Baciyelmo, de Blanca Sarasua

 

BaciyelmoBaciyelmo

Blanca Sarasua

Prólogo de José Fernández de la Sota.

Ed. Biblioteca Nueva, 2013.

 

Por Sara Roma

 

Definía Cervantes en El Quijote a la poesía como una bella doncella “hecha de una alquimia de tal virtud, que quien la sabe tratar la volverá de oro purísimo e inestimable valor”. Con esta consideración trata la poeta bilbaína Blanca Sarasua (1939) a la poesía, sin recurrir a falsos halagos ni trampas retóricas. Su último poemario, Baciyelmo (Ed. Biblioteca Nueva, 2013), nos propone la relectura de un gran clásico de la literatura española: El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Y es que cuanto más se conoce y se lee, descubrimos que la frescura, la genialidad de sus ideas, su riqueza temática y su inagotable fuente de recursos no han perdido un ápice de vigencia.

Rescatando estas virtudes, Blanca Sarasua se comprometió a escribir una serie de glosas a partir de los pasajes y las citas que cautivan a la inmensa mayoría de los lectores. Nada descabellado, pues ya lo decía León Felipe: «Don Quijote es un poeta prometeico y se diferencia de todos los demás poetas ordinarios del mundo en que quiere escribir sus poemas no con la punta de la pluma, sino con la punta de la lanza».

A caballo entre lo coloquial y lo culto, entre el humor y la aspiración ideal, la autora hace su propia interpretación de la poética cervantina con unos versos que deleitan porque no restan una pizca del virtuosismo de la obra. A través de los poemas volvemos a simpatizar con sus personajes, Sancho Panza y don Quijote, que simbolizan el idealismo y materialismo presentes en todo ser humano, y ensalzamos la locura como el ideal más noble, ese que llevó al Quijote a tomar por castillos las ventas, por gigantes los molinos, por damas las rameras, por yelmo de Mambrino la bacía de azófar…Poética ilusión de loco hidalgo.


Baciyelmo
es una invitación filosófica a ordenar de manera poética este mundo lleno de insatisfacciones e injusticias sociales. Dice Sarasua en un poema: “necesitamos algo que se mueva/ porque estamos viviendo/ los últimos acordes de un viento de cordura que fracasa”. En efecto, no nos vendría mal contagiarnos un poco del mal caballeresco para soportar el peso de esta realidad vital.

La libertad, el ideal amoroso, la disyuntiva entre las apariencias y la realidad gravitan sobre el propio título que alude a un objeto que para algunos es bacía y para otros es yelmo (“con un poco de suerte puede que un baciyelmo”, p. 70) y que divide la esfera de Sancho y don Quijote y que, aunque confunde, acaba fusionándose y dando sentido a un mundo que a veces oprime cuando no es justo y generoso.

En Baciyelmo aprendemos de la filosofía de terruño de Sancho y coincidimos en que “saber pisar el lodo es necesario” (p. 76) y acordamos con don Quijote que deberían existir yelmos porque son necesarios. En definitiva, “solo queda arreglarse cada cual como pueda/ sujetar las paredes/ y aprender a ver yelmos/ donde solo hay bacías” (p. 81).

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