Fantasmagoria: Una antología de tenebrosos cuentos de fantasmas

Por Victor Selles

Fantasmagoria. Una antología de tenebrosos cuentos de fantasmas. Varios autores. Tombooktu, 2013. 252 págs. 10.95 €.  

Las historias de fantasmas tienen una honrosa tradición. Desde Mosterallia del romano Plauto hasta la reciente Fantasmas de Joe Hill, autores de la talla de Sheridan Le Fanu, Charles Dickens, Washington Irving o E. A. Poe han puesto su pluma al servicio de aquellos que no acaban de estar en este mundo ni en el otro. Y es que las compilaciones de relatos de terror parecen no pasar nunca de moda, tienen un regusto a ceniza de hoguera, a bosque oscuro, a adolescencia y tormenta.

En Fantasmagoria, el bebé de Marta se ahoga con un caramelo de fresa. Ahora ella, tras un intento de suicidio, comienza a oír la voz de su hijo llamándola a través de un sistema de radio. Alejandro echa de menos a Claudia hasta que empieza a rasgar acordes en aquella guitarra azul con la que ella practicaba a veces. El tío Sendra dedica toda su vida a recorrer las vías ferroviarias buscando captar la esencia de los hombres. Y, por demostrar algo, Oriol y Raúl se adentran en la “casa de las moscas”, donde hace unos años aquel chico se abrió las venas.

Así hasta quince veces, porque Fantasmagoria son quince relatos de fantasmas escritos por autores españoles y compilados por Darío Vilas, recientemente famoso por haber resultado ganador del premio Nocte de novela por “El hombre que nunca sacrificaba las gallinas viejas”. Entre ellos hay de todo: historias más clásicas, arrebatos de genialidad, juegos metaliterarios y bastantes cosas más. Quince relatos que, en definitiva, son testimonio de la habilidad de Vilas para reunir un conjunto tan heterogéneo como efectivo.

Un fantasma es un “error de percepción”, y esta definición es quizá la única que puede  englobar los variopintos fantasmas que se dan cita en Fantasmagoria. Al fin y al cabo el nombre hace referencia a una variante de la linterna mágica, un espectáculo en el que, mediante la proyección de imágenes en las paredes, se lograba aterrorizar al público. El juego de ilusiones ópticas comienza ya desde la contemplación de la portada, donde una figura recorre el sendero de un bosque. Las ramas de los árboles se entrelazan para sugerir un rostro diabólico, y el pobre desgraciado –sin duda el lector- sigue avanzando sin darse cuenta de que está deslizándose hacia el interior de una tenebrosa garganta.

Se suele decir que resulta difícil valorar una antología en su justa medida; siempre hay relatos que gustan más y otros que gustan menos. En Fantasmagoria también ocurre algo parecido, pues es inevitable dado el amplio muestrario de estilos y temáticas que se ofrecen entre sus páginas. Se agradece sin embargo que no sobre ninguno, que todos se encuentren allí por sus propios méritos y sirvan para dotar de forma al conjunto final. Fantasmagoria puede leerse en orden, como una novela al uso, y el lector hallará una coherencia en tanta dispersión, una cuidada alternancia entre los momentos tiernos y las escenas escabrosas, un cierto orden, ritmo, en el caos de manifestaciones del más allá. Funciona como obra de conjunto, coral, como los mejores discos.

En conclusión, Fantasmagoria representa una radiografía del género de terror en España, de los autores emergentes y de aquellos que comienzan ya a consolidarse en el panorama nacional. Reúne historias que derrochan originalidad, que gustarán a los amantes del fantástico y que pueden servir de excelente carta de presentación para adentrarse en la obra de sus respectivos escritores.

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