Socarrón a bordo: «CONTRABANDO/UN VIAJE FRUSTRADO», de Josep Pla

Actividad pesquera en el puerto de l'Escala (Girona) a principios del siglo XX.
Actividad pesquera en el puerto de l’Escala (Girona) a principios del siglo XX.

Por Ignacio González Orozco.

Vaya por delante un jarro de agua fría. Las dos novelas breves de Josep Pla (1897-1981) de las que tratan estas líneas, Contrabando y Un viaje frustrado, no apasionan por lo novedoso de los respectivos argumentos, ni por la agilidad de su trama o la riqueza interior de los personajes. Ahora bien, para compensar lo anterior diré que la prosa de ambas, servida con un léxico acrisolado, quedó repujada por una guarnición de aforismos impagables.

En las páginas de Contrabando, un hombre aficionado a la navegación –Pla, cómo no– se embarca con Baldiri, pescador de la localidad de Cadaqués, para traer estraperlo desde Francia; no lo mueve el interés crematístico sino el placer de singlar en el que otrora fuera su velero, el añorado Mestral. Juntos llegarán hasta la albufera de Salses, en un viaje que será canto de homenaje a la amistad entre los hombres de la mar. Si comparada con su hermana de volumen, cabe decir que Contrabando trabaja más los aspectos argumentales e incluso cuenta, en su tramo final, con un episodio de cierta tensión: los contrabandistas corren riesgo de varar, debido a las adversas condiciones meteorológicas, mientras sufren una espera infructuosa.

Un viaje frustrado emparenta con las novelas de formación, a tenor del ascendiente que sobre el narrador –el joven Pla– ejerce un sosias popular, Sebastià Puig l’Hermós (El Hermoso), pescador de L’Escala. L’Hermós es hombre cincuentón, curtido en muchas lides mundanas; su compañía abrirá para Pla las puertas de las gentes de la costa, y también muchas ventanas de la vida en general. Además, la narración está tachonada de escenas, descripciones, datos y recetas que permiten leerla como un ameno tratado de etnografía sobre la mentalidad, los trabajos y los hábitos de las gentes de principios del siglo XX en el litoral hoy conocido como Costa Brava.

En ambos relatos, el periplo de cabotaje sirve como pretexto para la presentación y descripción del primer gran protagonista de las dos pequeñas aventuras: ese paisaje anfractuoso, de belleza salvaje y destellos metálicos que se alza sobre ambos vértices de la bahía de Roses, desde L’Escala al cabo de Creus, y aun más allá hasta los estanys (lagunas) de Salses, en la Cataluña ultramontana. Pla se explaya en la descripción de estas costas; no ya con esmero, más bien con primor, haciendo gala de tino poco común en la elección de un léxico tan sonoro como ilustrativo, propio de un cuadro impresionista.

A efectos de estilo, con frecuencia teorizó Pla –sin quererlo e improvisadamente, tan solo a modo de opinión, pues odiaba la sistematicidad en igual medida que la pedantería– sobre su preferencia por una “literatura realista poética” basada en la precisión del adjetivo, el cual debía administrarse con la misma prudencia con que un médico dispensa fármacos a su paciente, siempre a medidas dosis. Shakespeare era su gran referente en este empeño. Y es pretensión que admirablemente se consigue en Contrabando y Un viaje frustrado.

Partiendo de las pinceladas paisajísticas, el meollo de la crónica deviene hacia el tratamiento del paisanaje, cuya idiosincrasia ha sido moldeada por las propias condiciones del entorno físico. Carácter ampurdanés primitivo, el que recuerda Pla como “rebelde, individualista, desencuadernado, irreal, contemplativo, desordenado, soñador, fachendoso y a menudo de una discreción exquisita”. Ahí es nada. Gentes no del todo pulidas por el cincel de la civilización pero bajo ningún concepto zafias ni anodinas, que junto con la naturaleza circundante integran la pareja protagónica de estas novelas.

Cuando Pla escribía sobre sus paisanos, imprimía a la pluma una unción especial porque en el fondo hablaba de sí mismo. El autor catalán había nacido en un mas (masía, casa de labor) del término de Palafrugell, cercano a la bella cala de Llofriu. Sus padres eran campesinos, pero dueños de las tierras que trabajaban, y de ellos heredó predio, apego al solar nativo y un respeto estricto por el orden social instaurado. Karl Marx, que cargó contra las tendencias reaccionarias de los campesinos, hubiera podido inspirar sus críticas en Pla, de haber sido coetáneos. El sobrio –de hábitos y prosa– escritor ampurdanés ejemplificó eso que suele llamarse conservadurismo. Y lo argumentaba con ribetes fatalistas: el humano no es racional sino sensual, por lo que persigue siempre su provecho, y algunos miembros de la especie se demuestran especialmente cerrados ante la luz de la moral, que muestra el camino de la bondad como lenitivo de nuestro congénito egoísmo. Sin embargo, su decálogo reaccionario jamás fue dogmático, sino inferido –de un modo un tanto ingenuo, quizá– de sus numerosas lecturas y experiencias.

Íntimamente relacionado con lo expuesto, un gran atractivo de estas lecturas estriba en las reflexiones de Pla acerca de dos modos opuestos de vivir, personalizados por las gentes menestrales de la costa y los burgueses de la ciudad. Añora Pla al buen salvaje del mundo rural, antítesis del remilgamiento urbano; si alguien lo duda, allá va este crochet: “La cultura es una forma enfermiza de la vida.” Aserto de lo más inhóspito para quienes creemos en las bondades del proyecto humanístico de nuestra civilización y agradecemos también sus ventajas materiales. No así Pla, que confiesa ser “un hombre corrompido por las comodidades, las superficies agradables, la buena vida”.

A pesar de esta visión melancólica del mundo moderno, nunca fue tan ingenuo el escritor de Palafrugell como para atribuir a su buen salvaje cualquier tipo de perfección. Para empezar, el individuo siente “una insolidaridad forjada en su misma naturaleza. Los esfuerzos que hace la gente de nuestro país para no entenderse son impresionantes. Es la tenacidad más viva del país”. En este sentido, no hay ni pagesos buenos ni urbanitas malos, ni viceversa; solo personas desnaturalizadas (los segundos), embebidas en el sueño absurdo de la preponderancia intelectual, y gentes bien avenidas con el modo de vida discreto y autosuficiente que prescriben las facultades humanas más genuinas. Al fin y al cabo, vendría a decirnos Pla, ni el más sabio ni el más inteligente están libres de la debilidad y el error, por lo cual no vale la pena tanto discurso impreso para disimular nuestros irreparables defectos constitucionales.

Sentimentalmente fiel a la Arcadia ampurdanesa que nunca existió, pero aherrojado por sus estudios, profesión, viajes y sed de lecturas en un mundo exterior del que a la postre se mostró decepcionado, Pla supera su íntima antítesis a través de un sarcasmo que va enfocado directamente a su persona. Él también, como escritor, era un “horroroso intelectual”, un espíritu degenerado que murió sin poder manumitirse de sus vicios literarios, convencido de que “lo más estúpido de la vida es nuestra tendencia permanente a olvidar nuestra propia nulidad, nuestra indescriptible, intrínseca memez”. Qué gran socarrón se comieron los gusanos.

One thought on “Socarrón a bordo: «CONTRABANDO/UN VIAJE FRUSTRADO», de Josep Pla

  • el 1 marzo, 2018 a las 9:41 am
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    Acostumbro cada mediodia buscar webs para pasar un buen rato leyendo y de esta forma he encontrado vuestra web. La verdad me ha gustado el articulo y pienso volver para seguir pasando buenos ratos.
    Saludos

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