Seamos nómadas

Por Fenando J. López. Todo es viaje. La vida. La ficción. El sueño. Incluso la nostalgia. Todo es desplazamiento y proyección –en el tiempo y en el espacio- y quizá, por ello, su relato resulta tan fascinante como heterógeneo. Tan diversos en su estilo y en sus intenciones, son los textos que componen Nómadas, antología de relatos de viajes seleccionados por Elías Gorostiaga y publicada por la editorial Playa de Ákaba que nos invita a recorrer, de la mano de las voces escogidas, parajes y emociones muy diferentes.

“La experiencia es continua, nuestro recuerdo es fragmentario” afirma Jorge Carrión en Las islas. Convertidos en versiones contemporáneas de Odiseo, recorremos como este archipiélago de historias en el que la mirada de los autores evitan la complacencia de la descripción para sumergirse en la vivencia que del paisaje y de su realidad hacen los personajes. “Sí, me recuerdo. Pero ese es el problema; que me recuerdo, que me veo desde fuera”, se lamenta el narrador del relato de Manuel Astur en Odio París. Pero no hay que temer que le suceda eso al lector de esta cuidada antología, porque no se encontrará con una sucesión de tímidas excusas narrativas para albergar postales pintorescas. El viaje en estos textos no es excusa, sino propósito. No es anécdota narrativa, sino instrumento desde el que se compone el mosaico de una realidad en la que hay tiempo para la reflexión sobre nuestra identidad (“Viví mi infancia como una veraneante. A lo mejor es que la inancia es siempre un veraneo”, Marta Sanz) o la de las ciudades que recorremos y de cómo se inscriben en nuestra esfera personal (“Es ella o tú. Siempre gana ella pero eso no importa: has de intentarlo”, Carlos Zenón).

A veces el viaje es tan ambicioso en su intención como mínimo en su recorrido, porque puede que la mayor de la distancia no sea la existente entre dos puntos, sino entre dos estados: aquel que soñábamos ser y el que ahora somos. Así sucede en Laberinto,  una versión 2.0 de la Creta mitológica -aquí, Jerez- que, bajo la mirada de Javier López Menacho, brilla con luz propia en esta antología: “En el bar, todo se ha universalizado en pos de la supervivencia. (…) Y hablamos de lucha social, de cambiar el sistema, del funcionamiento en comunidades, de abandonar la banca tradicional por una banca ética, de hacer política de otra manera, de consumir energía procedente de renovables, en definitiva, de conquistar el mundo para hacerlo mejor”.

Claro que el viaje también trae consigo el peligro del descubrimiento, el hallazgo inesperado de esas aristas que no queremos ver o que, con tesón y paciencia, hemos cubierto a lo largo de los años (“Miedo no solo de las balas, sino de que todas las cosas se callen como personas rencorosas, de que todo me niegue la palabra o hable hacia dentro, y yo caiga en una pecera de bocas que se abren sin lenguaje”, Marina Pereazgua). Incluso puede que cruzar una frontera sea el modo de atravesar el dolor y abrir rencores, vacíos o (nuevas) cicatrices (“Le hablaba ya entonces de que un día iría a conocer Islandia, cuando jugaban en una tienda de campaña improvisada con las literas, bajo la luz verdosa de un reloj de plástico y en la clandestinidad de aquel iglú de sábanas a salvo del padre” Sergi Bellver).

Veintiún relatos que nos recuerdan que el viaje es el único modo de sentirnos a salvo: “Los hermanos Yaptik dispararon sus flechas, pero no alcanzaron al nómada. Este, en cambio, cuando disparó las suyas, los alcanzó a todos.” (Lorenzo Silva). Pues, como el nómada del relato de Silva, en este tiempo de ciclogénesis económica y social solo nos queda asumir nuestra condición nómada y romper con los límites de un asentamiento pasivo y aburguesado. Abandonar el sedentarismo –entiéndase como alienación- y abrazar el viaje –entiéndase como se prefiera- como forma de vida. Y de literatura.

 De momento, entre los destinos posibles, sumamos ya el de Ákaba. Y eso, para quienes viajamos entre páginas, es una gran noticia.

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