Moncho Borrajo es aplaudido de pie en «Yo, Quevedo»

Por Horacio Otheguy Riveira

Lleva mucho tiempo con este espectáculo, mitad Quevedo, mitad Borrajo: los textos de un genio del siglo de oro perseguido por poner a caldo a la monarquía, y un cómico de hoy que se mete con la clase política, la monarquía y hasta con el público: espectadores que disfrutan cuando les parodia, burla e insulta, porque el primero en burlarse y ridiculizarse es él mismo entre sarcasmos y grandes dosis de ternura.

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En una de sus ruedas de prensa previas a la función, con la serenidad del hombre, detrás de su personaje habitual: «Me cierran las puertas de la radio y los canales de televisión, porque los políticos que gobiernan sólo admiten lameculos». (Foto Última Hora).

 

En un psiquiátrico, la enfermera jefe (elegancia y espléndida voz de Lucía Bravo) nos da la bienvenida. No es un psiquiátrico cualquiera, sino uno especial donde se recluyen  artistas descarriados desde el día en que el IVA del teatro subió de un 8 a un 21 por ciento, convirtiéndose en el más alto de Europa, para ruina de gran parte de la profesión y el empobrecimiento de muchos otros con un paro del 73 por ciento.

En este psiquiátrico singular, un tal Moncho Borrajo se cree Francisco Gómez de Quevedo Villegas y Santibáñez Cevallos, y por ello está incomunicado y recibe tratamiento. Se pasa el día leyendo en voz alta cartas, artículos y sonetos del prolífico escritor que vivió en España entre 1580 y 1645.

Quevedo yo no soy, claro lo tengo

ni pretendo compararme en su grandeza,

aunque del verso proclamen mi destreza,

los mediocres enemigos que tengo.

 

Tan solo soy, cual cómico pretendo,

utilizando mi humilde destreza,

sacaros del umbral de la tristeza,

donde nos tienen ladrones de abolengo.

 

Del rey y sus ministros hablaremos,

pasando por el culo y por el pedo,

sin abstenernos de lo que deseemos.

 

Que nunca se calló mi buen Quevedo

en tiempos donde el hablar, bien lo sabemos,

te señalaban los traidores con el dedo.

 

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Pero Borrajo personaje se desembaraza de la prisión del loquero, y sin peluca quevedesca ni traje compostelano, avanza por el proscenio y se desenvuelve en un monólogo donde no deja títere de la actualidad con cabeza; despotrica, recrimina y putea contra viento y marea y cada tanto se mete con algunos espectadores de las primeras cuatro filas, como por ejemplo un grupo de jóvenes mujeres solas: «Pero bueno, ¿quién ha sentado aquí a tantos chochos?». Pero también se le cuelan por allá algunos hombres que ríen a lo despatarrado: «No tanto jajaja, que lo mismo bajo y te follo». Y el espectáculo circula en un contexto impúdico y pasado de rosca que no llega a lo obsceno porque todos parecen identificarse con el disparate y la realidad en buena yunta.

El insolente personaje Moncho Borrajo es un invento de Ramón Borrajo Domarco, músico, cantante, poeta, escritor de ensayos y ficciones, autor de comedias que dirige con otros intérpretes, pintor, escenógrafo, responsable de la primera parte de su emocionante libro de memorias: Corre, gallego, corre; políglota apasionado (gallego, catalán, francés, inglés y algo de alemán)…

Un hombre de letras y de teatro con un sentido del humor excepcional, cuyo público festeja en él una insolencia justa con los poderosos y «mansa» con los espectadores, a quienes divierte como los zarpazos de un oso sin garras que al final les abraza con el candor de un niño y el coraje de un hombre que se ríe de su homosexualidad jugando a ver quién tiene más pluma: «Pero no me provoquéis que cuando me pongo furioso me sale el hombre y no sabéis hasta dónde puedo llegar».

Yo, Quevedo, es un espectáculo de hora y media que a veces llega a las dos horas, con un guión que se permite muchas improvisaciones; en el tramo final reaparece el maestro del siglo de oro con su soneto al pedo, ocasión que Borrajo aprovecha para realizar un show divertidísimo acerca de las flatulencias según los modos y maneras de España y parte de Hispanoamérica a través de sus danzas regionales. Pero, eso sí, bajo la tutela de Quevedo:

La voz del ojo, que llamamos pedo
(ruiseñor de los putos), detenida,
da muerte a la salud más presumida,
y el proprio Preste Juan le tiene miedo.


Mas pronunciada con el labio acedo
y con pujo sonoro despedida,
con pullas y con risa da la vida,
y con puf y con asco, siendo quedo.


Cágome en el blasón de los monarcas
que se precian, cercados de tudescos,
de dar la vida y dispensar las Parcas.


Pues en el tribunal de sus greguescos,
con aflojar y comprimir las arcas,
cualquier culo lo hace con dos cuescos.

Cuando se despide después de un final de emotivo impacto, el público se pone de pie como un resorte. Unos pocos a veces se marchan a poco de empezar, pero la mayoría se queda partiéndose de risa, feliz también de compartir la rabia del artista por la miserable situación que vive el país.

Y al agradecer tamaño entusiasmo, el hombre tras la máscara del cómico parece empequeñecerse. Es cuando se produce el abrazo fraternal con los hombres y mujeres que le aplauden, muchos ya seguidores a lo largo de sus 42 años de carrera infatigable.

Con sesenta y cuatro años sigo sin meterme con cojos, tartamudos, minusválidos y subnormales. Jamás he hecho chistes de estos temas, pero sí me sigo metiendo con los que tienen poder a costa de la miseria del pueblo, contra el nuevo rico, el pijo, el prepotente… esos me van bien a todas horas.

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 Yo, Quevedo

Autor, director y protagonista: Moncho Borrajo

Colaboración especial: Lucía Bravo

Voces: Carlos Latre y José María Gayo

Diseño iluminación: José María Gayo

Diseño sonido: Víctor Tomé

Escenografía: Domarco

Audiovisuales: Sonicine

Fotografía: María Quintero

Lugar: Teatro Muñoz Seca, Madrid

Fechas: Hasta el 15 de junio, de miércoles a domingo; sábados dos funciones.

 

 

 

 

 

 

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