La impostura del talante

 

Por ANNA MARIA IGLESIA

@AnnaMIglesia

Recuerdo perfectamente aquel 14 de Marzo del 2004, dos meses antes había cumplido los dieciocho. Recuerdo perfectamente ese domingo cuando salí de casa con mi voto escondido dentro de uno de los bolsillos de la chaqueta; caminaba junto a mis padres hacia el colegio electoral, el trayecto se hizo particularmente largo, el esperado momento de introducir por vez primera mi voto en la urna se retrasaba injustamente. Recuerdo la sonrisa del presidente de la mesa, me felicitó mientras orgullosa veía caer el sobre dentro de la urna; era un momento importante, tras los trágicos acontecimientos de los días anteriores, las mentiras que los habían seguido, aquel voto era para mí la mejor contribución que, una estudiante de último año de Bachillerato, podía hacer para que, tras ocho años del mismo gobierno, y tras lo sucedido en los últimos días, la realidad político-social cambiara definitivamente. La emoción perduró el resto del día, hasta que, pasadas las once, José Luis Rodríguez Zapatero salía al balcón y un gran número de personas lo aclamaba, le vitoreaba por su victoria. Desde mi salón, yo celebré con el mismo énfasis aquella victoria, en cierta medida me creía responsable de ella, mi primer voto había servido a que el partido socialista ganara las elecciones.

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Han pasado ya casi diez años y con ellos muchas otras elecciones; el desapego -como suele decirse en estos días- y la decepción me acompañan cada vez que trato de ver en la política algo más que un simple juego corrupto entre partidos. No he vuelto a votar con ese entusiasmo, en verdad, ya no hay emoción en ninguno de mis votos, simplemente cumplo con un deber ciudadano que nunca eludo. Miro hacia atrás y me pregunto si aquel orgullo que sentí ese 14 de marzo de 2004 tuvo algún sentido, miro hacia atrás y observo con inevitable frustración el camino político realizado por un presidente que no colmó las expectativas. Las palabras, los discursos, aquel ya famoso talante, se volvieron en vacua palabrería, sobre todo cuando, como recordaba ayer la periodista Ana Pastor en El Objetivo, traicionó -«renuncié» matiza, paradójicamente, Zapatero- su ideario político y, lo que es todavía peor, traicionó la confianza de todos sus electores.

Ayer, tras mucho tiempo en silencio, Zapatero concedió una entrevista a Ana Pastor; la entrevista no iba a ser fácil, él debía saberlo, Pastor no se contenta con cualquier respuesta, la repregunta y la insistencia son las señas de identidad de una periodista siempre incómoda al poder. Puede que fuera por esto, puede que fuera, una vez más, por aquella palabrería que tiempo atrás sedujo y que, sin embargo, ahora irrita profundamente; el ex-presidente se cerró en banda, en nombre de una promesa consigo mismo, no se pronunció acerca de ninguna de las cuestiones de la actualidad política. A pesar de los incesantes esfuerzos de la periodista,  no hubo comentario alguno acerca de la actual política del gobierno del PP. Ningún comentario, una sencilla, pero enigmática, muestra de comprensión; no iba a ser menos, como le recordó Ana Pastor, Zapatero, pocos meses antes de dejar la presidencia, abrió la veda hacia los recortes, hacia el adelgazamiento del estado del bienestar social. «¿Queda algo del estado social?», pregunta la periodista, mientras el ex-presidente, en un ejercicio de elocuencia admirable, escapa por la tangente, recurre al pasado histórico -ay, ese pasado al que regresan sólo y cuando conviene- habla de los esfuerzos realizados por una joven democracia. La periodista insiste, «usted abrió la veda», pero él no responde, no hay autocrítica, apela a un sentido de responsabilidad y de compromiso con Europa. ¿Y los ciudadanos?, le recuerda la incansable Ana Pastor, mientras Zapatero, cuán héroe solitario en campo enemigo, apela a la responsabilidad de tomar decisiones, aunque estas obliguen a rectificar -¿rectifica? ¿No dijimos que se trataba de una traición?- el propio ideario.

La entrevista prosigue, las respuestas se alargan, la palabrería, impregnada de un talante cada vez más impostor, sirve al ex-presidente no sólo para no realizar ningún comentario, «no quiero entrar en el debate político», sino para evadir cualquier tipo de responsabilidad. Amor hacia Catalunya, diálogo, esfuerzo para recuperar los derechos sociales perdidos por una crisis, apoyo incondicional, cuan fiel escudero, a su partido -«el PSOE está hundido», señala Pastor, pero él, en epicúreo silencio, reafirma su confianza- y emperifollada alabanza al monarca y a la monarquía, de cuyos escándalos -le recuerda, una vez más la periodista- el ex-presidente hace caso omiso.

Mientras Zapatero elude las preguntas, las redes sociales hierven en comentarios; algunos no dudan en indignarse ante el papel interpretado -¿de verdad se trata de un papel?- por Zapatero, otros aprovechan para reafirmar aquel tópico tan maternal de «yo ya lo había dicho» y, como ya es tradición, algunos prefieren dedicar los 140 caracteres a comentar el trabajo de la periodista. Me detengo sobre un tuit en el que se hace referencia a la violenta dialéctica de la periodista; demasiada compostura mantiene la señora Pastor, pienso, pues a las preguntas acerca del caso Faisán -resulta poco creíble, comenta la periodista, que dos policías con la trayectoria brillante de los dos condenados hayan realizado un chivatazo sin ninguna orden de por medio- y de los ERES de Andalucía -nadie sabe nada, nadie es responsable de nada, pequeños errores, ¿quién no los comete?- Zapatero responde con el noto recurso entre los políticos aludiendo al respeto a las decisiones de la justicia. «Le hablo de responsabilidades políticas», insiste en más de una ocasión Ana Pastor, pero Zapatero vuelve a escaparse por la tangente. Observo a la periodista insistiendo, a lo largo de la entrevista, en el compromiso con el ciudadano, en la responsabilidad política y en los errores cometidos, mientras por la otra parte lo único que se desprende es el festín de la impunidad.

«Me equivoqué al utilizar la palabra crisis demasiado tarde», confiesa, cuán caballero con honor, el ex-presidente. El uso de una palabra ese es el único error que reconoce Zapatero en una entrevista en la que, frente a determinadas preguntas y explicaciones más concretas solicitadas por Ana Pastor, responde con un futurible «ya se verá», tras el cual se esconde la publicación de su próximo libro. «No me explique más», le interrumpe acertadamente Pastor, «ya veo que hay cosas que me quiere contar de su libro y otras que no», añade. El negocio es el negocio, habría podido contestar el ex-presidente, pero el talante se lo impide.

Al terminar la entrevista, un amigo me escribe: «Zapatero ha demostrado ser un neoliberal como todos los demás», la comprensión hacia unos recortes y la tajante afirmación de la necesidad de ser más productivos y con menos costes -ya de paso, podía mostrar su completo acuerdo hacia una reforma laboral de la que él puso las primos cimientos- lo delatan. La ausencia de auto-crítica, la completa impunidad frente a cualquiera de las posibles responsabilidades es la más clara ilustración de los motivos del hundimiento del Partido Socialista, «ha perdido cuatro millones de votos», remata Ana Pastor, frente a la displicente actitud de Zapatero frente a las encuestas.

Termina la entrevista y yo vuelvo a mirar hacia atrás, hacia ese año 2004. Qué ingenua, pienso; la insistencia de Ana Pastor, sus continuos apuntes frente a las evasivas del presidente, han servido para trazar el retrato del ex-presidente y, sobre todo, para contestar las preguntas que él no quiso responder. «Estos son los datos, y suyas son las conclusiones», con esta frase cierra el programa y con esta frase, casi autorreferencial, la periodista avisa, son los datos, los hechos y -¿por qué no?- las no respuestas los más fieles testigos de la realidad; las evasivas, las negaciones, los silencio o el talante no son más que un disfraz, un vacuo disfraz, tras el cual esconder lo inconfesable. Sin embargo, las cortinas de humo siempre terminan por correrse, y ayer Ana Pastor consiguió que se viera más allá de ella.

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