Philomena (2013), de Stephen Frears

 

Por Miguel Martín Maestro.

Philomena-309776430-large¿Qué fue del joven Frears?, el de Mi hermosa lavandería, Ábrete de orejas, Sammy y Rosie se lo montan. Del underground y el cine imperfectamente vivo, quiso transformarse en un sucedáneo de Ken Loach, con películas como The Van o Café irlandés después de haberse dejado querer, y bien, por el star system con Las amistades peligrosas, Los timadores y hasta High fidelity, para pasar a un cine convencional con momentos de esplendor (más por los actores que por la historia y las formas) como en The Queen, diluyéndose en miniproductos como Negocios ocultos, Mrs. Henderson presenta o Chéri… y Philomena entra en la categoría de cine bienintencionado, del que no molesta ni sorprende, del que pasa como un soplo o como el que se lleva una hoja arrancada por el viento, aunque muchos lleguen a soltar la lágrima.

Obvio es decir que, como cualquier película, la versión doblada palidece ante la original porque pierdes uno de los grandes atractivos, la voz de sus dos grandes actores, Judi Dench y Steve Coogan, pero el antetítulo, “basado en una historia real”, no sé a ustedes, pero a mí ya me coloca con las orejas tiesas, como si lo que ha pasado en la realidad, o lo que nos dicen que ha pasado en la realidad, fuera equivalente a indiscutible veracidad en lo que se cuenta y colocara el producto, por ese solo hecho, en posición de ventaja frente a una historia de ficción que contara lo mismo.

Veo la publicidad de la película y leo que se vende como comedia con tintes dramáticos o un drama cómico, y no salgo de mi asombro. ¿Comedia? La vida es una mezcla de momentos alegres y tristes, de risas y llantos, pero la historia es demoledora, es todo menos comedia, por más que, puede que deliberadamente para rebajar la trascendencia y tensión de lo que se cuenta, se incluyan momentos cómicos o divertidos. Hay que situarse, esta película empieza donde acaban Las hermanas de la Magdalena, así que ya podemos prepararnos a ver monjas auténticas hijas de puta, silencio y oscurantismo oficial, nula ayuda pública, discriminación, abuso del poderoso, y el momento de suerte, que “la historia de tintes humanos” de la que toda la vida ha huido el periodista encarnado por Steve Coogan, termine interesando a éste y a una editora que huele la sangre, la víscera y el “toque humano”, es decir, el dinero.

Probablemente no puede señalarse ningún defecto a la película, cumple a rajatabla todo aquello que debe animar al mayor número de espectadores a salir satisfecho del cine, pero a mí no me ha convencido, ni me ha conmovido la historia de la vieja mujer, que forzadamente internada en una de esas instituciones esclavistas de la Irlanda postbélica se vio obligada durante años a “reeducarse” dominada por unas monjas de la contrarreforma, castigada familiar y socialmente por quedarse embarazada una noche en que se dejó llevar por su instinto y su deseo de vivir, algo que pesará toda su vida sobre ella como si hubiera cometido el peor de los crímenes. Esas monjas decidían qué niños de madres solteras se vendían o no, y aunque en aquel momento la joven madre decidió dar en adopción al niño, como si hubiera tenido otra posibilidad, llegados los 70 años decide buscar a ese hijo que le quitaron a los 4 años de edad con la esperanza de conocer si alguna vez pensó en su madre biológica o en su Irlanda natal.

Philomena2La película es un viaje, con un maestro de ceremonias que va abriendo las puertas en el papel del periodista descreído, cínico, materialista, desvencijado por la profesión y por su descenso personal a los infiernos, que ve en la historia la posibilidad de una redención, y una mujer frágil pero con voluntad de hierro, dispuesta a perdonar todo y a todos y a no perder su fe religiosa en la doctrina que tanto daño íntimo le ha hecho. A lo largo del camino, de ida y vuelta, en un círculo que termina donde empezó la búsqueda (si no no sería un círculo) Philomena Lee enseñará a Martin Sixsmith las ventajas de ser dúctil para sufrir menos, de gozar de la capacidad de perdonar las mayores ofensas para no caer en el juego del odio y el rencor, de ser vital en la más dura de las adversidades para descubrir las sorpresas de la vida. Ni que decir tiene que me quedo con el papel cínico y descreído de Coogan, aunque actuar como Philomena es una tranquilidad para una vida pacífica consigo mismo.

Una historia de niños robados, con toques de agridulce viaje externo e interior, donde supone una gozada el duelo de acentos entre la popular y humilde Philomena y el estirado y culto Martin, da lo mismo no saber inglés, ambos actores, tan dúctiles, tan asibles, permiten darse cuenta de esa diferente educación y procedencia, lo mejor de la película sin duda. La historia es importante y trascendente, pero su reflejo en imágenes es monótono y plano, como un camino conocido que nos va a llevar del dolor supremo a la posibilidad de esperanza. Una pena, falta fuste y mala leche para mi gusto, qué le vamos a hacer.

 

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