Reedición RESES, de Esther Ramón

 

RESESLA LENTITUD DEL DOLOR

 

“Reses” de Esther Ramón

 

 Trea Ediciones, REEDICIÓN, 2013.

 

Por Pilar Martín Gila 

 

Hablamos del poemario “Reses” de Esther Ramón, premio Ojo Crítico 2008, con motivo de su reciente reedición en Ediciones Trea.

 

Abre este libro una cita del poeta chino Bai Juyi: En medio de antiguas tumbas, / unas grandes, otras pequeñas,/ existe una senda / para el ganado y las ovejas. Esta escritura condensada nos coloca ante una categoría de la lentitud, en una construcción del tiempo que no vemos transcurrir y en cuyo extremo no asoma la muerte porque no está en un futuro sino inscrita en nuestro pasar por el mundo, está ya en nuestra memoria. De una idea de tiempo similar participa, a mi modo de ver, el poemario de Esther Ramón. “Reses” está escrito como si se tratase de un relato legendario, se sitúa en esa zona imprecisa que parece referir un suceso ocurrido en algún momento y que, por tanto, está en la memoria de todos, es asunto de los hombres y, de alguna forma, al relatarse de nuevo, nos sigue ocurriendo a todos. Precisamente es ese gesto de leyenda, de historia que se lee como si fuera recuerdo, lo que nos pone ante la lentitud, lo que lleva a la parada; de tan larga la historia queda detenida, y todo lo que se dice está ahí de una vez, en una imagen, en una visión. Se podría pensar que el presente poemario viene a encontrarse con lo que decía Barthes, desde otra perspectiva, cuando hablaba del haiku: que quiere detener el lenguaje, vaciar, secar la constante cháchara del alma.  “Reses” parece un relato pero es una fotografía que con una sola mirada traza la relación de las cosas.

Estamos, entonces, ante la ausencia de transcurso, lo inmóvil más que lo condensado, y por eso el dolor que aquí todo lo inunda tampoco pasa, es para siempre, crónico, de tal manera que termina fraguando su propio significante, se hace independiente en la escritura misma. Tal vez, esa independencia es una forma de disolver la emoción, de suspender el vínculo afectivo para permitir exponer el dolor a través de las acciones (ahí estaría el pulso épico), sin vacilación, sólo su sacudida, lo que queda de vida incalificable (sin cualidad) (otra vez Barthes), y que se extiende hasta el punto en que cualquier forma de estar aquí es sufrimiento. El rebaño clavado en la ladera, sin rumiar. Hierbajos, ramas que gritan y nadie tala. Lo que aquí vemos es el dolor atravesando el mundo sin propósito, sin dirección, un sacrificio que no termina nunca, en el que el hombre permanece suspendido, ensimismado, atento a su turno y al mero existir. Esa oveja camina sin notar la pata inerte del cordero que le cuelga. Pasta como si nada fuese a pasar.

Tirando un poco más del hilo del dolor que se devana en “Reses”, cabe al menos mencionar ese principio de crueldad tan fácil de ver en el sufrimiento con el que el hombre escribe su historia. Se decía que las crías destrozaban los vientres de sus madres al nacer, con dientes afilados y con garras. Que la manada corría vertiginosa cada mañana, con las primeras luces. Esta crueldad anida en “Reses” pero no como causa del dolor sino causada por él, la crueldad no desemboca en el dolor, es el dolor mismo lo que lleva a la crueldad; el dolor manda, ordena las cosas  a su modo, ése sería el precio de su emancipación. Sin embargo en este poemario, la crueldad no es la condición de la vida, es la del signo, de ahí que el consuelo no sea posible aquí si no es como fracaso de la palabra que cedería a la tentación de ofrecernos un sentido en el espejismo del sentimiento.

 

 

 

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