El vano adiós de Dexter

 

Por MARTA AILOUTI

Y el final llegó. El definitivo. El irreversible. Dexter Morgan se ha ido rompiéndole a más de uno el corazón. Ni nosotros, ni él, nos merecíamos tanto. Ni mucho menos tan poco. Ahora podemos simplemente pasar página y olvidarnos, o volver la vista atrás. Tal vez sea verdad eso de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Salta a la vista que para Dexter, al menos, sí que lo fue. 

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Pero volvamos al presente, el tiempo peor, su octava temporada, la última, la que ha dejado tantas heridas abiertas y de fondo ese tenue velo de la decepción, que lo cubre todo y lo desfigura. Como un mal amante que no se atreve a dar del todo el paso, su octava temporada se ha empeñado en hacerlo todo mal para que seamos nosotros quienes acabemos dando un portazo. En esto ha sido todo un éxito. Y no por ello, menos doloroso. Dexter ha terminado, metafóricamente, distorsionado por el agua en el fondo del mar. Como uno más de su cadáveres. Arrojado por aquellos mismos que lo habían creado.

Las críticas en este sentido han sido tantas que sus guionistas han tratado de salir al paso señalando a la cadena como la responsable de su polémico y casi insulso final. Dicen ahora que les impusieron ciertas condiciones sobre cómo debía acabar su protagonista. Se equivocan y demuestran no haberlo entendido del todo. Porque el fallo de este Dexter no es solo su desenlace. El problema, señores, es que la temporada entera ha sido todo un desastre.

Y lo ha sido a pesar de que el argumento inicial podría haber sido aprovechable. Teníamos a una Deb más descontrolada e impredecible que nunca, a Dexter sumamente perdido sin la presencia de su hermana, a un asesino en serie que cortaba partes de los cerebros de sus víctimas, a una inquietante doctora especialista en psicópatas e, incluso, a un amplio abanico de enfermos mentales que podrían haber dado algo más de juego. También teníamos a LaGuerta, sin ningún cabo suelto por atar. Tan perfectamente atado que no hubiera estado del todo mal que alguien hubiera tirado por ahí. Solo hacía falta agitarlo todo y llevarlo hacia algún lugar. Aunque solo fuera por poner a Dexter contra las cuerdas. Un poco de tensión. Algo de ese estrés bien enfocado al que nos tenían acostumbrado.

Pero ni el malo estaba a la altura de su protagonista, aunque este pareciera una versión algo tibia de sí mismo, ni Deb ha saltado del todo por los aires, ni el secreto de Dexter ha sido una variable demasiado importante a lo largo de los capítulos, ni la doctora Voge, con la que el forense termina creando un vínculo un tanto forzado y bastante discutible, llegó a ser el personaje perturbador que algunos esperábamos. Ni si quiera la existencia de un joven discípulo al que enseñarle el código de Harry, Zack Hamilton, o el regreso de Hannah, la bella Hannah, con un marido mafioso, hicieron tambalear sus cimientos.

Más bien al contrario, todo ha conducido a un Dexter ciertamente desfigurado, incapaz de matar porque, de golpe, ha dejado de sentir la necesidad de hacerlo, ni si quiera para cumplir la primera norma del código: “no te dejes atrapar”. Porque vale que tiene que evolucionar. Y lo cierto que es que lo hace. Y de una manera progresiva, sutil y natural. Este Dexter es más emocional y sentimental que el del principio. Lo hemos visto con Deb o Harrison. Lo vimos con Rita y ahora lo vemos con Hannah. Pero los psicópatas no se curan con amor. Y aunque lo hicieran, no hay evolución que se precie que se realice volviendo tonto al personal. Mucho menos al Dexter Morgan que conocimos, que no dejaría que nada pudiera interferir en su futuro feliz en Argentina ahora que esta tan cerca. Pero parece que el amor, aparte de curar, alela.

El resultado es su final, que llega un poco con cierto sentimiento de alivio. No debería ser así. Y Dexter, cuyo lado humano acaba por ser de algún modo su perdición, se despide de nosotros injustamente maltratado. Primero por sus guionistas que, con o sin condiciones, no supieron campear el temporal cómo debían. Después por su cadena. Solo ellos sabrán qué importancia tenía que su protagonista acabara vivo o muerto, libre o preso. Tal vez no sea necesario que pase mucho tiempo para que comprendan lo poco y mal que han sabido querer a una de sus mejores series.

Mientras tanto a nosotros, los que sí supimos hacerlo, nos queda una historia repleta de buenas temporadas, en especial las cuatro primeras, capítulos brillantes e infinidad de escenas memorables, envueltas con un ingenioso humor negro y con grandes dosis de tensión. Crímenes perfectamente recreados, diálogos sensacionales, giros inesperados, y una sugerente y genial cabecera. Una agradable vista hacia atrás, en fin, con algunos de sus mejores personajes, como Miguel Prado, el sargento Doakes, Trinity, la adorable Rita, el reciente Isaak Sirko o hasta, incluso, la letal e hipnótica Hannah de la pasada temporada. Y solo por eso merece la pena no pasar página y olvidarnos.

Y por supuesto por Deb.

Y sobre todo por Dexter.

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