AURORA BOREAL

Por Oscar M. Prieto.

Veintinueve de noviembre de dos mil trece.

O dicho de otra manera: 29/11/13

Lo que también se puede analizar por partes como:

29

11

13

Aparentemente números sin sentido.

Hasta que se les dota de sentido.

Probablemente la vida, nuestra vida particular, única e intransferible, consista sobre todo en esto, en dotar de sentido a lo que pasa, a lo que sucede, a lo que acaece. Preñar con un sentido, para así rescatar de la corriente a algunos restos, de todo lo que arrastra consigo esa sucesión de instantes llamada tiempo. Estos «restos», son más o menos nuestra vida, la de cada uno, Quiero decir, estos «peces» que pescamos, que sacamos del río que deviene, con el anzuelo de un sentido propio y exclusivo para cada uno de nosotros, esta pequeña cesta de pescado, viene a ser más o menos la vida personal de cada uno.

11, 13, 29 son tres números primos. Sabemos de la importancia de los números primos. Todos aquellos números que sólo son divisibles por sí mismos y por la unidad. Uno de los grandes misterios de las matemáticas y por tal, festín de matemáticos, uno de los pilares de nuestra comprensión del universo que nos rodea.

El pasado viernes fue el 29 del 11 del 13, una fecha que se forma y conforma con tres números primos. Es más, la última fecha que contiene en su interior tres números primos, no será la próxima hasta el año 2017. Y yo quiero que el sentido de estos números y su sutilísima especialidad aporte su simiente a la memoria que yo conservaré de aquella noche.

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Me gustaría deciros que antes de que sucediera, yo ya me había dado cuenta de ello. Que elegimos  el día conociendo los poderes alquímicos de esta fecha, capaces de transformar el plomo de unas horas anodinas y anónimas, en el oro de unos instantes protagonistas de un recuerdo inolvidable. Pero no fue así, fue después cuando nos dimos cuenta. Todavía con el fragor de la emoción en nuestros rostros, brindando por la fortuna de haber vivido un momento como el que acabábamos de vivir, fue entonces cuando descubrimos que la fecha llevaba en sí la cifra de lo extraordinario, siempre y cuando nosotros no lo dejáramos escapar y estuviéramos dispuestos a afrontarlo de un trago.

Sí, me parece más interesante incluir la belleza de la fecha en la propia historia de la que estoy hablando. Es lo que os decía al hablar de preñar de sentido la realidad que nos circunda. De hacer que lo que pasa, nos pase, a nosotros, a cada uno, de una manera única y diferente, especialísima. En lenguaje moderno, se podría decir que es algo así como tunear el tiempo y lo que este trae consigo, customizarlo  (menudo palabro este tan de moda. Ah, las modas y los verbos nunca se ha llevado bien…). Así que mi historia siempre comenzará así:

«Fue la noche de un viernes 29 del 11 del 13. El último día que llevaría en su seno tres número primos….

Luego, el relato continuará, más o menos así.

Salimos de Rovaniemi, Laponia, y nos internamos con motos de nieve en un bosque nevado. Los guías nos llevaron hasta un pequeño claro (nada que ver con el «claro en el bosque» del insoportable Heidegger).  Un promontorio de nieve, de no más de tres metros cuadrados y unos cuatro metros de altura, que hacía las veces de mirador.

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Allí- rodeados de firmes y profundos abetos, también de abedules-, esperábamos. «Quien deja de esperar dejará de temer», decía Séneca. Pero nosotros esperamos sin miedo, con esperanza, que es la propia vida defendiéndose, que dijera Cortázar. Esperamos, mirando obsesivamente el cielo, queriendo adivinar en él lo que no se veía, abrigados de tal modo que no nos hubiera cabido ni una sola prenda más. Se veían las estrellas, el Carro, Casiopea,… brillaban con la intensidad que da una escenario silencioso y tan lejano, mientras, allá abajo, nosotros, diminutos seres humanos, dábamos pequeños saltos para que no se nos congelaran los pies. Calculo que estaríamos a 18º bajo cero.

Durante todo el día yo había estado convencido de que íbamos a tener suerte. Convencido. Pero iban pasando los minutos, las horas… los dos guías no parecían muy contentos. Nos decían que las condiciones eran propicias pero… nunca se podía asegurar si iba a suceder o no. Alguien dijo que quizás una canción ayudara a invocarlas, que las provocaría, tal vez. Me pareció una idea tan buena como cualquier otra. Además, algo teníamos que hacer. No podíamos seguir allí parados, esperando, sin más. No dudé ni un segundo, sabía cuál era la canción y además la llevaba en mi móvil. Wigwan, de Bob Dylan, en la versión de la película The Royal Tenenbaums. Cuando comenzaron a sonar los primeros acordes, todos miraron para mí, sorprendidos, convencidos de que algo no debía ir muy bien en mi cabeza. No nos veíamos las caras, tal era la oscuridad, pero sé que miraron hacia mí y que pensaron así. Yo alcé los brazos y me puse a tararear la canción, bailando muy lentamente. Nacho se sumó de inmediato. Luego otro alzó las manos también y otro y… «¡Parece que allí se ve una claridad!» -señaló uno con el dedo en la lejanía. Sí, parecía que el cielo allí estaba más claro y se nos antojaba de una claridad de tonos verdes. ¡Era la señal!

El inicio fue muy lento, como si quisiera prepararnos. Los primeros aplausos, algunos gritos. Yo, por mi parte, resbalé y caí del mirador. Volví a subir trepando, como un animalillo más bien torpe. Alguien me alcanzó la mano y me elevó. Poco a poco se fueron sucediendo, por un lado, por otro, un rayo largo lanzado hacia al cielo, primeros bocetos de posibles movimientos. Todos sonreíamos y estábamos contentos por haber visto al menos esos señuelos. Pero en el fondo, no nos conformábamos, todos queríamos más. Y tuvimos más. Tuvimos, verdes y rosas y violetas y algo parecido a un gris que se desprendía- Tuvimos el despertar del cielo, el cielo atravesado por un arco de fuego caprichoso y libérrimo justo encima de nosotros. Qué abrazos. Qué fraternidad entonces. Qué sentimiento de ser tan afortunados. Algo cercano a la beatitud, por un momento, cuando poco a poco, de nuevo el silencio, y la oscuridad. La nieve. El camino de regreso.

Sin embargo, «nosotros, los de entonces» ya no éramos los mismos. Acabábamos de disfrutar de uno de los más grandiosos espectáculos de la naturaleza: las Luces del Norte, también conocidas como Auroras Boreales. Y había sucedido allí, tan lejos de todo, en un rincón del mundo. Y no creo que pasaran de cientos las personas

IMG_73570485327094-de entre los miles de millones de personas que respiran en este planeta nuestro- que habíamos podido verlas aquella noche.   De la explicación científica de este fenómeno de las auroras boreales, me quedo con el dato de que exactamente lo mismo que nosotros vimos, es decir, las mismas formas, los mismos colores, los mismos movimientos, exactamente igual, lo vieron en el Círculo Polar Antártico. Es decir, personas separadas por un planeta entero, podíamos ver al mismo tiempo, aunque de modo especular, aquella maravilla. Y esto me gusta. Y estoy seguro de que tiene un sentido.

Regresamos y fuimos a un bar, por supuesto, a brindar. Algo había cambiado en lo más profundo de cada uno de nosotros. Mi amigo Manuel, físico y sevillano, me ha dicho que estuvimos expuestos a mucha radiación. Y seguramente sea verdad. Pero yo prefiero pensar que también la leyenda tiene su verdad cuando afirma que quienes han visto las luces del Norte serán felices el resto de sus vidas.

Yo lo que sé es que fui muy feliz aquella noche 29 del 11 del 13 y que de alguna manera aquellas interacciones entre las partículas solares y los campos magnéticos de la Tierra tendrán un sentido imborrable para mí.

Si en alguna ocasión ha tenido sentido la expresión de que no se puede decir con palabras, sin duda es esta. Os animo a todos a buscar vuestra aurora boreal.

Salud

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Si la cara es el espejo del alma…

Ps: Por suerte, Carina, una australiana compañera de aventura y fotógrafa, llevaba cámara y trípode y novio con ella y gracias a ellos tenemos estas imágenes, que grabaron aquellos instantes. Un recuerdo para toda la vida.

One thought on “AURORA BOREAL

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