Aborto, un derecho por reconquistar

 

Por Anna María Iglesia

@AnnaMIglesia

Era 1979, nuestra democracia era todavía joven, endeble; tras más de tres décadas de dictadura, había llegado el momento de salir a la calle y reclamar aquellos derechos que durante años fueron negados. Había llegado el momento de desembarazarse de la moral católica que impregnaba la legislación, había llegado el momento de reclamar un nuevo papel para la mujer en la sociedad, un papel protagonista: había llegado el momento de liberarse de las cadenas patriarcales y reclamar la propia libertad de decisión. Ya no había miedo. Era el 1979, una mujer, como tantas otras en aquellos años, se apropiaba de la calle, de ese espacio público que nos pertenece a todos, para reclamar su derecho a abortar, para reclamar su libertad frente a su cuerpo. Sus gritos, considerados demasiado osados en aquella joven democracia, son intolerables por las fuerzas del orden, por un estado que, por entonces, todavía debía aprender que significaba la libertad de expresión y los derechos civiles. Un policía la persigue, la golpea, pero su voz no se silencia, sus reivindicaciones siguen resonando a lo largo de la calle.

1979

Sólo ha pasado un año; es el 1980, y todavía el aborto sigue siendo un delito. Mientras nuestros países vecinos, con los que tantas veces nos confrontamos, el aborto ha sido legalizado y legislado, aquí las mujeres que deciden interrumpir su embarazo siguen bajo el yugo del delito, obligadas a abortos clandestinos, en lugares y métodos insalubres. Es 1980 y el miedo ha desaparecido, el silencio ya no es la respuesta; las calles vuelven a llenarse de mujeres que reclaman la despenalización del aborto, reclaman un derecho que había sido despenalizado en 1936 por Josep Tarradellas en Cataluña y en 1937 por el gobierno de Francisco Largo Caballero, gracias a la insistencia y lucha personal de la ministra de sanidad Federica Montseny

1980

Han pasado tres años, es el 1983 y todavía el aborto sigue siendo un delito. Las manifestaciones no cesan, el desánimo no inunda a aquellas mujeres que reclaman cada vez con más insistencia el derecho a abortar. Pasarán todavía dos años, será en 1985 cuando el gobierno de Felipe González despenalice el aborto. Mientras, en 1983, las calles siguen llenándose de mujeres de distintas generaciones reclamando el derecho de decidir sobre su propio cuerpo, un derecho que les fue negado a generaciones anteriores, y que ahora reclaman para ellas, en homenaje a quienes las precedieron, y para las generaciones futuras.

1983

Dos años antes de que se despenalice el aborto, la ley sigue persiguiendo a muchas mujeres. La clandestinidad es el refugio y la única alternativa posible. El estado coercitivo, sin embargo, no consigue frenar las ansias de libertad de muchas mujeres que desobedecen la ley y  desafían la autoridad, a pesar de la condena que irremediablemente se les impone. Es 1983 y en Bilbao un grupo de mujeres reclama la amnistía para once condenadas

aborto_1983_1

Las reivindicaciones llegan a su fin, poco tiempo después ya no será necesario reclamar la despenalización del aborto. La Ley Orgánica de 1985 legalizará el aborto, una ley que gravita en torno a tres supuestos: el terapéutico, el criminológico y el eugenésico. La sanidad pública garantizará que el aborto sea accesible a todas las mujeres, independientemente de la capacidad económica. En caso de violación, la mujer podrá decidir abortar hasta las 12 semanas de gestación, en caso de mal formación fetal, tendrá tiempo hasta las 22 semanas; en el caso de correr peligro la vida de la madre, no hay plazos, la vida de la mujer es primordial. Tras años de protestas y reivindicaciones, la victoria por y para los derechos sociales de la mujer se ha conseguido. La historia se encamina, finalmente, hacia una sociedad del bienestar, de libertad y de derechos paritarios; iniciado el camino, ya no hay vuelta atrás o, al menos, eso se pensaba.

2013

Con la reforma de la Ley del aborto propugnada por Gallardón, la historia se repite, ya no se camina hacia delante, ahora, se retrocede, convirtiendo las victorias conseguidas en un recuerdo. Se endurece la ley del aborto, desaparece el supuesto eugenésico y, como sucedía en aquellos oscuros años de dictadura, las grandes capitales europeas son la única alternativa para poder interrumpir el embarazado de forma segura. Condenadas a la ilegalidad todas aquellas mujeres que no podrán pagar un billete y el servicio médico en otro país, la clandestinidad vuelve a aparecer con el peor de sus rostros a la vez que la maternidad, lejos de ser fruto de la libre elección, se convierte para muchas en un destino inevitable. Recortadas hasta el mínimo las ayuda a la dependencia y eliminado el supuesto eugenésico, los niños que nazcan con malformaciones son condenados, incluso antes de nacer, a una vida de precariedad y de sufrimiento. Los crucifijos vuelven a dictar ley, la moral católica vuelve a impregnar la legislación y la libertad personal, tan difícilmente conquistada, vuelve a ser golpeada con la misma fuerza con la que el policía golpeaba aquella mujer que reclamaba sus derechos en un ya no tan lejano 1979. En este incomprensible retorno a un pasado tan poco glorificante, las voces de las mujeres no se silencian y las calles vuelven a llenarse, el espacio público es reconquistado para reclamar un derecho que nunca debió ser negado. Como la voz de aquella anónima mujer, hoy los gritos no se acallan, pues el silencio y el miedo, ha perdido definitivamente la batalla.

 

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