Dios existe, pero sólo para algunos

Por Miguel Abollado. Voy a contaros tres historias.
La primera de ellas trascurre en centroamérica. Tres adolescentes deciden iniciar el Gran Viaje: cruzar México en dirección norte para alcanzar el ansiado paraíso, cumpliendo así el eterno sueño de tantos millones de latinoamericanos de llegar y vivir en los Estados Unidos. Encaramados a un tren de mercancias, los tres amigos, que al principio no lo son tanto, van sorteando todas las dificultades que alguien se pueda imaginar -y algunas que son difíciles de imaginar- como en una Odisea de serie B, en la que lejos de haber ninfas o diosas, paraísos y mares bravíos, lo que hay es una realidad aplastante, sucia y drástica, tan lejana para nosotros que parece irreal, pero que el director se empeña en acercarnos tanto, en hacernosla tan palpable, que logra que nos duela hasta el alma, de forma que ya nunca podremos mirar igual a aquellos que la protagonizan. Personas reales, en mundos reales, que hablan nuestro mismo idioma, y que viven en un infierno del que los más valientes quieren escapar saltando al vacío, agarrándose a clavos ardiendo, para llegar a un paraíso que nunca resulta ni siquiera un poco mejor de lo que tenían, que era casi nada.

Hace poco menos de un mes me invitaron al preestreno de la pelicula La Jaula de Oro, en los cines Golem. La película está rodada como un documental con una pequeña trama protagonizada por tres chavales que nunca antes habían actuado. Así, la cruda realidad que intenta mostrar el director, se vuelve mucho más cruda al contar con actores que no necesitan meterse en la piel de ningún personaje, porque ellos mismos son esos personajes en la vida real. La verdad sobre la verdad. Si cuentas una verdad, y la rodeas de más verdades, nunca puede resultar una farsa. El director Diego Quemada, al finalizar la película, nos desveló algunos aspectos del rodaje, algunos finales que descartaron, historias paralelas que se cuelan como por arte de magia sin estar en el guión. Si la película me impresionó, no lo hizo menos el director, con un tono conciliador, despacio, con voz tímida, nos fue contando la realidad, la crudeza que se dejó en el camino por ser excesiva, la historia de los tres chavales que convierte un documental, que ya de por sí sería apasionante, en una historia real, protagonizada por gente real; por «extras» que no lo eran, porque estaban ahí cuando fueron a rodar, subidos en esos trenes monstruosos, haciendo el Gran Viaje; por actores que no lo son, que nacen allí, que viven entre la basura, que sufren lo mismo, que no tienen familia, que se les mueren sus amigos (a uno de ellos, que cuenta con dieciséis años, se le han muerto ya catorce amigos). Esa pelicula con di caprio sobreactuando y con el ceño fruncido no tendría sentido. No puede ser más real. Que nos guste o no, esa es otra cuestión. Que tengamos que verla todos, ya os digo yo que sí.

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La segunda historia trascurre en Sudáfrica. Un hombre está entrando en el despacho presidencial. Ha ganado las elecciones, y se ha convertido en el primer presidente negro en toda la historia de ese país. Ha pasado 27 años en cautividad por luchar precisamente por los derechos de su pueblo, esa mayoría de raza negra, y en contra de una minoría blanca que desde siglos les han mantenido oprimidos. Al entrar en ese despacho, se encuentra con un miembro del anterior gobierno. Ese gobierno que le mandó a la carcel, y en contra el que luchó con tanta fuerza en su juventud y con tanta inteligencia y perseverancia durante su larga estancia en prisión, en la que estuvo encerrado en una celda que da claustrofobia solo de ver las fotos. Es el jefe de protocolo del presidente F.W. de Klerc, un afrikaner llamado John Reinders que, mientras recoge sus cosas, le da la enhorabuena y le desea suerte. Mandela lo mira, y le responde que le necesita. Que él no sabe nada de cómo llevar un país, y que necesita alguien de su experiencia para que le enseñe y ayude. También le dice que él solo iba a estar un mandato (5 años), que ya tendría tiempo después para recoger sus cosas y marcharse a su casa. Os imaginaréis la cara del otro, ¿verdad? Inmediatamente responde que sí, que será un honor.  Acostumbrados a vivir en un mundo donde la impostura, la mentira, la falsedad y la prepotencia campan a sus anchas por los estercoleros de la política, resulta sorprendente un gesto tan sencillo y tan grande al mismo tiempo. Un gesto que denota una generosidad inmensa, y que define por sí sólo la calidad moral de una persona.

 
Sobre Mandela se ha dicho ya casi todo, poco más puedo añadir yo. Que tras su muerte hemos asistido al exceso de la nada, al derroche de la apariencia protagonizado por delegaciones interminables de supuestos líderes llenando un estadio que sin embargo resultaba vacío, con homenajes interminables para rendir honores inútiles, ya que el homenajeado nunca puede disfrutarlo, ni seguramente quisiera hacerlo. Al menos él no. Me quedo con la alegría esporádica del pueblo, de su pueblo, al enterarse de la noticia, saliendo a las calles a celebrar, bailar, cantar, y llorar, claro. También me quedo con esa anécdota que os he contado. No es necesario nada más para hacer grande a un hombre, y con él a todo un país. Porque no es un gesto de generosidad con el vencido, tampoco un gesto de buenismo para la galeria, es un gesto inteligente, es lo que tiene que ser, ni más ni menos. Porque esa persona, aunque fuera blanco, era la más adecuada para ese puesto, y porque con ese gesto le está diciendo a su pueblo: yo soy el presidente de toda Sudáfrica, de vosotros, negros como yo, que me habéis elegido, y de vosotros también, blancos, que seguramente no lo hayáis hecho.

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Por ultimo quiero hablaros de otra película que emitieron hace dos semanas en Paramount Channel. Ya había visto «Apocalypse Now» un par de veces, y no voy a descubrir ahora nada nuevo sobre ese peliculón de F.F.Coppola. Pero sí que me fijé en una cosa muy curiosa el otro día. Aunque no era su intención -ni de Coppola, ni mucho menos del guionista John Millus, por lo visto un ferviente militarista- a mí esta vez me pareció que era una película profundamente antibélica y,  en consecuencia, profundamente crítica con el gobierno de L.B. Johnson (y el posterior de Nixon). El derroche excesivo de medios militares para luchar contra campesinos, la gratuidad de tantas muertes, el absoluto desprecio por todo que muestran esos militares ignorantes, adolescentes cadetes unas veces, experimentados generales otras, y finalmente el triunfo de un pueblo que no tenía casi nada salvo un ideal, el que fuera, frente a mercenarios obligados a estar allí, a miles de kilómetros de sus casas, en contra de su voluntad.

Esto viene al caso porque el mes pasado se cumplieron 50 años de la muerte de J.F. Kennedy, y precisamente L. B. Johnson fue el que sucedió a Kennedy el mismo día de su asesinato. Nada de lo que pasó en Vietnam tuvo ningún sentido. Amparado por la legalidad de una causa injusta, se cometieron verdaderos asesinatos en masa. Miles de americanos fueron obligados a ir allí a morir y matar en contra de su voluntad; miles de millones de dolares gastados, o mejor dicho, pagados a las empresas armamentísticas como un enorme peaje macabro por favores que se me antojan diabólicos. Y todo eso lo podría haber evitado un solo hombre. Lo digo porque él lo decía. Kennedy lo habría evitado.

La oportunidad de mezclar estas tres historias tiene un sentido. A mi me llegaron casi al mismo tiempo, y me hicieron reflexionar sobre el sentido y la trascendencia que tiene «El Poder», así, en mayúsculas. Un solo hombre es capaz de lo mejor y de lo peor, y puede llevar con él a su pueblo a la gloria o a la ruina. Cuando todo el mundo habla de «Poder», debería decir «Servicio». El ejemplo de Mandela es el ejemplo de un lider que sirve a su pueblo, y no que se «sirve» de él para otros fines. La historia de cualquer país está marcada, lamentablemente, por la sabiduría o torpeza de sus gobernantes. Por su generosidad, o por su ambición. Por su cegera, o por su anchura de miras. Por su honorabilidad, o por su -y esto elevado a la enésima potencia en tantos gobiernos latinoamericanos- absoluta corrupción. Esto no debería ser así, pero lo es. Estamos cansados de gritar, de protestar, de salir a la calle, de patalear. Nada sirve si el que está allí arriba gobierna para sus propios intereses, o sólo para los intereses de los que lo han votado, o directamente sólo para unos pocos de esos que los han votado, lobbys poderosos aunque minoritarios, o empresas que financiarán futuros dorados para ellos mismos y todos los suyos.

Respecto al título de este post, no se me ocurría uno mejor para describir la primera historia. Me pregunto qué Dios permite semejante despliegue de injusticia; qué Dios permite que unos chavales malvivan y mueran en la contínua inmundicia; qué Dios permite que unos vivan en sus jaulas de oro rebosantes de todo, porque sí, porque les «ha tocado», mientras otros, valientes y luchadores, están condenados al fracaso, al dolor, a la muerte prematura.

Yo desde luego me lo pregunto muchas veces, y sinceramente, no consigo encontrar una respuesta lógica.

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