Nymphomaniac: Parte 1 (2013), de Lars Von Trier

 

Por Jordi Campeny

 

Qué difícil resulta escribir sobre una película de Lars von Trier, o sobre Lars von Trier, directamente. Cuesta encontrar un nombre en el panorama cinematográfico, tanto el actual como el pretérito, que suscite tanta controversia, pasión incondicional u odio irracional, como esta criatura, eterno énfant terrible del cine europeo. Resulta incluso divertido comprobar que una misma película del danés provoca reacciones, no ya divergentes, sino contrapuestas; dichas reacciones u opiniones suscitan, a su vez, nuevas y contrapuestas reacciones, que a su vez…y nunca acabaríamos.

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Nymphomaniac (2013), de Lars Von Trier

Uno debe admitir (¿por qué casi disculparse?) que adora a este genio loco. Sí, genio, entendido como un individuo de enorme inteligencia capaz de crear e inventar cosas nuevas y admirables (RAE dixit). Y es que uno tiene continuamente esta sensación al ver las criaturas que pare el malote de Lars: que es un apabullante creador, que se adentra en ciénagas inexploradas con anterioridad, que crea parcelas nuevas donde no había nada. Películas como Rompiendo las olas (1996), Los idiotas (1998), Bailar en la oscuridad (2000), Dogville (2003) o Anticristo (2009), perturbadoras, controvertidas, pedantes y de inagotable miga conceptual todas ellas, le han causado a uno -con matices- un impacto y una admiración inmarchitables, le han acompañado siempre y han logrado incrementar su amor por el cine y su temor a la vida. Suena pomposo; y lo es. Y no por ello menos cierto.

Con su nuevo artefacto (y es que en el caso de Trier, más que películas, lo que crea son artefactos), aun tocando teclas nuevas, lo ha vuelto a hacer: incendiar. Para bien y para mal. Es comprensible que su universo enfermizo y misógino (suele colocar siempre a una mujer en el epicentro de sus historias y la castiga, maltrata y humilla sin piedad) provoque rechazo y espanto, pero si uno consigue ir más allá (tarea nada fácil), siempre se verá recompensado por un baño de aguas turbulentas pero profundas, muy sabias, proféticas y de altos vuelos. También en esta ocasión, como viene haciendo desde siempre, sitúa al espectador frente a sus propios límites y miserias morales; la historia y sus protagonistas son meras marionetas que se mueven, erráticas y a la deriva, en una sociedad enfermiza, corrompida y devastada. Es este paisaje -físico y moral- en ruinas el auténtico protagonista de su obra. Y su obsesión.

En contra de lo que cabía esperar, en Nymphomaniac (al menos en su primera parte), Trier pisa un poco el freno; consigue llegar más lejos siendo, paradójicamente, más prudente y (¡novedad!) divertido.

La película (perdón otra vez, el artefacto) narra la historia que le cuenta una nimfómana (una quebrada e hipnótica Charlotte Gainsbourgh) a un viejo que la recoge durante una fría noche de invierno (Stellan Skarsgaard). Como es habitual en su creador, la historia se narra por capítulos (el mejor, el último; elaboradísimo y polifónico); crudos y reflexivos todos ellos y se trata, como ya se nos advierte desde el principio, reiteramos, de un relato moral (nada que ver con moralizante). Con alguna que otra provocación (pantalla en negro durante más de un minuto al inicio) pero sin exabruptos que puedan molestar en exceso, acompañamos gustosos a la protagonista (ambigua, perfecta Stacy Martin) en su tortuoso camino; asistimos a su calvario particular sin juzgarla ni compadecerla.

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Nymphomaniac: Parte 1 (2013), de Lars Von Trier

El director hace uso de múltiples herramientas y licencias que le otorgan un particular toque y empaque a la propuesta; desde pantallas partidas a imágenes de archivo de pesca y naturaleza; números, fórmulas y conceptos sobreimpresionados, el uso del blanco y negro en un determinado momento (la pérdida de color como pérdida del único referente de la protagonista), etc. También sustenta su discurso sirviéndose de la literatura, concretamente de Edgar Allan Poe y El hundimiento de la casa Usher. Nymphomaniac Parte 1 es rica en símbolos, en música (de Rammstein a Bach, y sin despeinarse) y en interpretaciones (entre ellas, mención especial a Uma Thurman).

Se le ha criticado lo poco que parece conocer Von Trier a las mujeres con esta película, que ésta es gratuita y que no da respuestas al comportamiento de la protagonista. Uno suspira de aburrimiento. ¿Acaso alguien piensa que el director pretende hacer un tratado sobre sexualidad femenina? Mostrar el sexo de forma más o menos explícita en una película que habla de la nimfomanía, ¿es gratuito?. ¿Debemos exigirle respuestas a Von Trier y al buen cine o, por el contrario, lo interesante es que consiga que nos formulemos más preguntas?

En su primer volumen, Nymphomaniac, este desconcertante y fascinante zarpazo de puro cine, no nos da ninguna respuesta, ni tan siquiera razones. Sólo algunas claves para entender la mente abatida y supuestamente enferma de su protagonista: “Quizá la diferencia entre los demás y yo es que siempre le he pedido más a la puesta de sol. Colores más espectaculares cuando el sol toca el horizonte. Puede que éste sea mi único pecado”.

¿Es necesario explicar más?

 

 

 

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