The Extraordinary Tale (2013), de José Ortuño y Laura Alvea + La chica del 14 de julio (2013), de Antonin Peretjatko

Por Miguel Martín Maestro.

DOS ¿COMEDIAS?

El tono burlón y humorístico de ambas películas conviene a un tiempo más relajado como es el verano, aunque en ambas existen importantes cargas de profundidad que cuestionan, en la primera la familia y la maternidad, y en la segunda el propio orden social y económico del mundo reciente.

The_Extraordinary_TaleThe Extraordinary Tale es una película española de factura visual impecable, como su compañera de reseña, no oculta la clara influencia de un precedente, en este caso la Amelie de Jeunet, y quizás ese preciosismo visual, esa estética del plano y de la composición cromática y diseño de interiores termina agotando al ojo y al espectador. En este cuento se da la vuelta, como a un calcetín, a la historia del príncipe azul y el amor interminable, la de comieron perdices y vivieron felices. Teniendo en cuenta la brevedad del relato no conviene entrar en honduras para no eliminar el efecto sorpresa en el desarrollo. Todo es poco convencional en esta película, empezando por sus personajes, que parecen sacados de un comic vitriólico. No hay especial creación psicológica en la propuesta de los personajes porque todo está dirigido a la moraleja final, aunque quizás habría que decir “desmoraleja”. ¿Quién en su vida no ha oído a jóvenes parejas con hijos envidiar la situación de amigos liberados, por convicción o por naturaleza, de la procreación? En parte, o en su mayor parte, esta pareja con dificultades de comunicación oral, sufre los cambios derivados de la llegada de la paternidad, el fin de los días como fiesta y recreo y el cúmulo de obligaciones. Transformar la comedia en drama no tendría mérito, hacerlo en humor negro sí, y atreverse a romper con uno de los mitos atávicos instalados en esta hipócrita sociedad también, a costa de que alguien te tache de inmoral. Nadie pasa un examen para saber si puede ser madre o padre, así que las consecuencias de la decisión, o de la irresponsabilidad, pueden ser tantas como personas con hijos. Pese a la frescura del producto no es de extrañar que un mercado tan cobarde como el de la exhibición en España haya dado la espalda a este producto, muy arriesgado e imperfecto, pero valiente.

La-chica-del-14-de-julioLa chica del 14 de julio no puede negar sus referentes porque son abrumadores en todo momento, la nouvelle vague resucita (si llegó a morir) y reproduce sus esquemas, sus diálogos, sus incomprensibles (desde el punto de vista burgués bien pensante) comportamientos tomando planos y gestos extraídos directamente de Godard y Truffaut. Decir que el personaje de Truquette está inspirado en Anna Karina y el de Hector en Jean Pierre Leaud no me parece rebuscado, que los guiños a Le mépris, por ejemplo, son más que evidentes, como a otras mayores glorias del movimiento, hacen gracia si no fuera porque al homenaje también debe venirle acompañado el sentido. Como la anterior comentada, la película termina resultando larga pese a su corto metraje, y la historia de enamoramiento entre ambos, dificultada por todo tipo de sucesos risibles y menos, termina cansando por exceso en la resolución. Con independencia del trasfondo sentimental de la película, el elemento más interesante de la misma radica en la asunción del discurso “indignado” como motor de los personajes. Que en Francia las cosas van mal no es ningún secreto, que dominan las élites (no por algo la palabra es de origen francés) y que estas élites mantienen sus liceos y escuelas superiores como cotos cerrados en los que la casta se reproduce y se mantiene, mientras la inmensa mayoría de ciudadanos espera y se desespera, no nos pilla por sorpresa. El inicio de la película no puede ser más revelador de ese discurso en el que hemos simplificado, como respuesta al abuso del poder, el acuñamiento de que todos los políticos son iguales, en sendos y sucesivos 14 de julio y sus celebraciones, bajo presidencia Sarkozy y presidencia Hollande, los comportamientos son simétricos, y que la solución a la crisis que se le ocurre al gobierno socialista sea la de eliminar un mes de verano y reducir las vacaciones puede parecer absurda pero, mutatis mutandis, ya lo estamos padeciendo sin declaraciones solemnes. Tras esa declaración el país se sume en el caos (“sí que está mal la cosa cuando han vuelto a poner a Sarkozy”, dice el personaje de Pator), quedan unos pocos resistentes que se niegan a perdonar sus vacaciones, pero todo el mundo huye despavorido hacia sus trabajos. Recuerda entonces al fin del mundo anunciado por los Larrieu en Les derniers jours du monde, pero en nuestro caso, sin abandonar el tono de astracanada, de slapstick alocado moderado por el tono de comedia romántica que para los golpes de humor burdo y película española de los 70 playera con los que amenaza de vez en cuando. Interesante propuesta que se pierde en su desarrollo, querer alcanzar 90 minutos de historia sin historia que contar produce el deseo al espectador de mirar el reloj, signo inequívoco de que alguna pieza de la maquinaria se ha soltado y no encaja en el engranaje.

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