Arte Español Contemporáneo 1992-2013

Por Mario S. Arsenal (@Mario_Colleoni)

 

 

Rafael Doctor (dir.), Arte español contemporáneo 1992-2013

Madrid, La Fábrica, 2013, 448 pp., 40 euros.

ISBN 978-84-15691-16-7

 

La Fábrica (copertina)¿Quién sería capaz hoy día de explicar un fenómeno tan complejo y laberíntico como el del arte contemporáneo? ¿Y si además lo focalizásemos exclusivamente en el caso español? Rafael Doctor ha coordinado tamaña empresa en un volumen tan ambicioso que suena tal que así: Arte español contemporáneo 1992-2013 (La Fábrica, 2013). Nace a modo de memoria y es fruto de tres encuentros abiertos al público organizados por las instituciones que lo han hecho posible en último término, la Fundación Helga de Alvear (Cáceres), La Casa Encendida (Madrid) y el Museo de Arte Contemporáneo Gas Natural Fenosa (La Coruña). A través de un índice que intenta abarcarlo todo y desde múltiples perspectivas, los capítulos van sucediéndose tratando temas de todo tipo, desde la justificación de sus límites cronológicos, la pintura y lo pictórico, las estrategias narrativas del arte, hasta las avanzadillas feministas en época actual o la controvertida cuestión de género. Un libro, por lo demás, hambriento de lectura y de lectores.

 

Juan Antonio Álvarez Reyes, director del CAAC (Sevilla), se encarga de abrir este compendio reflexivo sobre el arte contemporáneo español poniendo los puntos sobre las íes y mapeando de manera clara y sin circunloquios el panorama general donde nace este fenómeno que, por alguna razón, se ha concertado situar en 1991 con la Primera Guerra del Golfo, momento en el que la economía mundial se precipita en una crisis financiera que sirve para, de algún modo, correlatar que volvemos al mismo estado sociopolítico en 2013. Magnífico análisis el de Álvarez Reyes que administra las coordenadas del contexto del arte contemporáneo ofreciendo una nutrida red de relaciones que se ve acrecentada por una precisa bibliografía a la que recurrir en caso de pérdida o desorientación. Muy útil para continuar con el libro y, para qué decir menos, de obligada lectura.

 

Glòria Picazo empieza, no sin sorpresa, citando la generosidad del célebre ensayo El arte del paisaje del gran Kenneth Clark en cuyas páginas se abrió por primera vez la puerta a distintos paisajes en el arte (ideal, de símbolos, de hechos, de fantasía) para albergar un discurso a medio camino entre el mismo paisaje y el territorio, a menudo difusos en pro de una lectura simbólica de gran alcance que empieza en la unidad individual y autónoma para recalar en formas más complejas de carácter comunitario y urbanístico. Dicho de otro modo, se pasa de la reflexión sobre la casa o la vivienda a la teoría del edificio, del barrio, de la comunidad, etc. A nuestro juicio, tal vez sea bastante deudor de La poética del espacio de Bachelard, por lo que pierde un tanto de originalidad, pero no obstante resultan muy interesantes las interpretaciones sobre distintos colectivos como Basurarte o Derivart y la incidencia de un fenómeno territorial como la disolución entre centro y periferia a través de la obra de distintos artistas.

 

En uno de los capítulos más extensos hallamos también la aportación del coordinador del libro. En Pensar el mundo Rafael Doctor trata el problema de las estructuras de comunicación y el control del sistema capitalista, todo ello trazando un recorrido a través de distintos artistas decisivos como Antoni Muntadas, Rogelio López Cuenca, Daniel García Andújar, Antoni Abad, Federico Guzmán, Simón Saiz Ruiz o Joan Fontcuberta. Asimismo la cualidad fuertemente reivindicativa de las obras de Santiago Sierra, Alicia Framis, Ana Soler o Ricardo Cases. En definitiva, muchos nombres en los que rastrear la pista que nos lleva a la evidencia de que el capitalismo moderno ha hecho que, tanto en Europa como en España y el mundo entero, suframos de la misma manera y lloremos las mismas lágrimas. Bienvenidos a la globalización creativa.

 

A ellos les siguen Tania Pardo, que analiza el colaboracionismo en el arte y, por ende, el papel que cumple el espectador dentro de la obra de arte; Sergio Rubira que, por otra parte, aborda en un sugerente ensayo de género el paradigma de la estética feminista desde distintos puntos de vista o tendencias derivadas de la estética queer y nos invita a reflexionar sobre esta problemática tan rabiosamente actual; u Óscar Alonso Molina, que partiendo de la historia de las ideas y la cultura, cuestiona los conceptos que han ido transformando las lecturas del arte actual. Luego Beatriz Herráez nos propone, partiendo de un mapa interpretativo de la posmodernidad, una crítica del milenarismo invertido mencionado por Fredric Jameson en los años 80 haciendo un lúcido y útil repaso a las corrientes de pensamiento que han dominado en estas últimas tres décadas. Manuel Segade analiza en Dispositivos tridimensionales una suerte de estado de la cuestión de la escultura tomando como punto de partida, como no podía ser de otro modo, la obra de Juan Muñoz. Y por último David Barro se encarga de clausurar el volumen con un epígrafe sobre La pintura y lo pictórico en el que lo más señalable es el asumir el proceso artístico como obra de arte por encima de la categoría autónoma tradicional. Inevitablemente nos viene a la mente un Pollock o el contrapunto de Shigeko Kubota y su Vagina painting (1965).

 

En definitiva, un libro que no da más conclusiones que interrogantes a lo que plantea y que, de tal modo, apela a la reflexión activa e invita al pensamiento atento para dilucidar los caminos que transitamos en esta jungla llamada arte contemporáneo. Es curioso, por otra parte, que el arte posea todavía la maestría de anticiparse a ciertos problemas de índole ajena como la sociología, la antropología o la cultura de masas. Algún día se deslindarán las barreras propias y todo será, se demostrará, estoy convencido, la misma cosa. Cultura.

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