Luz y raíces

Por Fernando J. López.

No se me da bien seleccionar recuerdos. Suelen agolparse, sin pedirme permiso, uno detrás de otro. Caprichosos. Anárquicos. Pero, en todos ellos, en los más importantes, siempre estás tú.

Hoy, entre ese vendaval de imágenes que no controlo aparece la expresión ilusionada de un niño que espera una opinión. Un niño que pasa a limpio un texto, que lo escribe con una caligrafía más esmerada de la habitual -porque nunca tuvo muy buena letra- y que se lo entrega a su madre, nervioso, para que lo lea. Ese niño sabía que no iba a recibir una opinión complaciente pero, por eso mismo, la esperaba con tantas ganas, porque en aquella mirada sincera y llena de cariño era donde encontraba el mayor aliciente para seguir inventando historias. Para hacer eso que, con el tiempo, resultaría que iba a ser escribir.

Y hoy, años después, sigues siendo la persona en quien pienso cuando me siento delante del ordenador. Cuando acabo una novela. O una obra de teatro. No me preocupa qué pueda pensar el resto del mundo. Me preocupa, me importa, me emociona todo lo que puedas pensar tú. Y te sigo mirando con la misma expresión ilusionada, expectante, porque sigues siendo mi mejor crítica y mi mayor cómplice. Si siento la necesidad de expresar es porque me hiciste valorar la voz que intuiste y valoraste antes que nadie. Si hoy me esfuerzo por encontrar palabras y personajes desde los que existir es porque supiste entender -la primera, siempre la primera- esos otros mundos y vidas que habitaban en mí.

A ninguno de los dos nos hace falta hablar para sabernos. Nos basta con mirarnos. A veces, hasta con intuirnos. Más de una vez ni la distancia pudo detener el instinto y alzamos el teléfono justo antes de saber que nuestras voces se buscaban. Esa suerte de telepatía que ha estado siempre entre nosotros y que, con el tiempo, se hace -si cabe- más intensa.

Sería inútil intentar enumerar todo lo que compone ese universo común. Inútil porque no se puede contar lo esencial, lo infinito, lo realmente importante. Ese universo que tiene tu nombre, tu mirada, tu sonrisa y ese brillo -esa luz- que solo encuentro en ti y que ha sido siempre mi energía. El impulso en momentos en los que -la vida tienes sus reveses- parecía que se nos podía imponer la oscuridad.

Pero eso no ocurrió. Porque tu luz es demasiado intensa. Demasiado andaluza. Demasiado hermosa. Y ante tanta belleza, no hay niebla que valga. Días radientes, cielos azules y ráfagas jiennenses de estas raíces en las que encuentro, en ti, en todo lo que más admiro de ti, lo que más me gusta de mí.

Feliz día. Hoy también. Hoy y siempre.

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