God save the Queen: simulacro

gstqPor Miguel Andúgar. @mandugar

 

Actualmente un exceso de nostalgia de las personas de mediana edad, su poder adquisitivo y la falta de alternativas interesantes ha llenado los escenarios españoles de bandas tributo. Grupos exclusivamente dedicados a homenajear y versionar a grandes -y menos grandes- grupos de los 80 y los 90 ante la imposibilidad de encontrar un relevo satisfactorio, la escasa calidad de algunos de esos grupos que sobreviven como patéticas imágenes de sí mismos o los disparatados precios a los que se venden sus entradas.

Uno de los casos paradigmáticos es God Save The Queen. Grupo argentino en activo desde 1998, es un caso distinto al que puede ser Chess o Iberia Sumergida. Estos dedican su repertorio exclusivamente a un grupo, y usan algunos de sus tics en directo. Pero el grupo argentino va más allá para ofrecer una experiencia de inmersión en el universo de uno de los grupos con mejor directo de la historia del pop.

Al crecer teniendo a Queen casi como única obsesión musical durante la infancia y la adolescencia, conozco casi todas las ediciones en vídeo de conciertos del grupo inglés. Y presenciar el espectáculo de God Save the Queen no es acudir a un concierto en el que se tocan versiones con más o menos acierto. Se trata en realidad de vivir una representación teatral de dos momentos concretos: las giras de Queen de principios de los 80 y el legendario concierto en Wembley del 86. Ropa, peinados, movimientos, atrezzo, incluso el tono y los solos de guitarra están orientados al simulacro total. Casi cada gesto de los miembros del grupo es una repetición de los gestos de la formación original en esos conciertos que hemos visto decenas de veces en la pequeña pantalla. No se quiere aquí hacer disfrutar tocando canciones que nos gusten. Se quiere complacer intentando convencernos de que estamos viendo a un Mercury en plena forma décadas después, detener el tiempo en un momento concreto y hacer explotar la máquina melancólica que cada vez parece funcionar mejor.

God save the Queen ignora casi por completo los últimos tiempos decadentes del grupo, que sigue curiosamente en activo aunque destruyendo lentamente su legado. Excepto «I want it all» y un fragmento de «Headlong», todo el repertorio es clásico. Y aquí vemos algo que le falta a otros grupos tributo: se atreven con todo, con más o menos acierto. Fragmentos de «White men», o interpretaciones magníficas de «Killer Queen», «My melancholic Blues», «Love of my life» o «Who wants to live forever» superan el habitual despliegue de grandes éxitos de otros.

Al final, ver a un grupo de estas características puede resultar bastante más divertido que contemplar a los miembros originales del grupo pasear su desgana y su talento ya extinguido sobre un escenario. Pero confieso que tengo ciertos remordimientos. Los momentos en los que se disfruta más el concierto son aquellos en los que suspendemos nuestra incomodidad y nos creemos que estamos viendo algo que ya no existe. Simulacro de aura, simulacro de fetichismo. Podemos decir que en otras narraciones nos dejamos llevar de nuestra credulidad para sumergirnos en la experiencia. Pero suspenderla aquí quizá implica perder algunos de los elementos más importantes, quizás no de la música en directo, pero sí del concierto de uno de los grupos de nuestra vida.

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