MARAVILLARSE O NO

LaCajaDeOscar0-300x300Por OSCAR M. PRIETO. Todavía en mis tiempos de partida de tute diaria, la autoridad de los telediarios bastaba para zanjar una discusión. “Ha salido en el telediario”, esgrimía uno de los contendientes y era prueba suficiente para ganar la apuesta. Me temo que hoy en día, tal argumentario no aclararía nada, antes bien al contrario. Sin embargo, los libros, ciertos libros, conservan intacta esa pátina de autoridad y de honradez. Es sólo gracias a ellos que, aquellas verdades esenciales, de todos conocidas, se nos revelan en toda su dimensión y sentido y el leerlas ordenadas en líneas nos franquea la entrada a su comprensión. Y si no me creen, compruébenlo ustedes mismos.

Hablamos de la libertad, en nuestra vida cotidiana, con naturalidad, como si tuviéramos un trato familiar con ella, como si conociéramos de sus exigencias y de la responsabilidad íntimamente ligada a ella. Pero, pregúntense ¿qué es la libertad? Y no me respondan, como respondió San Agustín cuando le preguntaron qué era el tiempo: “Si no me lo preguntas, lo sé. Si me lo preguntas, no lo sé”. No es sencillo, no. Todos sabemos, pero el conocimiento no es completo hasta que no se formula y puede expresarse, compartirse. Para esto existen los filósofos y los poetas, para penetrar de luz la civilización. Leamos, entonces, lo que Víctor Hugo nos dice sobre la libertad cuando nos habla sobre la condición de quien no es libre: “Quien no es libre no es hombre; quien no es libre, ni ve, ni sabe, ni discierne, ni se engrandece, ni comprende, ni quiere, ni cree, ni ama; no tiene ni mujer ni hijos, sino hembra y cachorros; no existe”

Quien no es libre no existe. La libertad como condición de nuestra existencia, auténtica y verdadera existencia.

Paso ahora de la idea a los hechos. Dejo el libro en el que leía esto y abro el periódico del día. ¿Qué me encuentro? ¿Qué lecciones puedo extraer de las noticias sobre la libertad que ahora me ocupa? En Gibraltar tiran bloques de hormigón de 7 toneladas en los caladeros para impedir pescar a los pescadores españoles. Las autoridades españolas, en respuesta, realizan registros en la verja, formándose colas interminables, ralentizando la libre circulación. Valentín Lasarte, condenado a 347 años, gozará de un permiso de 6 días fuera de la cárcel. Vacaciones que no podrán ya nunca disfrutar las 7 personas a las que asesinó. Tampoco las 81 víctimas del funesto accidente de ferrocarril (que ocupa unas cuantas páginas). Los secesionismos siguen con su afán de crear nuevas fronteras, no sólo físicas, más perversas aún, fronteras mentales. Cada loco con su tema. Mursi, líder de los Hermanos Musulmanes, es enviado a la misma prisión en la que está Mubarak. Lo único libre, al parecer, son las 300 toneladas de agua muy radiactiva que continúa fugándose de la central de Fukushima.

¡Ya basta! Clamaba León Felipe: “¿Quién lee diez siglos en la Historia y no la cierra/ al ver las mismas cosas siempre con distinta fecha?”

No hacen falta diez siglos para hartarse, es suficiente con el periódico del día. Sin embargo, lo peor estaba aún por llegar, me aguardaba en la página 38 del diario. Un grupo de investigadores de la Facultad de Medicina de la Universidad de Indiana, dirigidos por Alexander B. Niculescu III, apuntan en su estudio –publicado por la revista “Molecular Psychiatry”- que la presencia en sangre de determinados biomarcadores del ARN, en concreto el SAT1, ayudaría a identificar quién está en riesgo de quitarse la vida. “Estos marcadores no solo reflejan un estado actual de alto riesgo, sino que podrían predecir el riesgo –de suicidio- a largo plazo” Explica Niculescu. Este descubrimiento viene a sumarse a otro producido hace un par de años sobre la presencia de un gen, el ACP1, en personas que habían intentando suicidarse.

Leo con pavor esta noticia y se me quitan las ganas de seguir leyendo. Dejo el periódico y me voy hasta el río de paseo. Paseo mientras voy pensando o pienso mientras voy paseando. El ser humano es el único animal que puede decidir cuándo poner fin a su vida. Objetivamente, la opción de suicidarse es la más grande y, como tal, la más terrible libertad que todos tenemos. Todos podemos decidir cuándo poner fin. No hay régimen, por despótico y tiránico que sea, que pueda privarnos de esta libertad. De aquí viene el poder de las huelgas de hambre, tan temidas incluso por los dictadores más feroces. En nuestra sociedad el suicidio es un tabú. No lo fue en la Roma clásica ni en el actual Japón. Séneca resistió al enloquecido gobierno del emperador Nerón suicidándose.

Y al final será la Ciencia y sus malditos genes la que venga a privarnos de esta libertad que yo consideraba inatacable. ¿Será cierto aquello de que la verdad nos hará libres?

“Cansado de maravillarme, quise saber, invariable y funesto fin de toda aventura”, nos advierte uno de los personajes de mi admirado Julio Cortázar. Si nuestro afán es comprender la vida sometida al experimento, bajo la lente de un microscopio, nunca la comprenderemos. Comprender la vida es asumir que siempre nos desbordará. Da igual cuánto mejoremos y avancemos en nuestros laboratorios: nunca, por fortuna, podremos retenerla allí. Maravillémonos entonces. Todo el mundo a maravillarse. Vayamos por la vida siempre con los ojos abiertos como platos. No perdamos nunca la emoción de sorprendernos, no pongamos fin a nuestra aventura, la más grande, de vivir y vivir libres (por ahora, ningún gen nos lo impide).

Salud

 

Oscar M. Prieto Escritor

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