Las damas de Bécquer

Por Miguel Ángel Montanaro. Tal día como hoy, hace ciento cuarenta y tres años, la vida dejó marchar en paz a Gustavo Adolfo Bécquer.
No voy a descubrir una obra poética que ya conocen –ni su narrativa y sus artículos que son de una factura magistral–, cargada de fatalismo; y tampoco, que el eje central de la misma, gira en torno a la figura de la mujer.
De cualquier mujer inaccesible. Porque para este sevillano inmortal, la mujer era la causa y el desenlace de su poesía y un objeto de deseo que doblemente le motivaba cuanto más inalcanzable.
La fragancia que envuelve por lo tanto sus poemas, no puede ser otra que una sensibilidad directa y alejada del misterioso envoltorio en el que los simbolistas ocultaban el núcleo de sus mensajes poéticos; pues la sensibilidad es, la atmósfera distintiva del universo femenino en el que Bécquer decide perderse para siempre y la cualidad de lo directo de sus versos, convierte sus poemas en envites amorosos que parecen verse satisfechos cuanto más ignorados son por sus idealizadas destinatarias.
Y en esas décadas del siglo XIX, cuando los pañuelos de encaje se abandonaban distraidamente sobre los bancos de los parques y las miradas se cruzaban a través de los gemelos de ópera en los aterciopelados palcos de los teatros del país, Bécquer amó rotundamente a varias mujeres; destacando entre ellas a Julia Espín, y la que llegó a ser su esposa, Casta Esteban, ya que, según me lo afirma una amiga filóloga –especialista de la obra becqueriana–, la conocida como Elisa Guillén, no existió y fue por lo tanto, la invención de otro autor.
Bécquer conoció a Julia Espín alrededor de 1858, rondando a su hermana Josefina, a la que parece ser le dedicó estos versos…

Tu pupila es azul, y cuando ríes, su
claridad suave me recuerda el trémulo
fulgor de la mañana que en el mar se
refleja.
Tu pupila es azul, y cuando lloras, las
transparentes lágrimas en ella
se me figuran gotas de rocío en
una violeta.
Tu pupila es azul, y si en su fondo como
un punto de luz radia una idea, me parece
en el cielo de la tarde ¡una perdida
estrella!

Sin embargo, el inefable amador se prendó de Julia, y ésta, que ya contaba diecinueve años, declinó la posibilidad de unirse sentimentalmente con un Bécquer bohemio que nada podía ofrecerle a una muchacha como ella, que aspiraba a convertirse gracias a su portentosa voz, en una soprano de renombre mundial.
Finalmente, en 1861, Bécquer contrajo matrimonio con Casta Esteban, con la que tuvo tres hijos y la peor de las relaciones, pues todo parece indicar que ella le fue infiel. Esto provocó el que se separaran para retomar la relación poco antes de que la muerte se llevase al poeta en 1870.
Así, no nos debe extrañar, que en el Parque de María Luisa de Sevilla, en el monumento a Bécquer, entre dos cupidos; uno que dispara los dardos del amor y otro que yace herido en el costado con el puñal de la traición, podamos contemplar las figuras de tres marmóreas damas a los pies del poeta que amó a las mujeres. De los diferentes significados que he encontrado que explican a estas figuras –y les aseguro que son variopintos–, me quedo con la versión de que representan a el amor que pasó, el ilusionado y el que espera.
Que no es poca cosa.

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