Las horas sumergidas

 

Las horas sumergidasLAS HORAS SUMERGIDAS  

Jorge de Arco

 

Ed Algaida. Sevilla, 2013

           

Premio Nacional de Poesía José Zorrilla

 

Por Alberto Chessa

 

 

Jorge de Arco (Madrid, 1969) prosigue su camino de búsqueda y revelación con Las horas sumergidas, séptima posta de un itinerario en el que la vida viene compareciendo como campo de pruebas de la luz y todas las siluetas que dibuja. Con este libro, que ha sido merecedor del I Premio Nacional de Poesía José Zorrilla, su autor erige un territorio mítico, que no por ello desatiende la impronta cotidiana, la incisión y el desgarro que los días (es decir, el tiempo) dejan en quien, como el poeta de Toledo, «se para a contemplar su estado». La contemplación es, de hecho, el verdadero puntal de estos poemas, en tanto que la voz que los formula es una suerte de eco vigoroso que trona  de risco en risco. Jorge de Arco escribe desde una asumida condición de exiliado, de transterrado, como si la poesía hubiera de aceptar irremisiblemente que entre la realidad y el lenguaje hay siempre una distancia renovada.

 

Las horas sumergidas es una invitación, desde su mismo comienzo, a soñar «el otro lado de la noche», ese que anda semihundido (y con él, las horas) dejando ver, como un iceberg, una parte liviana de su hechura. «Porque sé lo que ignoro», la misión del poeta es enfundarse la escafandra y descender hasta las simas ocultas para dar noticia (al lector y, antes, a sí mismo) de lo que allí transcurre. Y este descenso, valga la paradoja, cobra en el libro bríos de elevación, de subida, de coronación. Para ello sólo cuenta con «palabras amarillas», que es el color del tiempo y sus «vacíos pétalos», sí, pero también de la temprana primavera. Los versos se despliegan ante el lector bajo el signo de una exuberante magnitud metafórica, cincelados con el buril de un lenguaje exquisito, dominado y dominante, que no desdeña el suave forcejeo con la gramática cuando el discurso lo requiere, de forma que la cal pueda tener un «tacto ardiente y julio». 

 

El libro se ordena en cuatro partes, escoltadas por un preludio (sin título) y una «Coda». Con la excepción de una cita inaugural (un fascinante relámpago del poeta de la dinastía Tang, Han Yu), no encontraremos coqueteo alguno en cuanto a aparato de referencias o exhibicionismo vacuo de pimpampum. Esa poda de hojarasca permite ver Las horas sumergidas, desde su misma materialidad, como un deliberado viaje a la desnudez esencial de las cosas y el verso. «No tengo otra moneda que el recuerdo», confiesa el poeta en la primera sección, lo que es lo mismo que reconocer que al mañana se llega descendiendo auspiciado por la brújula rota de la desmemoria. «No hay otros paraísos que los paraísos perdidos», nos percutía Borges, y Jorge de Arco sabe bien que, en materia de evocación, las islas siempre son misteriosas y los tesoros ocultos. Como el autor de la «Epístola moral a Fabio» se descubría completo con «un ángulo entre sus lares», así De Arco dictamina: «Con un trozo de mar casi me basta».

 

El siguiente grupo de poemas se halla bajo la advocación del amor, lo que no significa que el poeta se aleje de su atalaya existencial (la distancia otra vez) ni de los pactos honrados con la memoria: «En el pincel del tiempo / te copio. / Y me reflejas». La vida entreteje su leyenda con los hilos del sueño, que anda aquí en pugna con la vigilia en igualdad de condiciones y da paso a la tercera parte, una gavilla de versos en donde más palmarias se descubren la duda, la pregunta, la indagación de una voz angélica que entona un canto desde «el destierro y su milagro». El lector asiste a una actualización de la lírica de vuelo místico, tan desusada («no usada», como la luz de Fray Luis) en nuestros días, que da de sí una de las muestras más extremadas y hermosas de la poesía contemporánea: Jorge de Arco se atreve a tentar «la metáfora infinita / que anida junto a Dios».

 

El libro se cierra asignándole un punto cardinal al malogrado paraíso: ese Sur hacia el que, desde el invierno, parten de nuevo «los siglos más hermosos de mi infancia», como hacía Eliot tras leer «much of the night». Un invierno («Invierno», escribe el poeta) que «está lloviendo de mis dedos» y es capaz de amansar, domesticar, hasta los mismos demonios interiores, de pronto devenidos (en una imagen sobrecogedora) cervatillos que comen de nuestra mano. El broche, como no podía ser de otra manera, se ofrece como una invocación del tiempo y su virtud de callar o perorar según sepamos atenderlo.

 

Las horas sumergidas es un libro que no se entrampa en ningún postulado estético a modo de vademécum censor; un poemario libre, liberador, en la mejor tradición de ese Romanticismo que entronca con lo ascético y puro: cuánta brevedad en estas páginas y, sin embargo, cuánto cabe en cada verso que, no en vano, se derrama. Hay color y calor en la última ofrenda de Jorge de Arco: trinos, oleaje, caricias. Hay memoria. Hay amor. Y ello a pesar de todas las sombras, que no son pocas y sí «inmortales». Acaso como esos «milenios / que sostuvieron mi primera muerte».

 

 

 

One thought on “Las horas sumergidas

  • el 27 septiembre, 2013 a las 4:56 pm
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    Me encanta leer poesía y también que alguien como Alberto Chessa, un gran poeta, hable con tanta admiración de la obra de otro poeta como Jorge de Arco, realizando este análisis tan completo, tan rico y minucioso que induce a leer «Las horas sumergidas» a quien aún no ha tenido la suerte de hacerlo.
    Enhorabuena también a Culturamas por dar cabida a nuestros poetas contemporáneos, esta nueva generación de la crisis económica, pero tan ricos y espléndidos escritores.

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