdad entre mundo rico y mundo pobre, y que responden al título común de “Paraíso” con los epígrafes de “Amor”, “Fe” y “Esperanza”, siendo sus protagonistas tres integrantes de una misma familia.

Amor es todo menos eso, es amor lo que falta en el desarrollo de la película porque aunque la protagonista lo quiera camuflar así, de lo que se trata es de sexo, y sexo fácil el de que lo tiene todo frente al que carece de todo, y aunque Paraiso-Amor carece de la fuerza, para mi gusto, de Import, Export, retrato sublime de las nuevas generaciones neonazis, de la prostitución vía informática aprovechando la mano de obra barata de los nuevos países de la unión Europea y la realidad económica de esos mismos países encarnados en la presente Rumanía, sin embargo coloca al espectador a las puertas de su capacidad de aguante para soportar la hipocresía humana, no sólo de las maduras austriacas en busca de sexo en las playas de Kenia, sino en los intentos de engaño o mentira piadosa que los propios jóvenes utilizan para cobrarse los favores sexuales que prestan, adornándolos como ayudas para la familia cuando no dejan de ser las tarifas de unos prostitutos, por necesidad, es posible, pero comerciando con su propia carne. Al tiempo que Seidl consigue elaborar poderosas imágenes metafóricas, como esa fila de tumbonas al estilo del cuadro de Hooper, separados del arenal playero por una cuerda permanentemente custodiada por guardas de seguridad privados, mientras al otro lado esperan, con la excusa de vender souvenirs, decenas de jóvenes que, en realidad pretenden que alguna de las “sugar mama” europeas se fijen en ellos y les admitan en sus camas de solteras, divorciadas o viudas el tiempo que dura el viaje vacacional, inicialmente por “amor” cuando lo que quieren de verdad es “dinero” o esas irreales actividades de entretenimiento para turistas dentro de las instalaciones hoteleras, donde las únicas activas son las maduras en busca de sexo mientras el resto de clientes permanecen estáticos toda la película tomando el sol, también consigue colocar al espectador en la incomodidad evidente derivada de los ambientes nativos en los que la turista lleva a cabo su actividad sexual, de esa carencia de todo frente a la opulencia hotelera, de ese sexo por compasión que resulta todo menos erótico.

 

Paraíso: Amor (2013) de Ulrich Seidl
Paraíso: Amor (2013) de Ulrich Seidl

 

Creíblemente autoengañada, el personaje de Teresa pensará poder enamorar en ese par de semanas a alguno de esos jóvenes para que le dé el cariño que echa en falta en su fría casa y frío país, con una hermana fanática religiosa ultracatólica y una hija adolescente acomplejada por su sobrepeso y que hace caso omiso de su madre, y en ese camino de autoengaño lo único que provoca es el ahondamiento de la herida que sufre, la de la soledad absoluta, tanto aquí como allá, extranjera en cualquier sitio donde se encuentre, lo que necesita no se compra con dinero. Ese plano final de una mujer madura llorando sola sobre una cama de hotel refleja como nadie la verdadera situación de Teresa, la de la depresión, la de la toma de conciencia de su más absoluta falta de amor, la de la humillación del rechazo. Para llegar a ello no habrá dudado en rebajarse hasta las mayores cotas de abyección, tanto propias como las que ocasiona a terceros, desde ese predominio del que tiene dinero sobre el que carece de él, pasando de una posición pasiva a otra activa en la busca de sexo y desechando la posibilidad de pagar por ello.

El cine de Seidl es frío, como sus personajes, es distante porque parece tratarse de una fría composición documental de una realidad archiconocida, la del turismo sexual, y es todo menos erótico y sexualmente atractivo pues las escenas de sexo y de intimidad sexual entre la protagonista y sus amantes aun siendo de una fisicidad absoluta, al mismo tiempo no dejan de reflejar la sordidez de todo lo que rodea la situación, porque cualquier espectador mínimamente avezado sabe que detrás de ese “Ich liebe dich” que los muchachos le dicen a Teresa, o ese “amor sin fin” que prometen, no existe nada más que una representación teatral, una composición ficticia donde nadie debería sentirse engañado, cada uno da lo que tiene, uno juventud y otro dinero, ese es el mensaje, el amor no se compra, el sexo sí, luego Teresa no debería sentirse engañada, sino que lo que aprovecha es su estancia en el extranjero para dar rienda suelta a sus sentimientos, esos sentimientos reprimidos y ocultos en su casa.

En contra de esta notable película se encuentra su duración, dos horas de intentos patéticos de ligoteo con jovencitos, de una historia que conocemos y de la que no podemos esperar ni un momento un giro narrativo sorprendente porque el personaje de Teresa viene anunciando desde el principio que su presencia en Kenia no va a ser tan plácida y libre de prejuicios como la de su compañera, que si sabe a lo que va.

La omnipresente vigilancia del hotel recuerda que existen por lo menos dos mundos, el real que se sitúa fuera de la cuerda que separa las tumbonas de la playa y el inventado por el capitalismo para que los ricos que no quieran no sepan lo que ocurre en el resto del mundo. Cine necesario e incómodo, diferente y perturbador, el espectador se sentirá incómodo e interrogado por su propio comportamiento, no me parece espléndida pero si notable como obra de arte contemporáneo.  

 

 

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